25 AÑOS, SIN JUAN MARTÍNEZ

 Juan Ramón Martínez

 

 

 En el mundo bananero, siempre tuve miedo a quedar huérfano. Era un escenario de violencia, de campeños borrachos e iracundos, autoridades sospechosas y un ambiente de soledad. Sin embargo, Juan Martínez Cruz, logró sortear todas las dificultades y sólo hasta los 93 años, víctima de una enfermedad bronquial, nos dejó huérfanos a mí y seis hermanos más. Previamente tomó tres decisiones fundamentales: abandonar la aldea Pedernales, en el Municipio de Concordia, dejando atrás a su madre Antonia Cruz Alemán y a sus hermanos Antonia, Abel, Santos y sus medio hermanos, Norberto Martínez y Marcelina Velásquez; alterar el orden de sus apellidos y, escoger a doña Mencha, para casarse con ella. 


En “Cabeza de Baca”, en El Progreso, estuvo a punto de ser fusilado por un iracundo comandante militar: les pusieron manos arriba, formando parte de un grupo de muchachos asustados; y les dijeron que se iban a morir. Juan Martínez, pidió al Cristo Negro de Juan Francisco – una aldea de Concordia--, que, si le salvaba la vida, entregaría diez pesos de rodillas, promesa que parcialmente cumpliría, según las exigencias teológicas de nuestra madre, muchos años después.

 
En 1936, en una visita a Olanchito, conoció a Menchita, la hija de Victoriano Bardales. Le propuso que se juntaran, cómo hacían los campeños de entonces.  Ella dijo: no. Sólo en matrimonio se iría con él. Ante su determinación, cedió.  Cómo su padre no lo trató bien, nunca entró a la escuela y por ello, apenas firmaba; pero nunca dijo que no sabía leer y escribir.  Por ello, su obsesión con sus siete hijos, fue su ingreso a la escuela, al colegio; y, a la universidad. Nos enseñó que, además del cumplimiento del deber, la lealtad y el compromiso, era fundamental, la vida con honor. No fue muy comunicativo conmigo; pero si cercano y cuidadoso. Sólo hasta que vine a estudiar a la Escuela Superior del Profesorado en 1963, -- en un camino rural cerca de Lérida, Colón, los dos solos, uno tras del otro, buscando una vaca extraviada-- , me preguntó si era comunista. Le dije que no. Agregó que “esa doctrina, dominará el mundo”. Siempre le dije que era su mayor error. “Porque tenía miedo”, confesó después.


Fue un hombre metódico. No fumó. Bebió, sólo algunas veces y en compañía, de los que creía que no eran majaderos. Dijo, hay que andar con quien le prestigia a uno. Porque hasta los enemigos, hay que saber escogerlos. Y nos enseñó, a visitar a muy pocas personas y a defender nuestro liderazgo personal. En Olanchito, me volví más cercano a mis amistades a las cuales, seguí visitando siempre.


Era un hombre conservador políticamente hablando. Seguidor de Carías y admirador de Callejas, especialmente, después que una vez, operado en la Policlínica, le visitó después de una cirugía que obligó una caída sufrida en nuestra casa en Olanchito. A doña Mencha, que fue siempre liberal y respetaba sus opiniones, le hacía muchas bromas diciéndole que, a ella, cuando se operó en el mismo hospital, no le habían ido a visitar los líderes liberales. 


En la campaña electoral entre Callejas y Flores, en nuestra casa, estaban, uno al lado del otro, dos fotografías dedicadas “a don Juan Martínez con mucho cariño”.


El 6 de julio de 1999, día de su muerte, yo estaba en Santa Rosa de Copán. Le había dejado el día anterior, sabiéndolo recuperado después que nuestro hijo mayor, lo trajera de emergencia de Olanchito en donde lo habían atendido inicialmente. En la soledad del hotel, lloré en silencio algunos momentos, antes de iniciar el trayecto para encontrarme su cadáver en El Progreso, donde el resto de los familiares, lo conducíamos para su entierro en Olanchito. Lo vistió Nora, con el mismo traje con que juré el cargo de Ministro Director del INA;  y con zapatos “Florsheim”, comprados en los Estados Unidos, según sus instrucciones. 


No era muy católico, -- juzgo en la distancia--; pero me dijo que, de repente si “la resurrección fuera cierta”, no le gustaría andar sin sus zapatos, por lo que me pidió que lo amortajara con unos elegantes y cómodos. Sólo, cuando me pidió que lo enterráramos junto a su madre y su padre en Pedernales, Olancho; le dije que no, porque mi mamá, sería enterrada en Olanchito, y era mejor que estuvieran juntos. Aceptó. Fue un buen padre, siempre. Ahora, 25 años después, estoy mucho más seguro.

 


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