LAS MADRES SOLAS

Juan Ramón Martínez.


Tiene razón Mateo Molina. No debemos dejar solas a las madres que han sufrido los embates de la Policía, que les ha matado a sus vástagos. Creyendo que es una cuestión personal. Ó, simplemente, una desgracia inevitable, escrita desde el principio del tiempo, ante la cual nada se puede hacer. Una fórmula de conformidad y de criminal celebración, aceptando que les haya tocado a ellas; y que no hayan sido nuestros hijos los que se hayan encontrado con el salvajismo policial, no es aceptable para esta sociedad. Hace falta mas bien, un sentimiento cristiano y fraterno con estas madres pobres, desconocidas, sin acceso a los medios de comunicación cuyos hijos cayeron bajo las balas de estos ex compatriotas que nunca han creído en el respeto de la vida de los demás.




[caption id="attachment_437" align="alignright" width="300" caption=""Mourning Mother""]"mourning mother"[/caption]

Algunas madres se han puesto de pie. Levantado la voz y exigiendo que se haga justicia. Julieta Castellanos es un ejemplo. No solo porque es rectora de la UNAH, sino que, por su temple acerado, su vocación de enfrentar las dificultades con el pecho descubierto; y su afán de luchar a favor de la creación de un sistema público democrático, colocado al servicio de la totalidad de los hondureños. Pero la mayoría de las madres ofendidas, han agachado la cabeza, derrotadas por su soledad y su sentimiento real de indefensión, con miedo incluso en algunos casos al momento de ir a recoger el cadáver ensangrentado de sus vástagos, --convertidos por la policía en despojos de una peligroso “marero”, miembro de una pandilla que “no pagó el dinero recogido”; o una simple “mula” que se quedó con el encargo--, que podían ser, ellas, capturadas y encarceladas. El peso de la “culpabilidad del muerto”, en cuya tarea se especializaron los voceros policiales – incluido el ex director de la Policía que afirmó que la muerte del hijo de Julieta Castellanos podría ser obra de tantos enemigos que ella se había creado desde sus valientes posturas en la defensa de lo que cree que es la verdad y la justicia – han sido tan fuertes que las madres pobres que han perdido sus hijos, cuyo número todavía ignoramos pero que debe pasar más del millar, han llorado para adentro. Y desde una fingida indiferencia han enterrado a sus hijos, confiando tan solo en la justicia divina porque hace tiempo, como la mayoría de los pobres, han perdido el respeto en un sistema represivo e injusto como el que opera en el país.


Desde el homicidio de los dos jóvenes universitarios las cosas han cambiado. El sistema se ha dado cuenta que no puede seguir operando desde la impunidad, que el pueblo ha descubierto quiénes son los criminales y cómo opera desde el Estado Enemigo, un sistema de protección delincuencial y de impunidad. Por ello – y no por la Operación Relámpago cómo cree Pompeyo Bonilla – los policías han dejado de matar y muchos jóvenes han salvado temporalmente sus vidas. Y por supuesto, muchas madres pobres especialmente, que no tienen nombre o posición alguna, han podido evitar derramar lágrimas en forma semanal como nos había estado ocurriendo. Sin embargo, hay algunas cosas que no hemos hecho. La primera de ellas es consolar y compensar a las víctimas de la Policía. Esta institución tiene que pagar los muertos, no solo permitiendo encarcelar a los asesinos uniformados, sino que compensando a las madres que perdieron a sus hijos, único sostén en su vejez desamparada. La segunda es la obligación de rodear, con nuestra solidaridad militante, a las madres que han perdido a sus hijos, creando además un mecanismo para que si ellos incumplan la ley, le sean respetados sus derechos humanos, especialmente el derecho a la vida.


Molina – en un correo que me ha hecho llegar – sugiere que salgamos a la calle, que nos vistamos de negro para crear desde la sociedad el sentimiento que la autoridad esté a nuestro servicio. Y que nunca debe convertirse en un perro bravo que muerde a sus amos y a los hijos de estos. Hay que hacerlo. Y además, crear asociaciones de madres para que aprendan a defenderse, vigilando a la Policía, y reclamando que si sus hijos incumplen la ley, sean sancionados por los jueces.


Corremos el riesgo que olvidemos a los universitarios muertos. Y que los asesinos vuelvan, dentro de poco a las andadas. Y como lo hicieron otra vez, vuelvan a matar a jóvenes pobres, sin una opinión pública que entienda que la muerte no puede ser obra de la autoridad. Ni un acto ilegal caprichoso e irresponsable. 


Fotografía: Attribution Some rights reserved by jinterwas

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