PLEITO POR LOS EVANGÉLICOS


Juan Ramón Martínez

Lo habíamos esperado. Tanto porque la ley era excluyente imponiendo entre grupos dispersos, una unidad forzada y el sometimiento a un liderazgo vertical que desde Lutero rechazan los evangélicos. Cómo porque en el fondo, la ley declarada inconstitucional por parte de la Corte Suprema de Justicia, lo que trata es de consolidar los espacios ganados por los evangélicos en su guerra no declarada con la Iglesia Católica, especialmente en el juego de las dispensas oficiales para el ingreso de bienes externos al país, sin el pago correspondiente cómo hacemos el resto de los hondureños. Muchos de estas dispensas son preferentemente para los más famosos. Dejando a la mayoría, fuera del festín.

Planteadas así las cosas, no nos parece justo que por una decisión jurídica, que todos habíamos anticipado por lo ilegal de la ley que comentamos, el titular del Ejecutivo y la Corte Suprema de Justicia, vayan a envolverse en una guerra verbal que además de intranquilizarnos a todos, ponga en peligro la estabilidad y la cordialidad entre los poderes del Estado. Dicho en otros términos, no nos parece que una pelea entre el Ejecutivo y la Corte – que nunca puede ser justificada dentro del estado de derecho – sea buena para el país. Si en el plano de lo civil hemos tenido avances, los mismos son notorios en el mejoramiento de la práctica de la justicia. Por supuesto que hay mora, que todavía algunos jueces no cumplen con su deber cómo espera la sociedad; pero no se puede pasar por alto que la independencia de la Corte Suprema es algo positivo. Y que la práctica de la justicia haya dejado de ser parte del “comercio” y la “industria” política, es un logro que, debemos celebrar. Por lo que no es conveniente que volvamos a la inestabilidad de 2009, en la que el Ejecutivo arrinconó al Congreso y a la Corte, amenazando a sus miembros vía el no envío del presupuesto, sus miembros terminarían bebiendo café sin azúcar. Los resultados de aquella pelea todos los conocemos. Como también los costos que como colectividad tuvimos que pagar.

El respeto a una nación por el resto de la comunidad internacional, no tiene mucho que ver con el tamaño de sus Fuerzas Armadas, sino que con la vocación de sus líderes por el respeto a la ley y por la defensa y consolidación del estado de derecho. Cuando el Presidente Lobo Sosa se queja de la Corte Suprema de Justicia y reclama casi por su sustitución; o por la creación de un mecanismo ad-hoc para limitar su poder, no hace ninguna contribución positiva para el prestigio del país. Mas bien se exhibe y nos exhibe a todos nosotros los hondureños como un pueblo que no puede someterse a la ley. Y que disputa por una simple ley destinada a favorecer a la cúpula evangélica del país, cuya base más pobre rechaza un centralismo que no tiene mucho que ver con sus visiones de la acción pastoral. Tanto por principios, como porque los deja fuera del festín.

El silencio de la CorteSuprema de Justicia es ejemplar. Los magistrados no tienen porque discutir en la prensa, las fundamentaciones de sus resoluciones. Ni tampoco participar en dimes y diretes con los demás poderes del Estado. En todo caso, las diferencias pueden resolverse por medio del acatamiento de la ley y el sometimiento del Congreso a las exigencias jurídicas asumidas por el más alto tribunal de justicia del país. De allí que, además, nos resulte inexplicable que el Presidente Lobo le dé tanta importancia a una ley que no le reditúa beneficio político alguno. Y que quien debe reaccionar es el Congreso Nacional que es a quien la Corte Suprema le enmienda la plana totalmente.

Llama la atención el silencio de los evangélicos que promovieron esta ley, que empujaron al Poder Ejecutivo a redactarla; y al Congreso que, de repente con más religiosidad que con respeto a las leyes, la emitieron. Son ellos los que tienen que explicarnos por qué quieren dominar a las pequeñas iglesias, qué buscan hacer con los mecanismos de dispensas establecidos; y cuál es la dirección que quieren imponerle al evangelismo que, en algunos momentos, además de superar a la IglesiaCatólica, pareciera que estuviera interesado en dominar y controlar al Estado para hacerlo salir del imperio de la ley y su subordinación a la Constitución. Para subordinarlo no a la voluntad sino que a los deseos de algunos que, más que a la búsqueda de Dios unificador y salvador, aspiran al poder terrenal.

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