OTRO GOLPE EN LA CARA

Juan Ramón Martínez.

La gente común, que no tiene cómo explicarse las cosas, estará diciendo que somos un país “torcido”. Que de repente, se nos han acumulado las desgracias y que después del incendio de la Cárcel de Comayagua, ahora se nos viene encima el incendio y la destrucción de los mercados principales de Tegucigalpa: el San Isidro, el Colón y el Galindo. Y no faltarán los que, intoxicados de una religión inconveniente que ha convertido a Dios en un simple farmacéutico que resuelve todos los problemas de la salud social, querrán buscar explicaciones a lo ocurrido a las supuestas faltas, las incoherencias y las irresponsabilidades que tenemos frente a las exigencias del Creador. Y aunque no nos guste nada este método, por forzado e instrumentalizado, tenemos que aceptar que la conclusión es válida: Estamos sufriendo, posiblemente más allá de nuestras capacidades, los resultados de la indolencia institucional, la irresponsabilidad gubernamental y la falta de fuerza, imaginación y control de la ciudadanía sobre la sociedad y el gobierno.

En los dos incendios hay más coincidencias de las que muchos se imaginan. A primera vista, apreciamos dos de ellas: hacinamiento e irresponsabilidad en el uso de la energía eléctrica. Tanto en Comayagua como en Tegucigalpa, no teníamos prisiones; ni mercados. Lo que hemos contado son espacios ocupados, en forma caótica, manejados sin orden y control alguno, en donde han sido los interesados y no la sociedad, la que ha determinado el obligado orden a que deben someterse las cosas en una colectividad que quiere en forma organizada, ingresar en la modernidad. La cárcel de Comayagua ha sido manejada por los presos. Las reglas en el hacinamiento que se ha llamado por costumbres mercados de Comayagüela, no las ha establecido, el gobierno, la sociedad y mucho menos la ciudadanía.

Desde una perspectiva democrática equivocada, se cree que la mecánica del acuerdo garantiza las cosas. Los ocurrido en el penal y en el mercado, confirman que estos acuerdos, al margen de la ley, del sentido común y de la seguridad y la protección, en vez de ofrecernos frutos saludables, mas bien nos han entregado el fruto amargo del sufrimiento, la pena y la vergüenza. En el exterior – y sería bueno que interiormente lo empezáramos a sentir de la misma manera – se nos tiene como ejemplo de indolencia institucional, prueba de incompetencias de los gobiernos para manejar sus prisiones y para administrar sus mercados. Con lo que se elimina el concepto fácil de la mala suerte; o el terrible sentimiento de llegar a creer que se trata de un Dios iracundo que nos castiga por indolentes e irresponsables. Cómo creen algunos “evangélicos”.

Una parte de la élite política, indolente pero que quiere disimular sus responsabilidades, se quiere desmarcar, atribuyéndole la culpa a los demás. Zelaya, que tiene tanta responsabilidad como todos los gobernantes que hemos tenido después de Callejas, ha empezado a jugar con nuestra mala memoria, buscando que olvidemos que durante su régimen no hizo absolutamente nada por mejorar la condición de las prisiones; y ni siquiera colocó una coma en una política penitenciaria que resolviera las dificultades que han dado el resultado doloroso que vivimos la semana pasada en Comayagua. Los que quieran deslindarse de los problemas del ordenamiento de las ciudades, no podrá disimular el hecho que una vez que la ciudad ha aumentado su población, los mercados se han desbordado por las calles aledañas, de forma tal que lo que han sido originalmente vías para la circulación de peatones y vehículos, se han convertido en grandes galerones, en donde muchos compatriotas se ganan la vida.

Antes de las elecciones en que salió elegido César Castellanos alcalde de la ciudad, un grupo de universitarios de arquitectura presentaron un estudio a los candidatos a la alcaldía, en el que mostraron la solución del hacinamiento y la recuperación del tráfico. Con bellos dibujos, cifras que mostraban la velocidad del tráfico y efectos inmediatos de sus propuestas, la solución de los jóvenes estudiantes me causó una buena impresión. Cosa que no compartió Castellanos que en el borde de la arrogancia, dijo que no le interesaba nada nuevo, porque tenía las soluciones para todos los problemas. Le reclamé. Sonrió para disgustarme. Allí aprendí que la indolencia va de la mano de la irresponsabilidad.



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