URGENCIA DE UN GRAN ACUERDO NACIONAL

Juan Ramón Martínez.


La crisis de 2008, que concluyera con el golpe de Zelaya en su proyecto de Constituyente y el contragolpe de las fuerzas democráticas que lo colocaron en el lugar que se merecía, confirmaron la incapacidad de las élites hondureñas para ponerse de acuerdo. Y sin violar la ley, resolver sus diferencias. No para darle gusto a sus egoísmos, sino que facilitar cumplimiento feliz de servidores fieles de la voluntad de la ciudadanía que quiere paz, tranquilidad y seguridad, como condición para lograr sus objetivos personales o grupales.


Por alguna razón, la capacidad de los hondureños para manejar sus diferencias, sin llegar a la violencia, se esfumó una vez que se enfrentó a Zelaya y su proyecto de cambiar las reglas del juego e instaurar en el país un gobierno socialista, diferente de los modelos democráticos defendidos por los hondureños en forma mayoritaria. En primer lugar, hay que decir que los asaltos al sistema legal, impulsados por Armando Velásquez Cerrato en 1959, el golpe de estado de López Arellano en contra de Villeda Morales y la II República; y los ataques ilegales de los militares en contra de los movimientos guerrilleros de los años ochenta especialmente, crearon en el país el sentimiento que no se podía hablar con los enemigos. Porque el mejor de éstos solo lo era cuando estaba muerto.


Desde esos acontecimientos empezó a desarrollarse en la mentalidad de los políticos, el sentimiento que lo que daba prestigio no era el diálogo y el acuerdo, sino que el jaque mate al adversario, dejándolo tirado en la cuneta. Cuando Zelaya cayó en las redes de Chávez; y empezó a imaginarse como posible sucesor continental de la generación de Castro, Ortega y Chávez, creyó que el golpe de manos, la bufonada, la anticipación; y el hecho consumado, eran básicos en una estrategia eficaz para doblegar a los opositores. Acertó en cuanto a que el factor sorpresa era muy importante para debilitar a la volátil derecha; y supo manejar como nadie antes – los marxistas incluidos que fueron sus inventores – las tesis de la “lucha de clases” porque se articuló con valores culturales que han agudizado la pobreza entre todos. La oferta de quitarles a unos para darle a otros, prendió y dio esperanzas a muchos que imaginaban que la pobreza era una situación irreversible. Y que la única solución solo vendría del gobierno,


Pero se equivocó en la valoración y consistencia de la salvaguarda que para el sistema, representan las Fuerzas Armadas que, pese a los esfuerzos, coqueteos y regalos numismáticos con los que abrumaron a muchos altos oficiales, se mantuvo firme. Zelaya menospreció el carácter de los oficiales. Y pasó por alto un fenómeno que debe ser considerado en el futuro: en las FFAA se ha impuesto un liderazgo institucional que hace imposible el aparecimiento de un “Jefe” personal y caudillista cómo ocurriera en el pasado con la generación de las barracas representada por López Arellano, Paz García y Melgar Castro. Ahora no se puede dominar a la institución, coptando la simpatía del Jefe del Estado Mayor Conjunto o de la Junta de Comandantes. Las Fuerzas Armadas son totalmente diferentes. Y ahora hay que pactar con ellas. Y hay temas sobre los cuales no hay arreglo posible, como es el referido al irrespeto de la ley por una razón sencilla: todos los oficiales saben que cualquiera cosa que hagan fuera de la ley, les convierte en culpables y los puede llevar a la cárcel o al desprestigio.


Las fuerzas democráticas se mostraron flexibles y dispuestas a llegar a acuerdos. Zelaya, por el contrario, mostró una intransigencia que no habíamos visto antes, tan solo posiblemente en las negociaciones para evitar la guerra civil de 1924. Sin esta intransigencia, con un poco más de humildad por parte del grupo de políticos más inexpertos que han llegado al poder en Honduras, ( Patricia Rodas, Flores Lanza y Milton Jiménez Puerto), las diferencias se habrían salvado con algunos éxitos para Zelaya. A cambio de la cuarta urna, hubiera negociado reformas importantes que hubieran garantizado y consolidado el triunfo liberal, que le habría servido de plataforma para eventuales candidaturas futuras. Pero, derrotados por la urgencia, menospreciaron la oportunidad para por medio del diálogo, asegurar objetivos a más largo plazo. Fue una lástima para ellos y una calamidad para todos. Porque ahora nos ha dejado incapaces de establecer un acuerdo nacional.

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