“FÁBRICA DE BUENOS HONDUREÑOS”

Juan Ramón Martínez.


Los hondureños no se “fabrican” como si fuesen taburetes, escaleras o cajones para exportar melones al exterior. No son, como dicen los ginecólogos que tradicionalmente han mostrado mucha imaginación y suerte en bautizar las enfermedades y los fenómenos del comportamiento físico y espiritual de los seres humanos, “productos”, sino que personas humanas. Que no hay que inventarles apodos o fáciles expresiones, con las que pretendemos mostrarnos modernos y occidentales en grado sumo.


Los seres humanos son fruto de familias. Es allí donde, desde la más tierna infancia, identifican la diferencia entre el bien el mal, optan por el bien en forma deliberada y consciente; y desarrollan un conjunto de comportamientos que van desde el orgullo personal, la competencia en la búsqueda de la perfección y la obligación ética de lograr resultados sin atropellar los derechos ajenos y sin violar la ley y la moral. Quien crea que las escuelas, colegios y universidades, así como los medios de comunicación, las autoridades y los predicadores religiosos tienen algo que ver en esta tarea inicial de la familia, anda por mal camino. Se equivoca totalmente el que crea que puede crear laboratorios para producir buenos seres humanos. Está jugando con la bondad e ingenuidad de gran parte del pueblo hondureño. De igual manera los que crean que los maestros, tienen capacidad y suficiente habilidad para hacer lo que los padres, por desidia e irresponsabilidad han dejado de cumplir.


Por supuesto, hay instituciones que perfeccionan el ser humano. Pero no conocemos a ninguna que haya sustituido a la familia; o que simplemente haya obtenido resultados, prescindiendo de lo que haya hecho o dejado de hacer la misma como forjadora de valores, constructora de comportamientos y diseñadora de mecanismos de exhibición de la ética y la moralidad en las relaciones con los demás. De allí que no solo sea cosa de crear talleres, establecer fábricas para que por una parte entren piltrafas humanas, detritus de personalidades destruidas, para que al final del “proceso” mecánico, tengamos hondureños ejemplares con los cuales frenar el atraso que nos amenaza y vencer el déficit que tenemos acumulado en cuanto a resultados que en el pasado se debieron alcanzar.


En vez de comprometernos en estas estupideces, que hacen que perdamos tiempo y que nos desenfoquemos, lo que debemos plantearnos es una discusión seria sobre la calidad de la familia actual, reflexionando sobre los efectos que la urbanización ha tenido como unidad de protección económica de las nuevas generaciones, forjadora de la seguridad psicológica para orientar el crecimiento emocional de sus miembros y la creadora de valores que aseguren que sus miembros, una vez que se integren en la sociedad civil, tendrán un desempeño de respeto a la ley, de obediencia dinámica y cuestionadora a la autoridad, de orgullo por su competencia para imponerse cívicamente con cualquiera y de fuerza para por medio del trabajo honrado, alcanzar el éxito que todo ser humano anda buscando, desde que el mundo es mundo.


Pero no hacemos este tipo de reflexiones. Hay muy pocos estudios sobre el deterioro de la familia por efectos de la urbanización desordenada que vivimos, por la exposición abusiva ante influencias y valores que nos vienen desde el exterior envueltos en papeles brillantes bajo el membrete de modernidad y por el menosprecio que se le dispensa a la mujer como madre y fraterna compañera del hombre que ha terminado por volverse irresponsable. Convencido que, de tarde en tarde, saldrán “fabricantes” que crearán “fábricas” en las que se forjarán los buenos hondureños que él dejó de forjar por irresponsable y desconsiderado.


Como efecto de estos estudios, en vez de “fábricas” para hacer productos humanos, lo que necesitamos son políticas públicas para apoyar el desarrollo de las mejores familias, impulsando a las más débiles para que dejen de serlo y neutralizando a los salvajes compatriotas que creen que han venido a la vida a comportarse como machos indomables, dejando de lado sus obligaciones de forjadores de las nuevas generaciones, representadas por sus hijos que tienen el imperativo de ser mejores que sus progenitores.


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