DE CONTROLES Y LIMITACIONES
Juan Ramón Martínez.
Lo más importante de la vida
social organizada, es la capacidad de los individuos para someterse
al imperio de la ley, cumpliendo las reglas que hacen posible la
normal convivencia. Es el triunfo del nosotros, sobre el “yo”,
indómito, indócil y algunas veces irracional. Y el surgimiento de
la seguridad que nadie, sabiendo que se incurre en delito, se
apropiara de los bienes ajenos, le inferirá daños a la existencia
de los otros; o le quitará la vida. El sistema social, que protege a
las personas, cuando se irrespeta la ley, inicia el proceso de
sanciones y castigos.
Esta es la lógica de la vida
civilizada moderna occidental. Y del sistema democrático,--
considerado hasta ahora el más perfecto y seguro para la vida
civilizada – que se basa en el sometimiento de todos sin excepción
al cumplimiento de la ley, la limitación de quienes tienen algún
tipo de poder, la división de los tres poderes del estado de forma
que ninguno estará por encima de los otros; y que mas bien se
controlan, se frenan y se evalúan, los unos a los otros. Como efecto
de todos, los estudiosos de la vida social, concluyen que la
conciliación entre las pretensiones individuales y las obligaciones
de la vida colectiva, es lo que determina el ajuste normal a la vida
social.
De esta forma, es fácil
afirmar que el eje de la vida social y política es la limitación y
el control. Las autoridades que elegimos en los procesos electorales,
no tienen poderes ilimitados, sus responsabilidades están
establecidas por la ley; y su seguridad en el cargo, se determina por
el ajuste de sus comportamientos y acciones al sometimiento a la ley.
Por el contrario, quienes se exceden en sus acciones egoístas y
hacen lo que le da la gana, pasando por alto los imperativos de la
ley, se exponen a los castigos correspondientes. Cómo le ocurriera a
Zelaya en el 2009. Estableciendo un ejemplo que todavía un sector no
asimila, porque hay una falla de percepción que hay que superar: la
idea que los elegidos son superiores a los electores, en razón de lo
cual pueden incluso violar la ley.
Estas reflexiones tienen mucho
que ver con el clima que estamos viviendo en lo referido al rechazo
por parte de algunos dirigentes estatales, del control social y
político, la superioridad de la ley y la obligación de someterse a
la voluntad y decisiones de los jueces. El
reclamo del Presidente Lobo Sosa, en el sentido que encima de los
jueces no está nadie, no tiene sentido. Es un regreso a la selva,
una ruptura con la civilización y un rechazo frontal al sistema
democrático.
Porque solo los jueces están por encima de los diputados, de los
titulares del Ejecutivo y de cualquiera autoridad por más superior
que se imagine. Carías Andino, en un momento de la llamada guerra
del 24 del siglo pasado, recurrió a un juez para que le permitiera
ante su autoridad, jurar el cargo de Presidente que sus cifras
electorales indicaban que había ganado por decisión de la voluntad
popular.
El concepto que siempre debe
haber alguien encima para controlar el de abajo, es muy burocrática
y mecánica. Y poco democrática. Por ejemplo, el titular del
Ejecutivo no está por encima del Poder Legislativo, del poder
municipal y mucho menos de los ciudadanos. Es decir que en la
práctica, no está encima de nadie, sino que sometido a la voluntad
popular. En
términos de poderes, no está por encima de los jueces, porque ello
sería una contradicción porque le daría un poder que es
contradictorio con la limitación que es esencial para la práctica
democrática.
De la misma manera, es un absurdo imaginar que encima de los jueces
pueda estar otra autoridad, porque entonces los derechos y la
justicia se colocan en manos de esta nueva autoridad que en ningún
momento la doctrina democrática considera siquiera. En
el pasado, se colocaba a Dios. Ahora, encima de los jueces y
magistrados solo está la ley, que representa la voluntad de todos.
Lo que debemos controlar es al
Ejecutivo y al Legislativo, que en la práctica, -- con la excepción
de la declaración de inconstitucional por la Corte y el veto del
Ejecutivo con respecto al Congreso – actúan en forma
descontrolada. El Tribunal Superior de Cuentas, no evalúa, no
investiga; ni mucho menos cuestiona la labor del Congreso, la forma
que usa los fondos; ni al Ejecutivo, especialmente a la Casa
Presidencial que no le da cuentas a nadie, siquiera. Este es el
control que interesa, no quien domina a los jueces que son la clave
de la vida democrática.
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