Contracorriente:
¿POR QUÉ
NO SE CALLA?
Juan
Ramón Martínez
La
señora López, Presidente del Comité Central del Partido Nacional,
ha estado dando diversas, frecuentes; y enrevesadas declaraciones.
Sin tomar en cuenta que hablar de reelección constituye un delito
que la puede inhabilitar en el futuro para el desempeño del cargo; y
otros que le pueden asignar sus correligionarios, se ha atrevido a
manifestarse a favor de la misma. Aunque se cuida mucho, afirmando
que son opiniones personales porque el Comité Central no se ha
reunido para tratar el asunto, aboga por la reelección presidencial,
invocando la defensa de los derechos humanos de los potenciales
reeleccionistas. Y la destrucción de la Constitución. Porque de
otra forma, es materialmente posible presentarse nuevamente a un
torneo electoral quien ha sido elegido y desempeñado la Presidencia
de la República.
Aparentemente,
la señora López no ha hecho reflexiones profundas; ni estudios
formales sobre el asunto. Actúa en función de hacerle guiños al
presidente JOH, al cual todos lo reconocemos como un mandatario que
por su dedicación al cargo y la concentración de cinco asunto
básicos, ha conquistado sonados éxitos en tan poco tiempo. Pasando
por alto que, al hacerlo, se lleva de encuentro la sumisión de sus
obligaciones al imperio de la ley; y pone en entredicho la condición
democrática del Partido que dice representar. Oswaldo Ramos, en
cambio, como avezado abogado que es, cuando le preguntan sobre el
tema, se abstiene de declarar porque constituye un delito ir en
contra de lo que prohíbe la Constitución de 1982: favorecer o
promover, de cualquiera forma que sea, el continuismo presidencial
por medio de la reforma de la irreformable Constitución de Honduras.
Tampoco
ha estudiado el tema de los derechos humanos, asunto sobre el cual no
le hemos oído una palabra cuando se trata de la protección de la
integridad física, moral y psicológica de los compatriotas de a
pie. Poniendo en evidencia, la precariedad que maneja sobre el
asunto. Simplemente repite una frase que se usara hace algunos años,
en el sentido que se violan los derechos humanos de una persona,
cuando se le aplica la ley, vedándole el “derecho” a reelegirse
porque vulnera los derechos del resto de los hondureños. Resulta que
los derechos políticos establecidos por la Constitución de 1982,
determinan que tenemos acceso a elegir y a ser electos. Con lo que,
al establecerse la reelección, es el artículo mencionado, que
protege los derechos de todos, el que resulta lesionado por el
embeleque de, darle gusto, al egoísmo rampante de los que se
enamoran del poder; y no pueden vivir fuera de él. Porque lo
consideran un error. Y vivir en el error es mejor morir, como
afirmaba el embajador Garizurieta.
La
reelección es innecesaria. Su aplicación no ha redituado beneficios
para el país. La reelección sufrida, más larga y continuada,-- la
de Tiburcio Carías Andino --- congeló al país, paralizó su
desarrollo institucional, creó una cultura de sumisión al
caudillaje, enseñó que no había que respetar las leyes, sino que
someterse al tutelaje de la dictadura; y frenó, cómo se puede
comprobar fácilmente, el desarrollo del país. De allí que no tiene
sentido invocar una práctica que nos retrotrae a lo peor del pasado.
Y nos empuja, mucho más, en brazos de la pobreza y el subdesarrollo.
Los gobernantes tienen cuatro años, que son suficientes para hacer
lo que corresponde, dentro de una concepción continua, en la que, un
periodo presidencial, se articula al siguiente, de forma que los
resultados de largo plazo, se logran; y se, aseguran fácilmente.
En
consecuencia, lo cívico, lo ético y lo moral – virtudes que la
mayoría de los políticos no ejercen, con las excepciones que
confirman la regla – es predicar, desde los altos cargos, el recto
y obligado cumplimiento de la ley. En el entendido que las sociedades
que se someten a la misma, progresan y se desarrollan como lo han
demostrado Daron Acemoglu y James A, Robinson en su libro “Por
Qué Fracasan Los Países”.
No ayuda a Honduras que sus dirigentes hagan “magisterio” del
irrespeto a la ley. Su papel, es el de convertirnos a todos, en vez
de discípulos de las personas, en esclavos de la ley. Por ello, es
que, parafraseando al Rey Juan Carlos I, me permito solicitarle a la
señora López, con el mayor de los respetos, ¡qué se calle!; y
deje de fomentar la ilegalidad.
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