ROBERT McFIELD, AHORCADO EN ISLAS DE LA BAHÍA

 Víctor Cáceres Lara (*)


Isla de Utila, Islas de la Bahía.

El 8 de julio de 1905, a las doce del día, fue ahorcado en la Isla de Utila el individuo Robert McField, elemento de color que fue encontrado culpable de un espantoso crimen cometido a bordo de la Goleta Olimpia, mientras realizaba un viaje de La Ceiba a Islas de la Bahía.

Con artimañas, el asesino se escondió a bordo de la goleta antes mencionada poco antes que esta iniciara su viaje. Cuando cayó la noche, se apoderó del fusil winchester del Capitán y de los revólveres de los individuos de la tripulación; y, ya en alta mar, apareció de improviso sobre cubierta y lanzándose sobre el Capitán le dio muerte lo mismo que al Contramaestre. Después de matar a un total de siete personas, hundió la goleta y se refugió en una pequeña lancha a la cual introdujo al señor E. Waller, Síndico Municipal de Roatán, a la esposa de éste y a su niño de dos meses, lo mismo que a dos niñas de edad núbil.

Con dos mil pesos que logró robarse de la goleta hundida y en compañía de las personas mencionadas, a las que dijo que llevaría a tierra, empezó a remar, pero a poco cambió de parecer cuando el día se aproximaba y temió encontrarse con alguna embarcación. Mató entonces a Weller, a su esposa, al niño de dos meses y a una de las niñas e intentó violar a la otra –Elcid Morgan— a quien, con un balazo y dos culatazos en la cabeza, dejó abandonada en la playa, donde fue encontrada por personas que la auxiliaron.

Cuando Elcid Morgan proporcionó todos los detalles del terrible acto, el criminal fue perseguido con actividad y capturado en el puerto menor de El Porvenir.   A bordo del barco Tatumbla, propiedad del gobierno, el negro McField fue llevado a la isla de Utila, de donde era originario, y allí todos los habitantes, congregados delante de la prisión, pidieron a gritos su muerte.

El Comandante y los integrantes del resguardo militar, cómo era natural se opusieron terminantemente a dejarlo al alcance de las manos del pueblo; pero el ocho de julio, cuando el asesino fue llevado al Juzgado para dar declaración y después que hubo confesado en todos sus detalles la manera como asesinó a los tripulantes y pasajeros de la goleta, el pueblo utileño, en número de más de 300 personas, al instante de salir McField del juzgado, se lanzó sobre los  soldados que lo custodiaban y después de breve lucha y de desarmar a los agentes de la autoridad, se posesionaron del reo y lo ahorcaron en un árbol de mango. 

Según las personas que presenciaron el suceso, el asesino se puso, él mismo, la soga al cuello; y, dijo que (era) muy bien merecida la pena que se le daba porque en un momento de extravío había asesinado a once personas indefensas, por robar un poco de dinero. Dijo que todos los muertos habían sido sus amigos y que se arrepentía de todo corazón del negro crimen que había cometido.

También el criminal, poco antes de morir, había señalado un cocotero al pie del cual había enterrado mil trescientos pesos, robados a bordo de la goleta, dinero que fue desenterrado por el juez. Señaló también la oquedad de un árbol donde tenía escondido un reloj y dijo también que, en un baúl, que había dejado en El Porvenir, había un poco de dinero en oro robado también de la goleta.

El suceso impresionó poderosamente a las gentes de la Costa Norte que durante mucho tiempo mostraron recelos para abordar las pequeñas embarcaciones que comunicaban entonces, como ahora, los puertos hondureños de tierra firme con las pequeñas poblaciones de Islas de la Bahía. 

(*) Víctor Cáceres Lara, hondureño, nacido en Gracias. Profesor de educación primaria, periodista, escritor e historiador. Fue Ministro de Cultura. 
Fuente: Víctor Cáceres Lara, Astillas de Historia, Fondo Cultural del Banco Atlántida, Tegucigalpa 1992, pagos. 233, 234, 235

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