ENTRE LA VERDAD Y LAS MENTIRAS
Juan Ramón Martínez
Los hondureños, fruto de subdesarrollo que nos afecta en todos los niveles de la existencia, exhibimos muchas dificultades. La primera de ellas, fruto del escaso nivel emocional y psicológico de los hondureños juzgados colectivamente, es la escasa percepción real de la realidad. La mayoría de nuestros compatriotas – pese que nunca antes habíamos recibido de parte de medios de comunicación más información de aquí y de allá, de la buena y de la no sirve para nada—no tiene conciencia de su entorno, más allá de lo propio, cercano y mezquino. Los conceptos generales sobre inseguridad, atraso, pobreza, escasa influencia en el mundo externo, discreto menosprecio hacia nuestro pueblo; y su gobierno, son incomprensibles para las mayorías. Al cual, en forma perversa se le mantiene en la ignorancia, incluso atrapado en aulas escolares por más de dos cientos medios días, que es la “meta” que Escoto se lleva a boca como gran éxito suyo, por el cual hay que premiarlo. Elevarlo a las estatuas.
La segunda dificultad es que, al no percibir la realidad – cosa común al pueblo llano y a la clase política que cree dirigir al país, cuando son comparsas al servicios de manipuladores escondidos tras el telón – no podemos, como pueblo diferenciar lo bueno de lo negativo, lo que es útil para nuestros propósitos; y lo que es desechable. Y por ello, de obligado rechazo. Esperamos siempre, con la mirada hacia el suelo, que hombres altos y de mejor color, vengan a decir cuáles son los problemas; y la forma de enfrentarlos. Algunos, se enojan rechazando a los “médicos” foráneos; en tanto que otros, les hacen la puñeta y propugnan la conveniencia de seguir como hasta ahora, haciendo lo que nos da la gana. Por estas dos visiones equivocadas de la realidad, nos vuelven un pueblo mentiroso, que se engaña a sí mismo; y para fortalecerse, en sus precarias seguridades, los más listos pretenden engañar a los de afuera que tienen, dicho sea de paso, más terreno caminado, más luz en la cabeza; y más éxitos construidos en sus sociedades.
Pero, además, hace que el hondureño, en su conjunto, se mantenga dominado por las pasiones elementales del tener, sin la búsqueda de valores trascendentes, interesado en el dominio y sumisión del otro. Viendo para abajo, buscando hacerle daño a los más débiles que él, mientras como ladino, pasa por alto que forma parte de una cadena de sumisión, en donde el que está arriba defeca sobre su cabeza. Incapaz de comprender los valores operativos y el sentido de la sociedad, no puede comprender – de allí la violencia que vemos en que todos resuelven sus problemas dándole la espalda a la ley y a los jueces – que la vida social, supone reconocer limitaciones, aceptar los derechos y la propiedad de los demás. Lo más grave, olvida que somos hermanos, unidos por una paternidad común, en razón de lo cual no podemos pasar por alto el deber de respetar la vida ajena. Perdiendo la oportunidad, de sentirnos mejor, porque muy pocos entienden que el cumplimiento de la ley, es la única fórmula de vida segura que nos puede garantizar una existencia tranquila y serena. Base de la felicidad sobre la tierra.
Esta falta de valorización de la ley, ha hecho creer a muchos hondureños – descendientes de los conquistadores, hacendados y encomenderos españoles – que las leyes se acatan, del diente al labio; pero que no se cumplen; ni respetan: Lo que da como resultado, que la selva se haya impuesto en ciudades y pueblo grandes, sin que siquiera nos demos cuenta. Algunos, como el Presidente Hernández Alvarado, hacen esfuerzo para vender en el exterior una imagen diferente de Honduras. Que más qué apreciaciones objetivas, son deseos de los cambios que quiere para el país y para su pueblo. Y como aquí, somos tan inútiles que nos favorecemos el ahorro, la capitalización y la inversión, andamos otra vez como cuando Bográn, pidiéndole a los extranjeros que vengan invertir en un “territorio ocupado” por malandrines, asaltantes y cuatreros. Ojala que el esfuerzo dé frutos. La duda es si los extranjeros invierten en donde la confianza ha desaparecido, se irrespeta la ley; y se hace escarnio de los instituciones, como si fueran juguete de los “poderosos” que dominan al país.

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