COMPETENCIA PARA LA MALDAD


Juan Ramón Martínez

Frecuentemente no apreciamos la capacidad de los malvados para hacer sufrir a los demás. Nos fijamos solo en sus efectos negativos, pero no estudiamos suficiente los métodos que usan para hacerle mal a los demás, los recursos y conocimientos que disponen y, fundamentalmente la voluntad, la habilidad que ponen en fuego; y el gozo que anticipan en el ejercicio de la agresión física o verbal. Especialmente en Honduras en donde los estudios del mal, son tan reducidos. Por ello no apreciamos suficiente que para hacer el mal se requiere de talento y habilidad. Ni concluimos que algunos son malos o perversos, en forma natural. No tienen otra forma de comportarse y llamar la atención de la colectividad, más que haciendo daño a otros. Por ello, su apego hacia el delito, la felicidad, el goce por el sufrimiento ajeno; y el sentimiento que en ello, logran confirmar su superioridad frente a las víctimas, es el eje de sus conductas.

Otros, descubren los beneficios de la maldad y se involucran con facilidad bajo la autoridad de quienes, con mayores virtudes para el ejercicio de la misma, se convierten en subordinados en unas jornadas en las cuales se sienten realizados en la medida en que hacen daño. No son pocos los que se descubren y se sienten seguros, tanto en la pertenencia pandilleril como en la actividad por la cual hacen daño a los demás. El mal los hace sentirse bien. Y no tienen, por más que se les diga lo contrario, ningún tipo de conciencia y empatía porque son muy egoístas y faltos de empatía por lo que nunca se colocan en los zapatos de los demás.

Aquellos malvados son casos psiquiátricos, de manejo imposible en que las cárceles y sus sistemas, no tienen capacidad de rehabilitarlos siquiera. Estos malvados, llevados a la inconsciencia maléfica por las circunstancias, son fruto de desajustes sociales que convenientemente neutralizados, pueden servir para que el talento orientado hacia el mal, pueda dirigirse a favor del bien. Estos son los salvables. Y cuando ocurre, la sociedad sale ganando. Las victimas pueden dormir tranquilas y los malvados se reconcilian consigo mismos, se calman; y no tienen que recurrir a la agresión física o verbal a los otros, para experimentar seguridad y bienestar.

Estos malos rescatables, usan su talento para hacer el mal. Porque tienen mucha imaginación y habilidad, más de la que se imaginan ellos mismos; y cuando la sociedad los valora y los aprecia, se calman. Y se integran a la vida social normal, estabilizando su vida familiar y convirtiéndose en ciudadanos ejemplares. Por ello los esfuerzos que ejecutan los trabajadores sociales, los sacerdotes y los líderes evangélicos es tan importante. Los rehabilitados que, difícilmente regresan al ejercicio del mal si se les acepta y se les da cariño, olvidando sus conductas agresivas y dañinas, son muy buenos, tanto por su ejemplaridad, el conocimiento de la obscuridad del mal y por su capacidad de haber regresado indemnes del infierno.

Entre estas personas hay un talento singular. Que solo requiere el trabajo de vencer su inseguridad, reducir su voracidad para llamar la atención, bajar la arrogancia que los lleva a pretender asustar a los demás y su disimulado sentimiento de inferioridad. Cuando se les da la oportunidad, aceptándolos una vez que han dejado el gozo de hacer el mal a los demás e involucrándose en la búsqueda del bien para el mayor número de compatriotas, los resultados que se obtienen son singularmente significativos.

Algunos creen que el mejor camino para hacer rectificar a los malvados es no prestándoles atención, ignorándolos y menospreciándolos. Por el contrario, nosotros consideramos que, especialmente con los malvados redimibles, hay que buscar la forma de construir un camino de diálogo, enfrentarlos, cuestionando sus comportamiento irregulares. Y aceptando las agresiones que ellos, sorprendidos y asustados, les dispensan a quienes por respeto y afecto, les prestan atención.

El diálogo es difícil. A los cuestionamientos, responden con injurias e invectivas. Vengativos ofenden a todos. Porque el disgusto no solo es con quienes les cuestionan, sino con toda la sociedad a la cual consideran como su enemiga.

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