NUEVO OBISPO EN COPÁN

Juan Ramón Martínez.


Algunos observadores, poco enterados de los asuntos internos de la Iglesia Católica, están haciendo juicios buscando enfrentar el legado de Monseñor Santos con el nuevo estilo de conducción del rebaño confiado que sin duda pondrá en práctica Monseñor Darwin Andino. Por eso, exageran el desempeño de Santos, muestran sus inclinaciones políticas y su afecto por el gobierno de Zelaya; y buscan desde allí, crear una fisura entre la supuesta “Iglesia Popular” con el resto de la Iglesia que el nuevo obispo también tiene la obligación de animar y conducir.


Mientras Santos se inclinó, por razones más que justificadas como indicaremos más adelante, por la primera, Monseñor Andino tiene que reconstruir la unidad diocesana, resanar las heridas producto de la intolerancia que ha afectado a todo el país, comprometiéndose en la fortaleza no de grupos específicos, sino que de toda la comunidad católica occidental. En esto cómo es natural, se producirán cambios, porque los estilos son diferentes y las percepciones que se tienen ahora en la zona, son diferentes al entusiasmo político indebido e incorrecto que se desarrollo por efecto del populismo en el que se involucró Santos, bajo la creencia que por este medio podía lograr lo suyo: fortalecer la comunidad, aumentar la fuerza de negociación con el poder y consolidar los mecanismos económicos que permitieran enfrentar las salvajes agresiones de la pobreza que, precisamente en esta diócesis son muy visibles y vergonzosas.


Por manera que no hay que inventar ni promover conflictos. Monseñor Santos hizo lo propio. A su estilo, algunas veces muy ruidoso, logró que la comunidad tomara conciencia de sí, descubriera en su debilidades la presencia del pecado; y se involucrara en la solución de los problemas, en una perspectiva en que más que lo material – que es importante – lo básico fuese la reconciliación, el trabajo cooperativo y la reconciliación con Dios por medio de la paz y la tolerancia entre todos.


Conozco desde hace muchos años a Monseñor Santos. Una vez, joven sacerdote “dragoneante” de obispo, no se quiso fotografiar con nosotros porque decía en broma que por ser social cristianos, lo podíamos contaminar. Pero ello no afectó nuestras relaciones de mutua simpatía que, por obligaciones pastorales él ha evitado que se deterioren por efecto de las diferencias con el manejo del fenómeno de Zelaya en la política nacional. Mientras tuve y sigo teniendo mis dudas sobre su inconveniencia para la paz de la república y la independencia de la nación hondureña, Santos creyó en su discurso y de alguna manera, le brindó apoyo incluso de naturaleza política, sin tener nada atrás de sí cómo han demostrado los hechos. No porque él sea un Obispo Rojo – apodo injusto que no tiene que ver con sus comportamientos profundos a favor de la liberación de los pobres – sino porque desde hace mucho, le afecta y le duele la pobreza de una zona que pese a las debilidades relativas en cuanto a recursos se refiere, su atraso es una vergüenza para todos los católicos. Equivocarse en el sentido que es el gobierno el que proveerá, no es un pecado por el cual hay que satanizar a un Obispo que siempre busco lo mejor para sus feligreses.


Monseñor Andino, tiene la responsabilidad de recuperar los equilibrios perdidos, institucionalizar las relaciones con grupos y sectores de la sociedad que por razones válidas o no, se confrontaron con su antecesor y de rebote con la Iglesia.


Desde adentro hacia afuera, recuperará la comunión de los obispos, reducirá las tensiones entre los miembros de la Conferencia Episcopal y abrirá un diálogo que puede permitir tener logros mejores que los que intentó Santos desde una perspectiva más cuestionadora. Andino, más mesurado y conciliador podrá avanzar mucho en esta dirección, especialmente si recibe la cooperación de sus sacerdotes que deben entender que el Obispo es un servidor al cual nunca se le debe dar tratos que le hagan pensar que es el dueño del rebaño.

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