CRÍTICA, FINES Y FORMAS

 Juan Ramón Martínez


 La crítica es consustancial a la democracia. Esta es, por su naturaleza perfectible, mediante los ensayos de prueba; y, error, inevitables en la conducta humana. Fuera de los valores morales, -- que son permanentes--, todo lo demás está sometido al cuestionamiento, valoración, la disparidad de criterios; y, al obligado ejercicio de la tolerancia. Los intolerantes, los nerviosos, y los caprichosos, no tienen espacio en la vida democrática, porque esta sólo es positiva, mediante la aceptación que, la acción pública – especialmente – es objeto de la discusión, la valoración; y, la aprobación o desaprobación de la ciudadanía. Gobernar es escrutinio diario.


Por supuesto, la crítica se justifica por sus finalidades, por las razones que la respaldan; y, por la forma en que se hace. En las sociedades con modelos parlamentarios, la crítica es más fuerte que en los sistemas republicanos. Se hace, desde los Congresos. En las sociedades más liberales, con sistemas educativos más humanistas, la crítica es más elegante y espontánea. En España, los escritores de los periódicos son más directos y expresivos que en Honduras. Aquí, todavía hay mucho camino que recorrer, porque no terminamos de crear una sociedad democrática perfeccionada; y en la que los funcionarios públicos, los empresarios privados y los políticos, acepten que, el ejercicio crítico es una contribución gratuita para su éxito. Y que ellos son servidores del bien común. 


El Presidente Terencio Sierra se sintió agredido cuando su correligionario, Juan Ramón Molina le dio recomendaciones en público sobre las mejores formas para dirigir la administración del estado. En la visión del poder que tenía Sierra – de mal temperamento, inseguro y, bordeando la locura— el que ser presidente, lo convertía en un Dios tropical, cargado de tantas virtudes que, colocándolo encima de los demás, no tenía por qué aceptar críticas y menos recomendaciones de quien, aunque buen poeta, nunca había sido; y jamás seria, “presidente” como él. 


Es necesario decir que, la crítica tiene que hacerse de frente; sin insinuar nunca atisbos de chantaje. Los militares ejercieron en el país ese estilo de eliminar a sus críticos, expulsándolos del país, nombrándolos en cargos diplomáticos. Después, los civiles, se acercaron a los críticos: o a los encargados de su ejercicio, para volverlos sus amigos. No siempre con buenos resultados, porque el fin del crítico auténtico, es ayudar a gobernar, sin participar en el gobierno, porque al hacerlo, desnaturaliza su razón y su función. Villeda Morales, sintió esta tentación cuando, en la Presidencia de la República, quiso seguir haciéndola, cosa contraria a la naturaleza de sus funciones. Xiomara Castro, que nunca ha sido crítica en su vida política, aunque repite que siguen en resistencia, sin aclarar en contra de quien; y, menos, sin explicar las razones para ese fantasioso ejercicio crítico, no puede hacerlo. Formalmente, la suya, sería autocrítica.


Los gobernantes, tienen que asumirla. Y reaccionar de conformidad. Modulando esta última, de forma que, no use el poder en contra de quien la ejerce, porque entonces incurre en autoritarismo. O en la compra del crítico, cayendo entonces en inmoralidad. Que un gobernante, quiera modular el contenido de los periódicos y los demás medios, mediante contratación de los periodistas, es una indecencia. O corromper a los periodistas volviéndolos activistas o propagandistas de su régimen, es una acción infame, que se envilece más cuando se financia con dinero público; lo que es perjudicial para la vida social. 


Los críticos, no tienen por qué sustituir a los políticos; y éstos, no deben buscar al alero suyo, para evitar el cumplimiento de sus responsabilidades. Por ejemplo, en este momento, la crítica del gobierno de Manuel Zelaya, la hacen los periodistas y escritores. Asfura, sigue en sus negocios, proclamando su inocencia; o, sufriendo la carga de sus compromisos. No se conoce el pacto con Zelaya. Yani Rosenthal, “anda ido” – como dice Wong Arévalo – silbando para otro lado, dudando si el poder es para su uso personal; u, obligación del hombre público, al servicio de todos. Nasralla, dispara con escopeta recortada. En forma difusa, sin darle continuidad a sus expresiones, ni acompañándola de propuestas concretas. Cálix, reclama acuerdos desesperados. El resto de los críticos, se cuidan de estropear los puentes del arreglo, porque siempre esperan que Mel, los llame. Y mediante sus habilidades especiales para negociar, le ponga un dique a la crítica; y al cuestionamiento. Cómo otros, expertos en caer parados. Algunos, antiguos vendedores del Partido Liberal, a “tuquitos”.

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