EL RECHAZO DE LA INMORALIDAD
Juan
Ramón Martínez.
El
director gerente del Fondo Monetario Internacional, ha sido rechazado
por los estudiantes de la Universidad de Cambridge debido a su
conducta sexual irregular y al hecho que mientras se le permite
hablar, cómo si no hubiera hecho nada, no se le da igual derecho a
quienes ha ofendido con su desaforado líbido desbocado. Tal rechazo,
tiene mucho que ver con el hecho que la sociedad civil de muchos
otros países, entre los cuales no está el nuestro, rechazan desde
la población y la ciudadanía, las conductas irregulares, al margen
de si los jueces los han condenado o no. Es decir que allí, junto a
la justicia oficial, funciona con mayor dureza el juicio público, al
que se someten todos los que de alguna manera ocupan lugares
especiales en el gobierno, en los organismos internacionales; o en la
sociedad misma. Mentir, robar o fornicar, son pecados imperdonables.
Instalaciones del Fondo Monetario Internacional en Washington, D.C. |
En
cambio aquí entre nosotros, la sociedad civil se muestra
absolutamente inactiva, no se valora; ni se atribuye ninguna
responsabilidad en el enjuiciamiento de la conducta de los
funcionarios y de los líderes económicos o sociales. Por ello,
siempre se ha manejado un absoluto silencio frente a la conducta de
los políticos, incluidos los denunciados tímidamente por un sistema
judicial poco eficiente, como si las acciones de éstos no ocurrieran
dentro y en perjuicio de la sociedad. En Honduras hay casos de
personas que tienen más de veinte años sin trabajar, viven
retirados y sin actividad alguna, llevando un ritmo de vida
caracterizado por viajes al extranjero y lujo visible para todos, sin
que nadie se avergüence de darles la mano o asistir a sus cumpleaños
y saraos anuales. Estos exitosos desocupados, no solo son políticos
civiles, sino que también algunos ex militares que ocuparon la
Jefatura de las Fuerzas Armadas y que, aparentemente desde esos
cargos acumularon importantes ahorros, más allá de lo que le
permitían sus sueldos oficiales.
La
expresión – que no gusta; pero casi todos usan – que aquí en
Honduras nadie se prestigia o desprestigia, no solo es cobarde,
irresponsable y cínica, sino que auto destructiva. Porque implica un
mensaje a los deshonestos para que aquí, hagan lo que quieran con
nuestros recursos, desprestigien al país; y pongan en precario la
felicidad debida de nuestros compatriotas, con la seguridad que nadie
los enjuiciará. Y si ésto ocurre, la sociedad en vez de criticarles
y cerrarles las puertas como ha ocurrido con el ex director gerente
del FMI, a quien los estudiantes universitarios no quieren oír, aquí
batimos palmas y les celebramos.
Hay
que entender entonces que en Honduras la inmoralidad, la indecencia y
el delito, no son objeto de censura por parte de la sociedad. Se
eligen a ladrones como diputados o alcaldes, se entregan medallas a
los defraudadores del fisco; y se eligen como candidatos a cargos de
elección en gremios y asociaciones, a personas enjuiciadas por
sustracción de bienes públicos, con una naturalidad que
escandaliza. Ello nos hace esperar los peores males para una sociedad
indiferente como la nuestra. Incluso el uso político de la
corrupción, tiene sus características especiales: contamos con un
partido que dice luchar en contra de la corrupción; pero que no se
manifiesta en contra de los corruptos; no nos aconseja cómo
comportarnos ante los saqueadores de los bienes públicos. Ni los
menciona.
De
repente aquí hay algunas conductas cultivadas por el sistema. El
gobierno no se ve como fruto de la ciudadanía que lo crea para
lograr fines colectivos y de bienestar individual, sino que como una
piñata que conquistan unos pocos vivos. Y que en consecuencia, cómo
es de su propiedad, pueden hacer con ella lo que les venga en ganas.
Pero además, se ha enseñado que los gobernantes son superiores a
los ciudadanos, en consecuencia éstos no tienen autoridad para
cuestionar a quienes son los “dueños” del país. Y además, se
le ha inculcado al pueblo el sentimiento que gobierno es productor de
dinero. En consecuencia puede hacer con él lo que quieran sus
titulares, sin que estemos autorizados a censurar el enriquecimiento
indebido, la creación de fortunas fuera de la multiplicación de los
salarios; o la voluntad delictuosa de los ladrones hábiles en la
sustracción y uso de los fondos públicos adquiridos
fraudulentamente.
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