NO APUESTO POR EL FRACASO
Juan Ramón Martínez.
No formo parte de los que esperan con ansias, el colapso final de Honduras. No porque no aman a su país, sino que para echarle la culpa a los partidos políticos, a las elites empresariales, a los gobiernos; y por supuesto a la burguesía rural o urbana. O para implorar la ayuda internacional, aprovechar las migajas que se caen de las mesas de los epulones que manejan las cosas en el país y hacer algunos negocios; o para encontrar datos estadísticos con la cual construir las escaleras de sacrificio, por donde se desliza el país hacia las desgracias. Más bien, fui formado para tener esperanza, para creer que el futuro sería mejor y para confiar en el desarrollo de una conciencia política en que la participación ciudadana dejara de ser un simple mecanismo destinado a la manipulación. De forma que la crítica que he hecho en estos años y las declaraciones dadas a los medios de comunicación, no han tenido la finalidad de anunciar el fin el mundo, sino que para llamar la atención de los riesgos de la inactividad, del desacuerdo sin sentido y del infantilismo con que algunos se comportan en la vida política.
Por esa razón, cuando veo acuerdos novedosos, que parecen torcer la malsana tendencia del 2009,-- en que la característica central del comportamiento de los políticos en el poder era la intransigencia, la provocación de los adversarios y la búsqueda de la explosión social y política del país --, me lleno de satisfacción. El acuerdo de los empresarios y los trabajadores alrededor del salario mínimo, al tiempo que fue un éxito para el gobierno de Lobo Sosa, constituyó el retorno de la madurez por parte del liderazgo nacional. En esta línea, la firma de un acuerdo nacional para estimular el crecimiento económico, es otro paso fundamental, que nos da esperanzas que el país ha empezado a descubrir que es falso que la confrontación mecánica, dentro de una dialéctica marxista mal leída y pobremente digerida, se puede encontrar el camino del crecimiento económico, la fuerza para crear riqueza, generar empleo; y la sensibilidad y la solidaridad para suprimir las “reglas” que estimulan la exclusión social, la concentración de la riqueza en unas pocas manos y el menosprecio a los más pobres y miserables de entre los hondureños. Si se cumplen los elementos centrales de este acuerdo, el país se tomará una pausa, saldremos de la confrontación mecánica y absurda; y buscaremos en la cooperación, los mecanismos para que, en vez de la lucha infantil, efectuemos acciones que proporcionen resultados y que nos sirvan para enfrentar el enorme retraso que enfrentamos. Y si crecemos y distribuimos en forma cristiana y solidaria lo que la colectividad produce entre todos, dentro de un cuadro de justicia y equidad, el país puede salir del encajonamiento en donde se encuentra, atrapado por la inactividad y víctima de una pandilla de rateros que se aprovechan de sus debilidades. Porque nada de lo malo que nos ha pasado es accidental. Las crisis que hemos vivido, las incomodidades falsas que hemos creado para romper la unidad nacional y el desarrollo de un discurso, basado en la creencia que el éxito nuestro es fruto de las desgracias de los demás, son el fruto de la acción deliberada de un grupo de irresponsables que, por lo menos, hay que rechazar históricamente.
El caudillismo primitivo e irracional, la manipulación de los bienes públicos por parte de unas minorías irresponsables, el familismo que convirtió al gobierno en una hacienda particular, el menosprecio al cumplimiento de la ley, el rechazo a la soberanía popular y el menosprecio de la democracia, a la cual se le exigen mecánicamente resultados para los cuales las elites no han hecho absolutamente nada para lograr, todavía están vivos en el comportamiento nacional. Son obstáculos – los vimos en junio del 2009 – que todavía están presentes en el escenario nacional. Que solo podemos remover mediante el acuerdo, la sustitución de los mutuos agravios que han producido divisiones artificiales y la derrota de la subordinación que nuestros intelectuales especialmente manejan – por impericia, pereza y actitud subordinada – con respecto a los que desde el exterior hacen pensamiento. Requerimos asumir al país como algo nuestro, identificando virtudes y defectos, para comprometernos en forma ordenada, a la exaltación de las primeras y la supresión o neutralización de estos últimos.
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