OPOSICIÓN A LA INTERVENCIÓN INTERNACIONAL
Juan Ramón Martínez.
Los hondureños estamos hasta la coronilla de la intervención de la comunidad internacional en nuestros asuntos internos. Nos resulta incómodo el papel de tontos que, cada vez que tenemos un problema, desde afuera nos vienen a decir qué hacer, cómo comportarnos; y a quién obedecerle las instrucciones. El maltrato que fuimos objeto por muchos de sus titulares, encabezados en momentos por el propio Secretario General de la OEA nos ha ofendido en el corazón de nuestra sensibilidad. Especialmente ahora que vemos que a Nicaragua, que ha violado su propia ley y efectuado unas elecciones controladas por el candidato del gobierno, la misma OEA tan agresiva con nosotros y los gobernantes que incluso nos ponían condiciones para reconocer al gobierno que había surgido de las urnas, muy poco le dicen Ortega con la fuerza y la dureza con que lo dijeron a nosotros.
Por ello ahora que enfrentamos el problema de la Reforma Policial, utilizando los medios internos que nos parecen prudentes, reaccionamos negativamente ante la posibilidad – reclamada incluso con ánimo vengativo por algunos – que la intervención extranjera venga, otra vez a dirigirnos en la resolución de un problema que es fundamentalmente nuestro. En el país ha habido un esfuerzo de desnacionalización que ha producido como resultado, el sentimiento que los hondureños somos unos inútiles, que los únicos que saben son los extranjeros – desde los salvadoreños, hasta los gringos y los canadienses pasando por los noruegos, los suecos y los finlandeses – y que solo el PNUD tiene la capacidad para conseguir los recursos regalados para pagar los viajes y la estadía de estos expertos que, en sus países nunca han enfrentado problemas similares a los nuestros. La mayoría de la “inteligencia” local es muy poco nacionalista. No cree en la capacidad de los hondureños; e incluso, se auto menosprecia en la medida rechaza y descalifica sus propios méritos.
La reforma de la Policía no es nada complicado y difícil como para pedir misiones extranjeras. Aquí tenemos capacitados compatriotas que tienen el amor por el país, el compromiso con la ciudadanía y el respeto por cada uno de nosotros para proponernos lo que debemos hacer en cada caso o circunstancia. Y sin que nuestras instituciones republicanas – que la “inteligencia” local desnacionalizada irrespeta y que quiere destruir en las primeras de cambio – se vean acosadas por recomendaciones que si se aplican, nos dejarán un estado rehén, bajo la conducción de personas y grupos extranjeros que viven como los zopilotes de las tragedias de Haití y de muchos países africanos de cuyo atraso se han encargado con una eficiencia digna de mejores causas.
La Iglesia Católica tiene razón cuando coincide con este análisis. Desde la sabiduría de su liderazgo, saben los líderes católicos que además del ánimo vengativo de algunos, afectado natural y realmente en lo profundo de sus sentimientos, en otros priva el oportunismo destinado a aprovechar la coyuntura para seguir proyectando el país hacia la ruptura del estado de derecho y a la imposición de un modelo autoritario que luzca agradable a Chávez y a los amargos subordinados nacionales suyos. Por ello, de forma clara ha dicho por medio de su vocero calificado FIDES que no debemos permitir la intervención extranjera en el manejo de la Reforma Policial; ni comprometer tampoco a otras instituciones porque ello significará ni más ni menos, tapar un agujero para abrir cinco más. Y de mayores dimensiones.
Reformar a la Policía no es cosa de colocar un cohete en la Luna. Se trata de procesos que la mayoría conocemos. Y que no se han establecido en la Policía no por incompetencia, sino porque allí se perdió el norte; y se escogió un camino que nos ha llevado a la ruptura de las relaciones de la autoridad con el ciudadano que no solo es el objeto de sus trabajos y sus desvelos, sino que además es en realidad, su jefe llamado a evaluar sus resultados y su desempeño. Por manera entonces que, no hay que complicar las cosas; ni convertirlas en situaciones inmanejables por los “nativos” hondureños. Hay que buscar a los mejores de entre los que cuenta el Ejecutivo, para hacer las cosas. Nada más que eso.
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