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CRÍTICA E IRRESPONSABILIDAD Juan Ramón Martínez El escaso desarrollo educativo, la reducida madurez psicológica promedio de los hondureños; y el clima de intolerancia que ha privado entre nosotros, ha dado como resultado una actividad crítica muy pobre. En algunos casos, incluso inexistente. Por esa causa es que, ahora que los problemas de la población, las dificultades de la sociedad y las crisis del sistema económico, caminan por un lado de la calle, mientras el análisis crítico lo hace por el otro. De allí que, por ejemplo, en este momento en que el gobierno brasea en la crisis mayor de los últimos cien años, en que el sistema económico esta contraído; y que crece el desempleo, la crítica política, en vez de enfocarse en la resolución de esas dificultades, mas bien se engolosina, como escolares en controversias ratoniles – Zelaya tiene razón en esto – sobre la distribución de las migajas del “poder”, en el goce de los beneficios de unos pocos cargos públicos. En

¿EL ÚLTIMO VUELO DE ÁLVAREZ GUERRERO?

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Juan Ramón Martínez. Las últimas explicaciones sin consultar los hechos empíricos, como acostumbra Julio Navarro, sobre la abrupta salida de la actividad política en el movimiento de Juan Orlando Hernández, tienen más que ver con las funciones gubernamentales desempeñadas hasta hace poco, que por supuestas promesas incumplidas. Óscar Álvarez fue despedido del gobierno de Lobo Sosa, por ineficiente en el desempeño de sus obligaciones, por falta de transparencia en algunas operaciones confiadas a su responsabilidad; y por la creencia que debido a su supuesta popularidad manipulada y sus relaciones con los estadounidenses, estaba en una condición superior al Presidente Lobo, del cual podía prescindir en el momento en que tuviera que enviar iniciativas legislativas al Congreso Nacional. Pero además, Álvarez Guerrero durante el ejercicio de su cargo, se hizo de numerosos enemigos, especialmente entre varios sectores del crimen organizado. Aunque algunos lo veían como un mal meno

ACTIVIDAD EN EL PARTIDO NACIONAL

Juan Ramón Martínez. Los nacionalistas no han tenido fama de deliberantes. Contrario a los liberales, sus hermanos de sangre y de ideales, son amigos de la obediencia a los jefes, de la verticalidad de los mandos y de la sumisión permanente a los mandos supremos. Carías Andino, Zúñiga Agustinus e incluso Oswaldo López Arellano ante el cual los nacionalistas se arrimaron cuando dejaron de ver un caudillo en el horizonte, eran hombres suaves, de poco hablar que cuando decidían algo sabían – y pocas veces se equivocaron – que sus adherentes les acompañarían, silenciosos pero firmes, hasta el final de la lucha. Pero una vez que López Arellano los hizo a un lado, los nacionalistas entraron en el desconcierto. Dejaron de reconocer el liderazgo de Zúñiga Agustinus y se entregaron a la anarquía liberal, rechazando a Callejas y dividiendo sus votos entre Juan Pablo Urrutia y Fernando Lardizábal. La división era irreal; pero lo que valía era el gesto de desobediencia que poco tenía que ve