Rubén Darío Paz y su apuesta fotografíca por Honduras
Carlos Lanza (*)
La historia se hace con textos, afirmó Fustel Coulanges; no hay duda de que esta idea se ha convertido en un procedimiento metodológico que no admite mayor discusión entre los historiadores que se dedican a la investigación, pero también es cierto que la fotografía, específicamente la “fotoetnografía” se ha convertido en una herramienta de valiosa importancia para los historiadores contemporáneos.
Desde la aparición de la semiótica, texto que no sólo es el lenguaje escrito, hoy las imágenes suelen concebirse como textos visuales siempre y cuando sean portadoras de información, es decir, que sean capaces de comunicar. Esta introducción no es fortuita, intenta establecer el lugar desde el cual se inscribe la práctica fotográfica de Rubén Darío Paz, no hay duda de que su producción fotográfica es de carácter etnográfico.
Al principio estuve tentado a percibir su muestra sólo como un ejercicio artístico, y por supuesto que tiene consecuencias estéticas que más adelante analizaremos, pero quiero destacar el enorme valor documental que tiene su trabajo para la historia social y cultural de Honduras, extendiendo sus aportes a ciencias como la antropología y la sociología. Sé que muchos fotógrafos, entre ellos Federico Travieso, han realizado formidables trabajos desde lo que se conoce como fotodocumentalismo, género que ha venido a fortalecer las investigaciones en el campo antropológico, pero Rubén Darío ha sabido vincular con enorme certeza el texto escrito con la imagen fotográfica, en otras palabras, ha logrado articular una espléndida relación entre la historiografía de los pueblos y aldeas de Honduras con la imagen fotográfica.
El lector observará que me refiero a vincular, no de subordinar, aclaro esto porque su discurso fotográfico es tan sensible y potente que por sí mismo es capaz de establecer conexiones sensibles e inteligentes con la realidad y la historia de Honduras.
En tal sentido, el antropólogo Emilio Luis Lara López ha dicho lo siguiente: “Para el historiador, el documento visual etnográfico supondría la posibilidad de ampliar su capacidad de observación y comprimir los acontecimientos en el tiempo y en el espacio por medio del registro visual, ya que la fotografía, como representación fidedigna de la realidad, posibilita, a partir de ella, sintetizar diversos rasgos culturales, siendo en consecuencia una forma directa, sin intermediarios, de acercamiento al conocimiento de un fenómeno cultural”. Este conjunto fotográfico que nos ofrece Rubén Darío, opera en el mismo sentido que el antropólogo Lara, le atribuye a la fotografía etnográfica, es decir, ser la síntesis cultural de los pueblos.
EL trabajo de Paz, se mueve en dos dimensiones: es portador de memoria, contiene memoria, pero a su vez construye memoria. En palabras de Alejandra Reyero “la imagen es “puente” soporte o disparadora hacia la memoria”2
2 Reyero Alejandra, La fotografía etnográfica como soporte o disparador de la memoria. Una experiencia de la mirada. Revista Chilena de Antropología Visual, número 9, Santiago, Junio 2007, pag 24.
Con esto quiero decir que al ver las imágenes de Paz nos conectamos con lo más profundo de la identidad de los pueblos. No hay identidad sin memoria, es por ello que estas fotografías activan en nosotros los códigos visuales de una huella que nos identifica con el ser de esas comunidades, con lo más profundo de ellas, de esta manera, la imagen no sólo nos ofrece un espacio con memoria, ella misma, a su vez, es constructora de una memoria que se mueve por fuera de la imagen y que se instala en la conciencia del que mira: lo ausente se hace presente. Esa presencia une los pueblos, la fotografía se torna comunión, imagen viva que siendo memoria tarsciende lo cotidiano para sustanciarse en el tiempo.
Cuando hablamos de poesía visual entramos en el terreno de lo estrictamente estético, esta es la otra función de esta exposición: mostrar su capacidad de persuadir a partir de lo artístico. En verdad, Rubén Darío muestra pericia en el manejo de la luz y, sobre todo, del ángulo visual, acude a la frontalidad, a los enfoques diagonales, a los planos aéreos, a los planos de tierra, a los detalles, a la imagen panorámica; su ejercicio fotográfico no deja duda del conocimiento del lenguaje fotográfico. Llama la atención que algunos encuadres tienen extraordinaria similitud con la pintura al establecer una relación de fondo y forma heredada de la tradición clásica. Este conjunto fotográfico articula la función estética con el conocimiento historiográfico, en esto reside el gran aporte de Rubén Darío a la fotografía hondureña.
Quiero destacar que su discurso sobre la memoria no es una propuesta que redunda en la burda nostalgia, su mirada hacia el paisaje y los pueblos es crítica, y así lo ha dejado ver en sus trabajos escritos. La fotografía de Paz alimenta, fortalece su denuncia sobre hechos y fenómenos que ocurren contra los intereses de las comunidades y que no pueden dejarse impunes ante la historia. Señala cómo ciertos comportamientos impropios de algunas autoridades ponen en peligro el patrimonio histórico y cultural de los municipios. Al respecto, Santiago Trancón Pérez ha dicho en su texto La fotografía arte y documento que: “El proceso de destrucción y sustitución de muchos conocimientos, usos y costumbres de nuestra cultura tradicional por elementos culturales ajenos pone en peligro un legado valiosísimo sin que ello suponga una mejora de nuestras relaciones sociales ni de nuestro bienestar. Nada más útil que la fotografía para reflexionar sobre nuestro pasado, sobre nuestros cambios sociales y culturales ocurridos en nuestras sociedades”.
Esta práctica es la que ejerce Rubén Darío Paz desde su concepción fotográfica, no estamos frente a una simple ilustración del discurso historiográfico, estamos ante la construcción de un imaginario fotográfico que es memoria crítica del presente y, a su vez, es la reafirmación de un pasado que se hace historia en cada registro, en cada gesto de una cámara custodiada por un ojo sensible.
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