85 AÑOS
Juan Ramón Martínez.
[caption id="attachment_491" align="alignright" width="300" caption="Sor María Rosa"][/caption]
Hace hoy ochenta y cinco años, nació una niña, como muchas otras, en un hogar pobre de Puerto Cortés. Era hija de Irene Rosales, hondureña y de Joseph Leggol, francés canadiense, de esos que desde la cubierta de un barco se enamoran de la belleza tropical del paisaje hondureño y terminan abrazados al calor de mujeres generosas y ordenadas. Fue niña como las otras. Corrió descalza sobre las calles descuidadas de Omoa y Puerto Cortés. Jugo a las muñecas inventadas, con sus compañeritas la mayoría de las cuales, descansan en varios cementerios de la región. Pero tenía un fulgor nuevo en los ojos, un cariño especial por los niños y el sentimiento que estaba llamada a hacer cosas grandes por el país, por su pueblo y por su familia. No sabía que haría; pero sentía que algo por dentro la llamaba en forma precisa y ordenada.
Para estremecerla y probarlo, a los pocos quedo huérfana de padre. Debió buscar en otros brazos el cariño y la protección perdida. Mientras recibía afectos marginales, descubrió el valor del cariño para vencer la soledad y derrotar la desesperanza. Supo que si no tenía la familia, debía crear otra familia con gente que pensara como ella. Se hizo religiosa para servir. Le gustaron los enfermos y empezó a compartir sus dolores y sufrimientos. Desde muy joven, regordeta y bella, con sus ojos vivos, le dio confianza a los que por la vía de los dolores se enfrentaban a la dureza de la vida hasta que descubrió que los niños abandonados no tenían quien les atendiera. Se volvió a verse a sí misma, abandonada y sin unos besos a quien dar; y se urgió buscando alguna fórmula que redujera el desamparo y la soledad. Descubierto lo que debía hacer, se consagró a darle a los niños desamparados, un hogar, un espacio de afecto que permitiera el desarrollo de auto seguridad y una esperanza que el futuro sería mejor para todos.
La conocí en 1968, en una oportunidad que llegó a Choluteca en donde trabajaba con el Padre Pablo y con Rosendo Chávez, en la formación del nuevo liderazgo que movilizara a las comunidades rurales de la zona sur. Ella era entonces Sor María Rosa, señalada por los periódicos de entonces como una figura sobresaliente de la sociedad que empezaba a asumir sus responsabilidades. El pensamiento que impulsaba la Iglesia Católica evitaba echarle todas la cargas al gobierno. Pero le daba unas responsabilidades tendentes a facilitar las iniciativas y las gestiones de los grupos que querían en calidad de suplencia, mejorar la calidad de la vida de la ciudadanía. Los sacerdotes y los agentes de la pastoral, animaban a la población para que confiara en sí misma, que forjara la libertad por medio de la organización. Trabajábamos entonces en el desarrollo de la conciencia y la movilización, para aproximar la demanda con la oferta de servicios públicos, para dirigirla, ordenarla y racionalizarla. Entonces, el fin del gobierno no era usar a la población para los fines de los políticos, sino que humildemente evitar una rebelión para la cual ellos no estaban preparados.
Sor María Rosa, mientras tanto se había encariñado en el cuidado de los niños y en la formación de los jóvenes. Desde el principio, valoramos la calidad y los alcances de esta mujer sonriente, nerviosa e hiper activa que hablaba de los problemas, buscando soluciones. Muchas veces a tientas, basada más en intuiciones que en elaborados estudios de los expertos. Cuando entré a trabajar en CÁRITAS, los contactos con la obra de Sor María Rosa fueron más constantes porque nos unía el talento de Guillermo Arzenault, un sacerdote canadiense, de talento excepcional y de rigor intelectual pocos visto. Nosotros éramos, como la monjita hiperactiva, mas intuitivos que otra cosa. El Padre Guillermo nos enseñó a ver las cosas en el largo plazo, en términos de escenarios; y en los que el gobierno, la sociedad, la ciudadanía y las personas no renunciaban a sus deberes. Pero que debían operar en forma articulada. Por lo que buscábamos era el funcionamiento armónico de la sociedad por medio de la cooperación deliberada.
Sor María Rosa entendió mejor al Padre Guillermo. Nosotros le oponíamos resistencia, producto de lecturas mal digeridas. Por ello, ha hecho lo que nadie; convertirse en la Mamá Grande de miles de compatriotas que son un orgullo, porque son útiles y contributivos a una sociedad justa y armónica.
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