“LUCHA” CONTRA LA POBREZA

Juan Ramón Martínez.


La pobreza en vez de disminuir, exhibe un comportamiento dinámico y doloroso. Cada año aumentan los pobres, se excluyen de la tomas de decisiones a miles de compatriotas; y la miseria amenaza cada día que pasa a nuevas generaciones que se quedan, definitivamente al margen. Cómo lo hemos dicho en otras oportunidades la pobreza, la exclusión y el marginamiento, no son fruto de ninguna maldición. Y, mucho menos, expresión mecánica de un modelo económico que por su naturaleza es excluyente y concentrador de recursos. Por supuesto que, en lo que se refiere al modelo económico, habría que reflexionar sobre el cobro de impuestos, los servicios que se ofrecen a los pobres y evaluar las oportunidades que les da el sistema para ascender y dejar la pobreza.


Pero hay algo más. Hace unas décadas todos éramos pobres. O más bien, las diferencias entre los pobres y los ricos no eran tan abismales como ahora. En España el más bajo salario y el más alto, contiene 14 veces al primero. En Estados Unidos 27, Brasil 53 y Honduras – en donde hay pocos estudios precisos sobre este asunto – calculamos que la diferencia anda cerca de cuarenta veces. Cifras menos o cifras más, la verdad es que junto con Brasil, somos de los países en donde la equidad está más ausente en la distribución del ingreso. Confirmando que además del sistema productivo ineficiente y excluyente, en el caso de Honduras, hay poco interés en hacerles justicia a las personas, de forma que las diferencias no tengan el carácter que observamos.


En la práctica – y casi sin que nos demos cuenta – hemos ido creando dos Honduras que se pueden ver en el comercio en estos tiempos de navidades. Hay hondureños que no pueden comprar en los “moles” por los elevados precios que tienen los artículos, en algunos casos superiores a los de otros países desarrollados. Compran productos de segunda mano, usados y de muy baja calidad. Pero los precios están a la altura de su capacidad de compra. Porque en el fondo, es aquí en donde está la diferencia: la cantidad de dinero en el bolsillo y la capacidad de compra en igualdad de condiciones entre todos. Y es que la gran diferencia es que el pobre no tiene recursos en el bolsillo. Y los que tiene, son insuficientes como para que se comporte como un agente dinamizador de la economía nacional. Una economía sin consumo, no es tal. Porque nadie se atreverá a producir sabiendo que no encontrará compradores para sus productos.


Los ensayos que se han hecho para enfrentar la pobreza han sido tremendos fracasos. Abusos en contra de la buena fe y verdaderas tomaduras de pelo. Después del Mitch aquí se diseñó, por exigencias externas, una estrategia de la pobreza. Centrada en el gobierno, todo lo que tenía que pagar al exterior por la deuda y sus servicios, debía entregarlo en el mejoramiento de la calidad de los servicios y en la realización de propuestas imaginativas. Todo quedó en agua de borrajas: el dinero se destino a pagar maestros y policías. Y otra parte para efectuar la promoción de un proyecto político continuista. Todavía el sistema jurídico está atrapado en el cumplimiento del deber, dejando en la impunidad a un alto funcionario que abusó de estos fondos para otros objetivos nada relacionados con la lucha en contra de la pobreza.


Ahora, lo que tenemos es un proceso de entrega de bonos que, financiados con préstamos concesionados, genera entre otras dificultades, dependencia y parálisis de los que se han descubierto a sí mismos como sujetos de las preocupaciones cuatrienales de los políticos de turno. Y cínicamente, venden su condición, para sacar algo a cambio.

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