¡DEJEN GOBERNAR AL PRESIDENTE!
Juan
Ramón Martínez.
Dentro
de veinte años, nadie se acordará de los “ministros” del
gobierno de Lobo Sosa. Tal vez la excepción sean los historiadores,
profesionalmente acuciosos; o los rencorosos que acumulan cifras y
nombres para saborear en frio, el encanto de la venganza, hablando de
sus enemigos. Lo que la gente recordará, sin ningún género de
duda, es al gobierno de Lobo Sosa, al que le atribuirán las buenas y
las malas, pasando por alto el nombre de sus “ministros” que
serán borrados de la memoria social. Por ello es que en modelos
políticos presidencialistas, como es el nuestro, no existen
ministros sino que secretarios de estado que operan como asesores y
servidores suyos en áreas específicas en donde se les considera
expertos. De allí que sean empleados de su nombramiento personal,
pudiendo prescindir de ellos sin ninguna consulta previa con ningún
otro poder del Estado, nombrando a las personas que consideren
adecuadas. Al fin y al cabo la responsabilidad por los resultados es
exclusivamente suya. Será del titular del Ejecutivo del cual
hablarán en bien o en mal.
Porfirio Lobo Sosa |
Decimos
lo anterior porque se ha creado un clima inverso entre nosotros. Los
secretarios de estado, elevados artificialmente a la categoría de
Ministros, copartícipes del gobierno, se consideran al nivel del
gobernante que, debe pedirles permiso para removerlos de los cargos,
cómo si estos fuesen de su propiedad. De allí que el molote que se
ha organizado alrededor de la salida de Miguel Rodrigo Pastor, no
tiene sentido alguno. Y mucho menos razón de ser. Ni por los que se
oponen a la competencia del Presidente Lobo para removerlo; y mucho
menos por los que han terminado por creer que por la popularidad del
defenestrado, este solo podía salir del gobierno cuando le diera las
ganas. Ni un minuto antes.
Los
políticos, especialmente en los últimos años, han usado los
cargos, no para servir, sino que para hacerse visibles y conseguir
elevarse a posiciones de elección popular. Algunos tratan de hacer
las cosas bien, no para la satisfacción del deber cumplido, sino que
para el recibimiento de aplausos y agradecimientos sobre los cuales
deslizar avances en la búsqueda del poder. Otros acumulan riqueza en
forma silenciosa para financiar la campaña; o para consolarse en
caso de no lograr su ansiado sueño de dirigir al país. Todo esto es
parte de la crisis moral que vive el país, la ciudadanía y el
sistema político.
En
el caso de Miguel Rodrigo Pastor, tenemos entendido que Lobo Sosa le
dio una ampliación en el cargo hasta el mes de mayo, para que
resolviera y ordenara el manejo de fondos fuera del presupuesto; y
para que le diera dinamismo a la inversión extranjera que tiene en
las obras públicas el campo de colocación de recursos de los
grandes prestamistas que tiene el gobierno de Honduras.
Aparentemente, el secretario de estado cumplió la primera parte de
la tarea, pero no pudo sacar adelante el mejoramiento de la capacidad
ejecutiva de los fondos externos. No descartamos que esta debilidad
de Miguel Rodrigo Pastor, tenga que ver con la resistencia que, desde
el principio, le han presentado los que se oponen a aceptar que una
persona que no es ingeniero los dirija; y que lo haga sin la
habilidad que lo hizo el secretario de Estado de esa cartera en
tiempos de Zelaya y Micheletti; y de cuyo nombre nos hemos olvidado
al momento de escribir esta columna. Las declaraciones de su sucesor,
el Ing. Gamez – torpes e innecesarias – dan la impresión que el
factor que más influyó en la destitución de Miguel Rodrigo Pastor,
ha sido la continua insatisfacción de las entidades financieras por
su escaso nivel de ejecución y la reducida velocidad de los
desembolsos.
Si
las cosas son así, es un poco difícil encontrar señales de
política partidaria, en donde no hay sino valoración por escasos
resultados. Con la que la cesación de Pastor Mejía, termina
pareciéndose con lo que le ocurriera al secretario de Estado de
Seguridad que por más que hablaba y trabajaba para el público, no
producía resultados, sino que acumulaba atrasos y deficiencias.
Por
supuesto, aquí – en la medida en que todo se ha politizado –
pasamos por alto que cada funcionario está en la obligación de dar
resultados a quien le ha nombrado esperando que se rompa el pecho, en
el cumplimiento de sus deberes.
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