GARZÓN ENTRE LA POPULARIDAD Y LOS PRINCIPIOS

Juan Ramón Martínez.




[caption id="" align="alignright" width="335" caption="Baltazar Garzón visita Centro Clandestino de Detención ESMA. Buenos Aires. Argentina. 1 de agosto de 2005."]Baltasar Garzón[/caption]

En cuanto al ejercicio mediático, me declaro seguidor del juez Garzón de España, condenado por el Tribunal Supremo a once años de inhabilitación. Con lo que prácticamente, de acuerdo con la edad del indiciado, dan por concluida su carrera de servicio judicial. Garzón ha sido acusado de escuchar las comunicaciones entre los investigados y sus abogados, vulnerando – de conformidad con la acusación particular-- las bases de la legítima defensa, asunto con el cual ha coincidido el Tribunal Supremo, uno de los sagrados derechos sobre el que se asienta la seguridad jurídica de las personas.


Garzón, es el más mediático y conocido de los jueces del mundo. Mientras la totalidad de sus colegas se muestran distantes, fuera de la relaciones públicas, para que sus decisiones no puedan de ninguna manera ser contaminadas por influencias extrajurídicas, Garzón ha hecho lo contrario: ha sacado la reflexión jurídica a la calle, invitando a la ciudadanía a tomar partido, como si la decisión judicial fuese más que obra individual de la serena reflexión del juez, una suerte de castigo divino en que todos los ciudadanos intervienen juzgando al indiciado.


Con lo cual, el veredicto final es simultáneamente una decisión jurídica con una expresión de masas. En otras palabras, el derecho ejercido en la calle, con sabor de cierta venganza pública y con la seguridad de la adhesión fervorosa del público hacia la decisión del juez que además del respaldo de los códigos, requiere para su gozo personal, del cerrado aplauso del pueblo reunido en el circo máximo de la publicidad. El desempeño de Garzón en cuanto a los temas relacionados con la extradición de Pinochet, sus solicitudes para combatir el crimen en donde se haya cometido; y su voluntad de perseguir, como un sheriff iracundo, con el sombrero del Quijote de la Mancha en la cabeza, a todos los delincuentes del mundo, lo volvieron un hombre popular que en este momento no sale del asombro por una decisión judicial que le sabe evidentemente a un acto irregular de torcida venganza en contra del héroe jurídico más grande que el mundo ha producido en los últimos años.


Pero es que la vida no está basada en la popularidad. Popular no equivale a verdadero. Más que la popularidad, lo que importa es la cercanía de comportamiento con las normas jurídicas, la ponderación de los juicios y su relación con los valores de la justicia y la búsqueda de la compensación y la ejemplaridad para que la acción negativa no vuelva a ocurrir.


La figura del juez, en consecuencia deja de ser la de un enmascarado vengador que se hace la justicia por su propia mano, para ser un miembro de un aparato objetivo e indiferente, que aplica la justicia con una distancia total con respecto a quien se trata. Pero no solo rebaja al juez a la condición de servidor de la ley, sino que evita a que se convierta en un “show man” al servicio de la popularización de la justicia. Y lo más importante, lo subordina y lo someta al imperio y a los límites de la ley. Mientras Garzón nos trasmitía el concepto que el juez solo tiene, por ahora los límites de la Tierra; el Tribunal Supremo Español ha ratificado que el juez, ningún juez, puede ir más allá de lo que ordena la ley.


Y para confirmarlo, el tribunal destruye la base de la condición ilimitada de Garzón. La justificación para actuar en cualquier terreno, persiguiendo a todos los que considera que han cometido genocidio, es que a el fin le da prestigio y honorabilidad a los medios, que solo pueden ser valorados por la calificación que haga el juez de su utilidad correspondiente. La idea que el buen fin, autoriza para valerse de cualquier fórmula o procedimiento por parte del juez, ha sido destruida por el Tribunal Supremo Español, restableciendo la garantía jurídica y protegiendo el derecho de defensa de todos. La justicia no solo es ciega sino que además sorda. No le interesan los aplausos; ni mucho menos la popularidad elusiva de las masas. Y los jueces no solo tienen que ser discretos, sino que austeros e incluso huraños en el uso de la popularidad. El Tribunal Supremo Español, consecuente con estas ideas, ha castigado imponiéndole la ley, a un juez popular y mediático que en la búsqueda de lo suyo, era capaz de usar cualquier medio para lograr sus finalidades. Llevándose de encuentro los derechos de todos.


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