SOBRE EL ESTADO FALLIDO Y OTRAS TONTERÍAS

Juan Ramón Martínez.

Los que viven repitiendo interiormente las expresiones que se inventan en el exterior, deben estar a esta alturas, tocándose el mentón, sacándole brillo a los ojos; y preparándose para arremeter en su cometido de convencernos que lo ocurrido en Comayagua es la mejor prueba que el estado hondureño ha fallado. Por supuesto, sin el menor respeto intelectual para los lectores, pasan por alto que una cosa para ser considerada fallida, requiere de una condición básica. Haberlo sido sin ningún género de dudas. Y pruebas que las fallas, son estructurales.

Una revisión de las cuentas públicas, en el curso de la historia nacional, configura un hecho meridiano: la sociedad política no ha podido articular, en casi ningún momento una corriente de recursos, suficientes para sostener a la burocracia inevitable del gobierno y bastantes para cubrir una población que por diferentes motivos, en el curso del tiempo se ha ido quedando al margen de la producción económica y la distribución equitativa de sus beneficios. En otras palabras, la verdad es que no hemos llegado a tener un estado. De allí que hablar de estado fallido es una expresión ilógica y poco consistente con la verdad de los hechos.

Es más fácil reconocer que el estado es inexistente; y que aun ahora, carecemos de tal cosa. Cómo siempre la verdad libera e ilumina el camino de la acción individual y colectiva. Y ayuda a darnos cuenta que lo que nos hace falta, no está en nuestras manos, nos puede ayudar a construir de verdad, sin engaños, un estado que este a la altura de nuestras necesidades y las exigencias que nos plantea la mundialización de las relaciones internacionales. Desde ésta perspectiva hay que reconocer una ambigüedad ideológica y emocional en los hondureños: no ha habido clara voluntad de crear un estado nacional. Siempre hemos manejado la nostalgia del Estado Centroamericano y siempre nos hemos mostrado como unos peregrinos en el desierto esperando que este emerja desde el interior de las cenizas acumuladas de la historia.

Tampoco hemos podido entender que un Estado solo es factible cuando se tiene una sociedad civil que lo sostiene y una ciudadanía que lo paga. La sociedad civil no ha podido desarrollarse. Las fuerzas políticas caudillezcas, no les ha interesado la creación de una sociedad civil autónoma que ponga al gobierno a su servicio. Ellos han querido y lo han logrado, ser la sociedad, la ciudadanía y el “estado” de mentiritas. Dominando y obstaculizando la operación de éstas tres instancias colectivas. El que las fuerzas económicas estén subordinadas a la política; y que la corrupción se haya impuesto de manera generalizada, solo es posible en un estado inexistente. El gobierno es de sus titulares y carece de vocación de servicio a la ciudadanía, los políticos lo usan para sus desmanes y desafueros y como objeto de infantil disputa de sus caprichos. Organizando guerras civiles como en el pasado – sin descartar que ahora se esté incubando una nueva cuando los nuevos partidos no consigan el respaldo electoral cómo han creído – o creando inestabilidades que frenan la participación democrática de la ciudadanía y sometiendo al gobierno bajo el control de la sociedad civil y sus instituciones más representativas. De cara a este hecho, lo que hay que decidir en Honduras es si queremos construir un estado independiente, distante de Estados Unidos y de Venezuela, manejado por los hondureños y creado y operado para garantizar la paz y la seguridad de todos.

El unionismo es un recuerdo. Hay que crear nuevas instituciones democráticas. El municipio debe democratizarse y el alcalde y el cabildo, más que dueños y jefes, deben ser instrumentos de la ciudadanía para lograr sus objetivos destinados a crear capacidad y competencia para la auto sostenibilidad municipal. Las regiones, -- que no deben imaginarse para disgregar y debilitar al país -- deben colocar al gobierno en una postura de gerente del bien común, de servidor de los intereses colectivos, dejando su condición de líderes de la población en los cajones de la historia.

Pero en cada uno, debe surgir un nuevo sentimiento de la singularidad. El complejo de inferioridad que debilita, impulsándonos a la búsqueda de jefes externos que nos dominen, debe ser eliminado si queremos tener, por primera vez, un estado de verdad. Después; y solo entonces, podemos hablar de estado fallido. Ahora no.

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