OFICIO
DE HONRADOS
Juan
Ramón Martínez
No
se puede ser periodista si no se es una persona honrada. Y si no se
busca constantemente la verdad, para sentirse, muy cerca de ella,
siquiera. Estas ideas no son propias, sino que expresión de muchos
de los que, conocieron a Ben Bradlee; y que le interrogaron, sobre
cómo quería ser recordado. Acaba de morir, a los 93 años en
Washington, donde durante muchos años dirigió al Post de los
mejores tiempos: el de los papeles del Pentágono y el que mostró
que Nixon no era un hombre de confianza, porque desde el poder creía
que estaba autorizado para actuar, caprichosamente, fuera de la ley.
En
la ocasión de su muerte, sus amigos, muchos que fueron sus
dirigidos, le han recordado como un hombre que exigía fidelidad a
los hechos, que no le temía a la verdad. Todo lo contrario. Creía
que había que buscarla, no en las suposiciones, sino que en los
hechos. Cuando descubría que sus reporteros hacían suposiciones a
partir de generalizaciones, reaccionaba iracundo; y disgustado pedía
fidelidad a los hechos. Y sólo a los hechos. Con lo que exigía que
se constataran las cosas, que se interrogara a los involucrados, para
conocer sus puntos de vista, no sólo una vez, sino que todas las
necesarias. Para estar seguros que no vendrían desmentidos; y que
las presiones de los intereses afectados, se estrellarían con un
muro de hechos confirmados.
Estados
Unidos, tiene una opinión pública respetuosa; pero respetada por el
poder. Representada por un gremio – dudo si cabe el término,
porque lo de aquí, no es similar en contexto y significado – que
ve en el periodismo, no el ejercicio de un mecanismo de
enriquecimiento, sino que un magisterio que, en la búsqueda de la
verdad, contribuye para que el público conozca los hechos. Y en la
obligación de proteger, los intereses de la colectividad, sometiendo
el poder a su servicio. La relectura de Los
Hombres del Presidente,
ayuda a entender la lógica de un periodismo sometido a la tiranía
de la verdad; y a los ejecutores de la búsqueda, santos misioneros
dispuestos a dar su vida, no por un titular; ni por declaraciones
exclusivas, sino que en la construcción de una narración en donde
sólo hablan los hechos; y nada más que los hechos. Y estos
encadenados a la verdad.
En
los últimos tiempos, el periodismo hondureño se ha desprestigiado
mucho. El fácil ingreso a una cabina y a una redacción, así como
el hecho que los directores han cedido poder a favor de los editores,
ha hecho que sea una jungla en donde la competencia es sobre quien da
primero la noticia; y no en la constancia que la misma es la verdad y
sólo la verdad. Por eso es que, en las universidades no se ha
desarrollado una nueva filosofía del oficio, sino que se ha
privilegiado – por encima de otra consideración—la idea que lo
que hay que dar no es la verdad, sino que proporcionar información,
rápida y agradable, incluso pequeña; pero inevitablemente, que
llame la atención. Cayendo en el amarillismo, en la exaltación de
lo negativo y en la apología del delito; y, convirtiendo en héroes
de primera planas, a los que infringen la ley.
Hay
algunos que quieren que la función periodística no tenga limitación
alguna. Que en las redacciones no haya líderes que dirijan las
investigación y exijan que las noticias sean ciertas. Que abonan al
bien común. Y que el público, en vez de ser informado para ser más
libre; y por consiguiente más soberano sobre el poder, se diluya en
la distracción y en lo baladí. Incluso, para seguir con este festín
en donde no se orienta – o se hace muy poco – se quieren quitar
incluso las trabas para que cada quien, no solo puede decir lo que
quiere, sino que incluso ofender y denigrar. No otra cosa, es lo que
buscan los que quieren que en la legislación hondureña se
despenalice la calumnia. Y los periodistas se vuelvan pandilleros
para cobrar impuestos de guerra a todo el que despierte su
animadversión. Esto no puede seguir así. Es necesario cómo enseñó
Bradlee, que cada periodista sea una persona honrada, que respete la
ley; y que nunca haga nada que no tienda a confirmar la verdad de las
cosas, por encima de cualquiera otra consideración.
Así,
los periodistas volverán a ser respetados. Vistos como referencia. Y
no como delincuentes con corbata; a los que se compra; o se castiga
en los tribunales.
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