HOY QUIERO CONTAR UN CUENTO (*)

 Sixmenia Raudales


Yuno y May fueron comprados en una tienda de segunda en el barrio Guamilito de San Pedro Sula. Eran un par de zapatos tenis sin una marca definida; eran de color amarillo, con cintones transversales grises, costurados entre la suela y el empeine, con ojales en color grisáceo y la lengüeta blanca revestida con telilla perforada en color beige al igual que el interior del zapato. Estos personajes de manera insospechada y extasiados por la prisa en busca de hogar, ahora tenían un nuevo dueño llamado Beto.

Presurosos por entrar en la bolsa, desconocían que estaban por comenzar una travesía por mucho insospechada, en ella cuatro. No tardaron mucho en conocer su nueva casa: un maltrecho estante de madera, sostenido por un mueble de pino carcomido, todo en una obscura habitación de cuartería que, en alguna calle del Guamilito, brindó albergue a Beto, el buen vecino que escogió a este par de acompañantes que de día cobran vida y por las noches eran tan fieles centinelas cual mortales pertrechados al ataque. Tartamudos observaban entre sí de la tosca imagen proyectada en la pared de Beto, el buen vecino a su vez se despedía de una anciana.

Ella con una mano persignaba al caminante, mientras la otra se escondía temblorosa en la bolsa de un zurcido mandil amarillento, aderezado con las lágrimas sinceras de la anciana y el sofoco varonil de un fuerte abrazo. Yuno y May no pudieron evitar observar el tortuoso descenso en las venas de la anciana, cuya fuerza torrencial parecía interminable y reposaba en un pie edematoso cuya suela había perdido ya su forma y se perdía ante el gigante entre sus brazos.

Llegó la hora de cerrar la habitación con enorme candado. Caminaron muy pocas cuadras. Yuno y May seguían expectantes, pues la facie mortuoria de aquel hombre intrigaba hasta aquellos peregrinos que cruzaban al azar una mirada. Envejecido, de cabellera descuidada y muy pronunciados ojos, famélico y vacilante, casi arrastraba ambos pies al horizonte.

Yuno y May guardaron silencio, pues entraban de manera presurosa al autobús que en la ruta te aproxima a la Gran Terminal Urbana. Callados, atónitos, Yuno y May aprendían de sus pares: conocieron zapatos nuevos, otros muy limpios, de infinita gama de colores,

de graciosas formas, de tiernos tamaños, de dueños inquietos y de apacibles pasos. No daban crédito a lo que ocurría en la polvorienta alfombra del autobús sampedrano, hasta que el grosero llamado de un muchacho anunciaba la llegada a aquel destino. Beto parecía asustado. Bajo del autobús sin mayor prisa. Habrían caminado un par de cuadras cuando Yuno afirmó: “Sentí una gota sobre mi frente”, ¿tú no, May? 

–“¡Ay! Tenías que inventar” Exclamó May. 

- “Es muy cierto, te lo juro, nunca haces caso, desde ayer te digo que este hombre tiene problemas. No es como otros que hemos conocido, parece una sombra, un alma sin cuerpo, casi un… 

- “Calla, por favor, solo cubriremos sus pies hasta que llegue el momento de abandonarlo, igual que al otro.

- “Igual que al otro, ¡patrañas!, fue el otro quién nos abandonó a nuestra suerte, recuerda que fuimos a parar a esa tienda del Guamilito, por años estuvimos sin caja protectora, cubiertos de polvo y esperando la oportunidad de salir de allá”.

-“Silencio, que no ves que Beto tiene cita con alguien en este lugar”. 

Y en efecto, Beto buscaba entre las gentes un personaje desconocido para él. Este nuevo personaje usaba botas militares, de esas con el empeine de lona, la zuela de goma y toda revestida de cuero. Cada vez que el hombre de las botas gesticulaba un torrente de sudor se escapaba de los pies de Beto.Por su parte Yuno y May intentaban dar soporte a la danza imparable entre los pies de aquel incauto, quien sacó de su mochila buena plata para darla de inmediato al comerciante. Qué decir de aquella espera sofocante, pernoctaron a la luz del Merendón y al rayar el sol, Yuno y May descansaban junto a un gran letrero que decía “Prohibido olvidar a un compañero”. Era casi un hecho, aquel era un punto de partida, presumimos que al país sin nombre. Yuno apostaba por un camino sin retorno mientras May reprendía con mal genio aquel augurio: “Calla de una vez, esta debe ser una de esas maratones en donde cientos de nosotros corremos hasta llegar a una meta”.

- “Vez como no sabes nada de la vida. En Honduras los zapatos salen en caravanas, digo... las personas, son cientos de zapatos. Recuerda el periódico que alcanzábamos a leer en la vitrina, ahí pude leerlo, créeme por favor. Recuerda cuando llegamos en contenedor a Puerto Cortés, en aquel momento advertí que estaríamos sin dueño por mucho tiempo".

-“Silencio. ¿Escuchas Yuno, son voces humanas, risas y gritos, escuchas? Parecen contentos, cantan y llevan una bandera, son muchos Yuno.

“Yo lo sabía, ¿puedes verlo May?, son los caminantes”. Ambos luchaban por mantenerse a salvo, en efecto, los migrantes caminaban cual tropel, confusos y retraídos, pero a la vez eufóricamente certeros y como en una gran danza se desplazaban entre cánticos, regaños y oraciones, con sus miradas al vacío, pero fijamente hacia algún punto del Norte.

Beto, cual neófito en caravana, sostenía con pisada fuerte los cansados pies. May, mira, pon atención”, “¿May, puedes verla?” –“¡Que cosa dices? ¡deja de hablar por Dios Santo!

–“¡Es la pata de palo, es la pata de palo! jamás había visto una. Acerquémonos, ella va despacio igual que el pobre de Beto”. Acercándose a un hombre que usaba una muleta en su pierna izquierda Yuno y May, este último se acercó sigiloso a la “pata de palo” “saludando: “Hola, mi nombre es Yuno ¿Cuál es el tuyo?”. La pata de palo observó con recelo al buen May y respondió: “Me dicen La Flaca, hace varios años me dieron esta forma en un taller carpintero de Nueva Armenia, estoy hecha de madera de cedro y sostengo a este hombre desde hace diez años después de perder su pierna.

Ya lo veo, al parecer nuestros dueños van quedándose atrás, agregó Yuno. Se hicieron, compañía por espacio de quince días, atravesaron desde lodo cenagoso hasta caminos de herradura, pasando por verdes e interminables pastizales. Aplastaron sin querer a más de un petirrojo y vieron guacamayos suplicar por alimento. Fueron sorprendidos por excretas pestilentes y una y mil veces salpicados por el hedor de una avasallante masa de hombres y mujeres que enfermaban con los días, desfallecían como moscas. Vieron de cerca la agonía de unos y la facie de la muerte en el rostro de otros. Alguna vez nuestros amigos vieron cubiertas con sangre sus propias suelas. Vieron a sus dueños besar a un riachuelo, y apenas mojar sus gargantas sangrantes tras el sol abrasador. También los vieron saborear desperdicios en carretas, basureros y banquetas; se agolpaban tras el pan que era lanzado por un sacerdote una monja o cualquier desventurado que azotado por su fe se conmovía al contemplar el drama humano.

-May, ¿estás despierto? Preguntaba Yuno; mientras tanto Beto, su dueño, descansaba en una banqueta -Si, sí lo estoy, ¿y tu Flaca?” Sí. Quién puede dormir con este gigante enrollado en mí” “¿Por qué siempre susurras, Flaca?” -pregunta Yuno- “Ahora que mi dueño duerme voy a contar mi verdad. Él es un escritor” “¿Escritor?” -pregunta May. “Sí, debes callar y escuchar nada más. El escritor perdió su pierna por una pena de amor, su esposa lo abandonó dejándolo miserablemente enfermo. Mi compañero que no es muy amistoso me lo ha revelado. Cuentan que fue una hermosa historia de amor, pero más hermosa era su esposa. Parecía un ángel. Desde que ella se fue, aquella casa era un sepulcro. Enfermó tan gravemente que los gusanos se escabullían entre las sábanas y descendían por las patas del camastro hasta tapizar el suelo. Un amigo suyo, también escritor, le salvó la vida, y en esas perdió la pierna izquierda. Este infeliz maldijo su suerte y maldijo al amigo por impedir su muerte aquel día. ¿Saben? él habla conmigo, si dirán que mi madera cogió polilla, pero es cierto, me he convertido en una especie de extensión de su pierna mutilada. Su nombre es Claudio, puede pasar días e incluso semanas sin pronunciar palabra. Lo único que hace es escribir.

“¿Y qué escribe?” “¡Sabrá Dios!, solo sé que sus garabatos no le gustan al Gobierno, no le gustan a nadie, creo que pocos lo leen. Sé que tiene amigos a los que nunca abrió la puerta ni contestó un mensaje porque no tiene teléfono. - “¡¿Qué no tiene teléfono?! Esto está de locos, como es que aún vive, me sorprende”-. La Flaca responde: “Su hermana le mantiene con vida, a diario lo alimenta y paga todas las cuentas, sus amigos escritores lo aman, pero todos son una partida de pobretones. Creo que todos ellos están enojados con el Gobierno, cada uno tiene su escondite. Pues debo decir que nuestro amigo es una caja de sorpresas, llevaba años sin salir de casa hasta que un buen día recibió un correo extraño que lo hizo sonreír levemente, hasta entonces conocí su dentadura. Desde aquel día comenzó a limpiar su cuerpo y su casa, a blanquear sus dientes y a tirar las interminables estatuillas de cera que se formaron al derretir de las velas. Un buen día lo descubrí besando el retrato de su ángel perdido. Creo que el mensaje extraño es de su ángel, no lo sé, tal vez está buscándola, aún no me lo ha confesado. Cuando escucha mi hastío por cargarlo me pide calma y eso es lo que hago. Somos amigos, soy su única compañía, ni su zapato derecho lo respeta. Creo que es muy guapo. Los tres amigos comenzaron a reír, tras la graciosa conclusión de La Flaca. Reían y reían mientras Yuno y May advertían que su dueño era un completo extraño para ellos. “¿May, eres consciente de que no conocemos a Beto?” “Así es Yuno, de este hombre se sabe poco pero su delgadez dice mucho, creo que está muerto en vida. ¿Qué lo tendrá tan afligido?, tengo mucha curiosidad por saber de él” “Tranquilo, cuando suba al tren de la muerte comenzará a soltar la lengua”.

 -Agregó May con tono despiadado. Tienes una horrenda manera de interpretar a los humanos, May. ¿Qué no sabes que ellos llevan en su cuerpo un pedazo de carne llamado alma? “¿Alma dices? ¿en dónde?” 

- “Donde tú y yo llevamos el empeine” -“Y ese pedazo de carne qué es lo que hace? preguntó May “Los aflige hasta morir o los emociona hasta matar”. Otra vez La Flaca estalló en risa al escuchar la falacia del alma. No desmintió nada. Sus sonoras carcajadas interrumpían las palabras. “Mi escritor cuenta cosas lindas sobre el alma, pero no voy a contarlas ahora. Vean, nos llaman... debemos subir al camión”.

Es imposible que pueda subir, advirtió La Flaca. No voy a lograrlo mi escritor está muy débil, ha comido tan poco y su orina es de un color horrible. Mas parece un pez que un hombre, ¿cómo está su dueño? Preguntó con gran interés. May, respondió: “Este come hasta gusanos, creemos que va a llegar hasta La bestia” “Cómo sabes de La bestia”, preguntó La flaca. “He escuchado ya las historias de los zapatos retornados, digo de los méndigos retornados. Ellos me contaron de La bestia. Es la muerte rodante y pues yo estoy confiando en mi zuela, sé que mis agujetas no aflojarán por más sacudidas que reciba y que mi empeine me abrigará el pecho en el frío desierto. “¿Crees que tu dueño sobreviva arriba?”, preguntó La Flaca con cierta preocupación. “Eso depende, su diarrea es un problema, tendrá que conservar las aguas de colores que trae en la mochila y hacer una parada en esos lugares donde le dan dinero”. Entretejiendo un plan de sobrevivencia estaban cuando el hombre de las botas militares exclamó: “rápido inútiles suban, ya están advertidos sino pagan mañana los entrego a los “malos”. Por primera vez en el viacrucis Beto no logró controlar su vómito salpicando sus dos pies. Yuno y May sintieron en su empeine un huracán. Todos lograron subir menos el escritor quien no recibía mucha ayuda de sus pares, cuando estaba a punto de lograrlo se detuvo ante el grito de una madre: ¡es la leche de mi niña! ¡por favor hagan algo! ¡es lo único que comerá en días! Señor deténgase, necesito mi maleta. Nadie se movió, tampoco pronunciaron palabra alguna, hasta que nuestro escritor interpeló: “maldita sea, paren el camión” golpeando con su muleta contra las pareces recubiertas del camión. Golpeó con tal fuerza que cesó en su marcha. La madre recuperó aliviada la maleta mientras la flaca aún desvanecida, hacía recuento de sus partes laceradas. El escritor rompió en llanto sollozando “perdóname, perdóname, podemos regresar si quieres, puedo ir con el gobierno mexicano a suplicar”.

Gobierno fue la palabra que recompuso a la flaca quien le respondió: “¿gobierno? Pero si hay un divorcio entre usted y los gobiernos del mundo, que no ve que sus garabatos le robaron todo. A ver si esa pluma que ama tanto, más que su mano está acá para ayudarlo, a ver, a ver, dónde está esa hipócrita haragana, porqué hasta ahora no le ha hecho ganar un centavo”. “Ella es mi amor” -dijo el escritor- “no puedo abandonarla” sacó de su bolsillo una vieja pluma envuelta en un paño de franela “Es usted un traidor malnacido, jamás recibí de usted tanto cuidado. Reniego, reniego de ser su pierna izquierda, reniego del metal que me da fuerza y reniego del cedral que me formó” replicó llena de irá nuestra noble muleta.

Vano fue el intento que hizo el escritor por reparar el daño y abundantes conclusiones resonaron entre los viajeros que, aunque alucinantes por el hambre y la fatiga, no dudaron en llamarlo poseído y drogadicto, embrujado y mal augurio al verlo suplicar a una muleta... Las injurias proferidas por la plebe indignaron ferozmente a la flaquita y de la irá pasó a la compasión, observaba a detalle las manos del connotado escritor.

Invariablemente Yuno y May estaban cerca, aún envueltos en la escena inverosímil del espíritu maligno que habitaba en aquel hombre. “Deja tus bobadas, reprendió May a Yuno, que no ves que no está poseído, es un hombre agradecido. Estaban decididos a consultar a la flaca: “Flaca es cierto, ¿qué demonio posee al escritor? ¿qué harás? Vas a seguir sosteniéndolo. “Perdón amigos perdí la cabeza”.

Les hablaré al oído para no despertarlo, pienso cuidarlo hasta que encuentre su ángel, vean sus manos, ellas no le han ayudado mucho. Él solo garabatea o hace letras, estos garabatos o letras lo meten en problemas. Ellos tienen como dice Yuno otro pedazo de carne llamado cerebro que mueve la mano y la hace garabatear, escribir le llaman. ¿Y tú no puedes garabatear? preguntó Yuno. No, solo es posible para la mano, una de ellas la derecha pues la otra es una completa inútil. Mientras la flaca explicaba anatómicamente tan delicadas funciones, era reparada por el hombre con las botas militares, quien reforzaba con algunos clavos y pegamento las resquebrajadas piezas de la muleta. El escritor asintió dulcemente la cabeza mientras veía reparada aquella pieza.

No podemos olvidar a Beto, quien había perdido ya muchos líquidos y suplicaba a Dios que el tránsito en camión terminara pronto como le habían prometido. Y así fue. Un viernes a las tres de la madrugada el camión se detuvo en una zona desértica de México. Rápidamente bajaron todos del bus, sin bajas que lamentar. Las bajas habían sido lamentables en esta ruta, quedaron atrás familias completas con niños pequeños, una pareja de enfermos mentales, dos enfermos alcohólicos, seis hombres de mediana edad con sus cuerpos completamente tatuados. Todos muertos en el desierto. Yuno preguntaba a May: ¿Qué habrá sido de los zapatos que quedaron huérfanos en el desierto May? No lo sé Yuno, estoy sintiendo mucho miedo. Parece que ya vamos a subir, May. Mientras cuatro hombres ayudaban al escritor, otro más aseguraba la muleta. Beto mejoraba poco a poco mientras Yuno May y la flaca no cerraban sus ojos ni un instante hasta que el gemido infernal de aquella fiera de metal se detuvo en las linderas que asomaban la frontera. Con extraordinaria sorpresa los tres amigos observaban como el escritor y Beto cruzaron palabras amenamente. Después de mucha plática Beto saco cuidadosamente su teléfono celular, mientras el escritor entre el paño de franela sacaba un garabato, llamó a alguien en aquel instante. Nuevamente su buena amiga observó aquella sonrisa. El hombre lloraba, sonreía, gritaba mientras los acompañantes no entendían bien lo que pasaba.

Tras ocho horas continuas bajaron de la bestia. El escritor con ágilmente tomó la muleta, admitió solo la ayuda necesaria, se incorporó rápidamente a la calzada. Llamó sigilosamente a Beto y avanzaron hasta un pequeño parque de artesanías. El escritor iba al encuentro de su ángel, quién aguardaba impaciente. Yuno May y la flaca no podían esperar para conocer aquella mujer que propicio la salida del escritor de aquel sepulcro. La espera poco duro, se vio nublada por algunos golpes secos contra el piso. Era una mujer con muleta que se aproximaba, de extraña belleza. Irradiaba felicidad y parecía desfallecer mientras se acercaba al escritor. Aquel era su ángel. Lo que vino después era indescriptible resumiremos en que su abrazo se prolongó hasta causar hastío en los presentes. Como era natural la flaca observó celosamente a la mujer, el escritor que contemplaba la escena con detalle intervino diciendo: “Ven, amiga mía, comparte conmigo la dicha enorme de ser un lisiado que ama y es amado por un ser casi divino.” La mujer sonrió. “Tú, mi fiel amiga, eres testigo fiel de mis estériles conversaciones la vida y de mi pluma que desparrama su tinta sin lograr un solo verso. Eso es lo que equivocadamente creí hasta que en Estados Unidos comenzaron a leerme, y cada día más. Seguramente desconoces el nombre de la obra, se llama Garabato. Quiero invitarlos a saborear nuestros éxitos a ti y a tus amigos: Yuno, May y Beto. ¡Vamos, amigos míos, acérquense! Vamos, vengan todos...

¡Hoy quiero contar un cuento!


El Paraíso, departamento de El Paraíso

(*) Este cuento, recibió Segunda Mención Honorífica, en los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán, en 2024

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