MUCHO GOBIERNO, POCA CIUDADANÍA

 Juan Ramón Martínez


En la década de los setenta, mucho sosteníamos que la crisis centroamericana, no afectaría Honduras. Y, así sucedió. Nicaragua, Guatemala y El Salvador, vieron tambalear sus instituciones, modificar los regímenes gubernamentales; y, alterar las relaciones en el interior de sus sociedades. Honduras en cambio, salió de la crisis y mas bien, en 1980 inició un proceso de retorno de los regímenes civiles y democráticos. La explicación que entonces dábamos a tal singularidad era que, en el país, teníamos gobiernos pequeños, sensibles y auditivos de los sentimientos populares; y, que en el interior de la sociedad se habían creado varias estructuras de participación ciudadana –desde la base a la cúpula capitalina– que facilitaba un diálogo entre las necesidades, miedos y esperanzas de la población y un liderazgo que, todavía creía que gobernar era concitar el respaldo de la población. Hasta entonces, teníamos más ciudadanía y poco gobierno. Todavía, seguíamos hablando, del gobierno como “gerente del bien común” y la ciudadanía, por medio de sus organizaciones de base, intermedias y de base territorial, igualmente acompañaban las gestiones públicas, respaldándolas o criticándolas.  Una naciente; pero esperanzadora democracia, creíamos en entonces.

Desde abril de 1980 hasta ahora, han pasado 44 años. Y muchas cosas han cambiado. El gobierno se ha vuelto omnipresente. Ahora es el más grande empleador del país. Con un régimen de partidos que operan como enganchadores de sus correligionarios; con un sistema educativo destinado a darle a Honduras empleados públicos, representando mentalidades subordinadas; y, con comportamientos poco éticos, privilegiando la sobrevivencia personal, por encima de los valores tradicionales de la integridad, la honradez y el logro individual de objetivos. “Construyendo” una subcultura de la dependencia, caracterizada por la anulación de la ciudadanía y la escasa participación suya en un diálogo que ha sido sustituido por las palabras grandilocuentes de los caudillos centrales o rurales, radicados en Tegucigalpa. Las organizaciones libres de antes de los setenta –campesinas, patronales, juveniles, obreras, culturales, etc.—han desaparecido; y, su papel de vía de comunicación dialogal ha sido sustituida por el ruido partidarista y los diferentes grupos o sub-corrientes que, se han convertido en una trinchera dominada por quienes, hacen más favores. El centralismo, ha ahogado el poder municipal, el que, en la medida en que ha sido subsidiado por el poder central, que ya no tiene representatividad; ni hace sentir a la ciudadanía que ella, carece de razón de ser. Y que la única alternativa es que cada quien, forme parte de una red de intercambio de favores que sale de Tegucigalpa hasta la pequeña comunidad que cree que ha hecho el gran negocio de su vida, entregando sus derechos de participación y control, a cambio de favores. Donde antes había derechos y deberes, ahora lo que hay son sólo lealtades que se exigen para todo; y, que pasan por el pago del voto, la venta del silencio; o, las adhesiones a caudillos que igual que sus colegas de los ochenta, conducen al país a una encrucijada en donde la rebelión desordenada, la lucha de unos en contra de todos, será la regla que destruya las bases existenciales de la paz y la libertad. 

Los gobernantes –Suazo, Azcona, Callejas, Reina, Flores, Maduro, Zelaya, Lobo, y JOH– hicieron muy poco para evitar la crisis catastrófica que enfrentamos. Sólo Azcona y Callejas impulsaron construcción de ciudadanía, frenando la dominación del gobierno central sobre las personas. El primero con la legislación maquiladora; y, el segundo, la Fiscalía General que imaginó como órgano de control del gobierno. Ahora, ha pasado a servir más a los políticos que a la sociedad. Reina y Flores, involucionaron el régimen de libertades, al devolver a las Fuerzas Armadas al control de los políticos, destruyendo la lógica de la rebelión popular y la subordinación de los políticos a los objetivos nacionales.

Por otro lado, mientras se ha debilitado el poder municipal; y, todo, es central ahora: policía de intervención, salubridad enemiga del saber popular y la responsabilidad, educación que rechaza la participación de los padres en la formación de sus hijos; e incluso, hasta en la muerte el gobierno da los ataúdes y el pueblo los cadáveres, crece como en sordina sostenida, el disgusto general. El gobierno no le teme al pueblo. Cree que lo puede comprar. Pero el pueblo, algunas veces, lo olvida. Y se toman carreteras. O preparan otras acciones irregulares. Nunca, se sabe.

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