¡HAY QUE INTERVENIR TAMBIÉN AL GOBIERNO!

Juan Ramón Martínez.


El Estado hondureño se ha descarriado, casi totalmente. No solo es la Policía la que se ha rebelado en contra de la ciudadanía; y creado obstáculos para que el sistema de seguridad opere al servicio de la sociedad. En la práctica el gobierno, en general, ha renunciado a los valores que le dieron origen. Y, en vez de ser un medio para que la ciudadanía pueda vivir tranquila y segura, se ha transformado en un fin por el cual disputan minorías irresponsables, ausentes de liderazgo público, que mas bein se enriquecen a su costado, favoreciendo intereses frecuentemente contrapuestos con los objetivos nacionales.


Lo ocurrido con la Policía fue muy obvio. Desde hace varios años había venido matando jóvenes. A los hijos de papá, como reclamaban algunos campesinos reclutados rápidamente y empistolados, cuando imponían sanciones no para ordenar el tránsito, sino que para ejercer sus venganzas retenidas; y para lograr las cuotas de multas establecidas. Hasta ahora, siempre habían matado a los compatriotas más humildes. Por lo que sus madres no tenían otra alternativa que tragarse sus lágrimas y enterrar los despojos de sus seres queridos, en pequeños grupos, sin publicidad alguna. Hasta que los policías tocaron a un par de jóvenes universitarios, uno de ellos hijo de una brava mujer como es la Rectora de la UNAH Julieta Castellanos. Si no se hubiese producido esta muerte desafortunada, la Policía habría seguido como lo había denunciado desde hace varios años la Casa Alianza, matando jóvenes y botando los cadáveres en las salidas de las principales ciudades del país.


Pero también lo viene haciendo el gobierno en general. En otras dimensiones, con un poco más de limpieza, sin llegar al asesinato; pero ofendiendo la fe pública, deturpando los conceptos básicos de la subordinación del gobierno con respecto a la ciudadanía, instrumentalizando a las personas; y convirtiendo sus unidades operativas en fuente de enriquecimiento visible. De forma que, igual que a la Policía, también hay que intervenir al gobierno para que deje de ser el responsable del atraso de Honduras y de la infelicidad de los hondureños. Si el gobierno operara bien, el problema de la Policía no habría llegado al asesinato y a la ofensa general de los derechos humanos. Pero la verdad es que este, igual que una de sus partes, ha perdido su finalidad de servicio, transformándose en un medio para la vanidad de una élite irresponsable, un recurso fácil para la voracidad de los ladrones que lo rodean; y que en algunos casos lo dominan en una prueba irresponsable de la indolencia y la voluntad para hacer las cosas bien.


Si uno hace la suma de todos los recursos que el gobierno ha manejado en los últimos veinte años, tiene la obligación de escandalizarse, inevitablemente. Solo teniendo agua u horchata en vez de sangre en las venas, se puede aceptar que el gobierno se haya convertido en rehén de los políticos – que los usan para engordar a sus protegidos – de los gremios como los maestros, los sindicalistas públicos, los médicos, las enfermeras y los vigilantes. Vendedor de servicios de escasa calidad y a precios monopólicos, como es el caso de la energía, el gobierno financia su incompetencia con la explotación de los usuarios que hemos terminado sometidos a su control irresponsable y criminal. Las protestas que en términos larvarios están iniciándose en SPS, son una clara indicación que algo está empezando a cambiar en el interior de la conciencia de la ciudadanía.


La corrupción que se da en el interior del gobierno, desde el robo de alimentos, sábanas, medicinas y material quirúrgico hasta el cobro de comisiones por la ejecución de proyectos, es un escándalo ante el que, en forma deliberada, hemos cerrado los ojos. Aquí – cosa que cuesta difícil entenderla y mucho más aceptarla – es imposible que no hayan ladrones, mientras vemos como crecen las fortunas, de la noche a la mañana de unos pocos favorecidos por el calor presupuestario nacional.


Todo esto ha producido desconfianza. El gobierno no solo amenaza, sino que agrede a los más débiles, quitándoles el chupete de la boca; o dándoselo solo a los están dispuestos a entregar su voto al cual les han enseñado a menospreciarse. Volviéndose cómplices al vender lo mejor que tienen: El honor. 

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