CRÍTICA E IRRESPONSABILIDAD
Juan Ramón Martínez
El escaso desarrollo educativo, la reducida madurez psicológica promedio de los hondureños; y el clima de intolerancia que ha privado entre nosotros, ha dado como resultado una actividad crítica muy pobre. En algunos casos, incluso inexistente. Por esa causa es que, ahora que los problemas de la población, las dificultades de la sociedad y las crisis del sistema económico, caminan por un lado de la calle, mientras el análisis crítico lo hace por el otro. De allí que, por ejemplo, en este momento en que el gobierno brasea en la crisis mayor de los últimos cien años, en que el sistema económico esta contraído; y que crece el desempleo, la crítica política, en vez de enfocarse en la resolución de esas dificultades, mas bien se engolosina, como escolares en controversias ratoniles – Zelaya tiene razón en esto – sobre la distribución de las migajas del “poder”, en el goce de los beneficios de unos pocos cargos públicos. En el entendido que, la actividad política tiene como finalidad exclusiva, emplear en el aparato burocrático a los seguidores, activistas, queridas, queridos; o parientes.
Esta situación incapacita a la sociedad, para por medio de sus cuerpos intermedios -- que son la expresión real de la sociedad civil-- tener una real percepción de la realidad, para desde allí, asumir los retos, establecer las prioridades y determinar las acciones para impedir que el país continúe precipitándose por los despeñaderos de las desgracias, por los vericuetos de la pobreza y por los engañosos meandros de la indolencia y la irresponsabilidad. Asumir que somos una sociedad enferma, con dificultades para orientar sus acciones destinadas a usar al gobierno para el logro de los fines de la nación, es una expresión de la inmadurez; y, la indolencia, que nos domina por los cuatro costados. El que estemos envueltos en un activismo político frenético, sin sentido, buscando mas bien sacar de las arcas del estado lo que se pueda, vendiendo incluso hasta el último plato de lentejas, nos muestra como una sociedad en dificultades en que, sus miembros más influyentes no perciben la realidad. Lo que, significa, que somos más un grupo de chiquillos, que una población adulta, que dentro de la tolerancia y el respeto, discute los problemas, los divide en partes manejables; y los aborda en condiciones de construir alrededor de sus reclamos, las alternativas de solución. En el curso del último año solo hay un protagonista: el gobierno, que propone, sin mayor criticidad por la oposición política, programas y propuestas que con más técnica publicitaria, parece que no tienen como finalidad cambiar la realidad, sino crear unos paliativos que eviten el trastoque de la pasividad mental de esta población de chiquillos que somos.
Mientras el FMI posterga peligrosamente la firma de la carta de intenciones con el gobierno de JOH, comprometiéndose igualmente la libertad para elaborar y aprobar el presupuesto de la nación, alimentado por el inevitable apoyo internacional, en el Congreso Nacional no hay la madurez necesaria para que sus miembros muestren preocupaciones básicas. Y efectúen discusiones oportunas sobre los problemas, con el fin de encontrarles soluciones. El Congreso Nacional en su conjunto, no es propiedad de los hondureños. Los diputados, con las excepciones inevitables, sirvientes de los caudillos. Los representantes del pueblo, los mandaderos de la voluntad popular, brillan por su ausencia. Por eso, los grandes temas nacionales, no ocupan las preocupaciones de los diputados. Lo que les llama la atención y les vuelve rabiosamente furiosos son los cargos que se derivan del Congreso, los viajes con viáticos del pueblo; y las oportunidades para insertarse en las redes de corrupción que tienen al país, de rodillas.
Esta falta de control y ajuste del Congreso a las necesidades, tienen mucho que ver no solo con la ingenuidad e infantilidad de la mayoría de los diputados, sino que además con la falta de dirección de los líderes que, más que tales son, “propietarios”, “patronos”, “jefes de jefes”, de esos legisladores que, formalmente no están comprometidos con quienes votaron por ellos, sino que con los que los incluyeron en las listas electorales. Los “dueños” de los diputados, son tan irresponsables como sus sirvientes, porque tampoco les interesa el país. Por lo que la crítica responsable de los problemas reales, les interesan muy poco.

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