SOBRE LA GUERRA CIVIL DE 1924

 Juan Ramón Martínez

 

Más que a votar, en elecciones libres; los hondureños aprendieron primero a matarse entre si, en las guerras civiles. Su número es, incontable. Muchos historiadores no se ponen de acuerdo, porque algunos no coinciden en la forma cómo diferenciar una guerra, de un motín; o, de una simple emboscada, precedida de una borrachera de las autoridades de una localidad importante del país. Pero Gautama Fonseca escribió que entre 1821 y 1948, habíamos tenido dos y medio revueltas armadas, --con muertos y destrucción de la propiedad privada--, promedio por año. El número de muertos, no se ha atrevido nadie a calcularlos, porque como siempre, los muertos han sido, los pobres. Y estos como son muchos, por ello, importan pocos. Y por ello, pocos los cuentan. Pero la verdad es que hay guerras que tienen más “prestigio” que otras. En el siglo XIX, las importantes fueron las que libró Francisco Ferrera en contra de Morazán, las revueltas de Medina; y, el levantamiento de Céleo Arias que, logró instalar un gobierno paralelo. La única “revolución” del siglo antepasado fue la de Policarpo Bonilla, que, con el apoyo de José Santos Zelaya, presidente de Nicaragua: y que conocemos como la revolución liberal, derribó al gobierno legítimo de Domingo Vásquez. Y a finales de siglo, el incidente armado más importante, por los protagonistas implicados, fue el que encabezó Longino Sánchez, en el gobierno de Bográn y en que el primero, Comandante Militar de Tegucigalpa, disgustado porque no se les pagaba a sus soldados, capturó y fusiló al ministro de Hacienda de entonces Licenciado Samuel Martínez. Como un acto de cólera, muy irracional, Sánchez, que no tenía planes de derribar al gobierno de Luis Bográn, abandonó Tegucigalpa; y en Cerro de Hula, se dio un disparo en la boca que, terminó con su vida.


El siglo XX, es el de las “revoluciones”. Tanto por las tropas involucradas, las víctimas reconocidas, la duración de las operaciones entre los contendientes; y, el territorio en el cual se libraron las acciones. En este sentido, las más grandes revueltas, llamadas revoluciones, serían la de 1903 – entre liberales--, la de 1907 de los liberales exaltados en contra de los liberales moderados de Manuel Bonilla, con apoyo de Nicaragua y cuya acción mayor fue la batalla de Namasigüe, la más sangrienta de toda la historia militar hondureña;  las acciones en la Costa Norte en que Manuel Bonilla, en 1910, derrotó a los liberales e inaugura el más largo periodo de paz y desarrollo económico del siglo; la de 1919, en la que los liberales se alzaron en contra del gobierno de Bertrand, acaudillada por Rafael López Gutiérrez; la de 1924, de los nacionalistas y dos facciones liberales en contra del gobierno liberal de López Gutiérrez; la “guerra  loca” de Ferrera en contra del gobierno liberal de Mejía Colindres en 1931; la Revueltas de las Traiciones de los “mayores de plaza” liberales contra del gobierno de Mejía Colindres, para impedirle se le entregara el poder a Tiburcio Carías Andino que había obtenido el favor de las urnas; la toma del cuartel San Francisco el 1 de agosto de 1956; la revuelta de AVC, en julio de 1959 en contra del gobierno liberal de Villeda Morales y el golpe cruento de López Arellano  el 3 de octubre de 1963, que terminó con la Guardia Civil; y que, alejó bruscamente del poder a Villeda Morales, a pocos meses de cumplir con su periodo presidencial. Entre 1954 y 1980, en el país se conocieron pocos brotes armados, la totalidad de ellos derrotados por los militares que, desde esta fecha, aumentaron su capacidad de combate y burocratizaron a los generales y coroneles de pie que, encontraban en las guerras civiles, la forma de resolver sus diferencias. Tres incidentes hay que mencionar en este periodo: el de Los Jutes en que un grupo de “comunistas” animaron a algunos dirigentes campesinos a que enmontañaran en las cercanías de El Progreso y que fueron masacrados por los militares; el movimiento de los liberales en 1964, encabezado por Gerardo Alfredo Medrado y Jorge Arturo Reina en contra de López Arellano; y el alzamiento de La Palestina, en el departamento de Olancho, dirigido por José María Reyes Mata, René Bulnes Soleno, Juan Ramón Dermith, Guadalupe Carney y Edwin Díaz Zelaya, en contra del gobierno de Suazo Córdova y Gustavo Álvarez Martínez.

Pero entre todos estos actos violentos e irracionales, destaca por su ferocidad y sus dimensiones, la guerra civil de 1924. Tanto por la duración de la misma -- cerca de dos meses--, el número de hombres levantados en armas – calculamos más de 27.000 soldados— las ciudades involucradas, las más importante del país, porque la batalla final se dio en la capital de la República; y, por la intervención del gobierno de Estados Unidos, en la finalización de las hostilidades, incluyendo el desembarco e instalación en Tegucigalpa, de 200 marines de un barco surto en Amapala.

Adicionalmente, la guerra civil de 1924, es --con la batalla de Namasigüe--, la más documentada. La primera que cuenta con un narrador muy bien informado, independiente, que se refiere a las acciones civiles y militares de las tropas involucradas, día a día. Además, es la más fotografiada en vista que los jefes eran figuras con antecedentes militares en las campañas militares anteriores, especialmente las de 1910 y 1919. Y, finalmente porque se involucran líderes políticos militares (Tiburcio Carías Andino, Ángel Zúñiga Huete, Gregorio Ferrera, Vicente Tosta Carrasco, Rufino Solís y Carlos F. Sanabria) que tendrán una beligerancia singular en la vida nacional, en los siguientes años treinta de vida republicana. Y porque nunca antes, una guerra civil se había definido en los alrededores de la capital y menos, implicando la seguridad de sus habitantes que durante 45 días fueron sometidos a bombardeos casi diarios. Incluidos, los aéreos, que fueron así, los primeros sobre una capital latinoamericana.

El mejor documento histórico de ese conflicto armado es “El Diario de la Guerra” de 1924. Lo escribió Mario Rivas Cantruy, ciudadano español, residente en Tegucigalpa y director de la “Revista Renacimiento” que se editaba en la capital hondureña. Aquí se narran, el día a día, las dificultades entre los políticos, el inicio de la guerra, las negociaciones infructuosas, los autores y los negociadores, así como el acuerdo final. Otro documento importante es el que se refiere a los entretelones de los mediadores estadounidenses. Benjamín Wells, hijo del negociador que puso fin las hostilidades y logró el acuerdo de Amapala, Summer Wells, escribió un valioso documento que, pese a su importancia, es el menos conocido de los tres que forman el volumen que comentamos, posiblemente por el hecho que fuera publicado en inglés. Y, en tercer lugar, El Boletín de la Defensa Nacional, dirigido por Froylán Turcios, miembros del gobierno de la dictadura liberal que hizo de la intervención y llegada de soldados estadounidenses a Tegucigalpa, un motivo de lucha anti imperialista. Cómo es natural, el documento menos histórico de la colección que soslaya el hecho que realmente la causa para la llegada de los militares gringos, fue la lucha entre liberales y cachurecos por las bondades presupuestarias. Estos tres documentos han sido unidos en un sólo libro por la Colección Erandique y publicados bajo el título “Crónicas de la Guerra Civil de 1924”. A este valioso documento, útil para entender las crisis políticas de Honduras, sólo echamos en falta, las crónicas de Gonzalo R. Luque que nos permiten, desde la medianía y soledad de los combatientes, conocer cómo la guerra entonces, se había convertido en una enfermedad que animaba a exponer la vida de la ciudadanía para lograr cargos públicos, y comprometer los bienes nacionales, postergando en forma criminal el desarrollo del país. Luque escribió que, “unas veces peleábamos bajo las órdenes del general (Vicente) Tosta y otras veces en contra de él; otras veces peleábamos contra el general Gregorio Ferrera y otras veces peleábamos bajo las ordenes de éste; otras veces peleábamos bajo las órdenes del general Martínez Fúnez y otras veces bajo las ordenes de éste” (Chalo Luque, “Las Revoluciones en Honduras”, SPS, 1982, paginas 161, 162). 


No creemos que haya sido buena idea incluir, en el libro que comentamos el ensayo de Aro Sanso, porque es el seudónimo de Policarpo Bonilla, que fue parte interesada en el conflicto. Por lo que su palabra no es fiel y menos histórica, porque es mas bien un alegato personal, en favor suyo. Y en donde se alteran los hechos para favorecer su intervención en el conflicto y reducir sus responsabilidades.  Eso sí, creemos que, conociendo los errores cometidos por los egoístas de todos los colores que nos han dirigido o embochinchado, con la lectura de este importante libro, podemos evitar que las nuevas generaciones, se destruyan unas con otras, enarbolando banderas odiosas, disputando por los cargos públicos y destruyendo las posibilidades que Honduras pueda ser, alguna vez, una gran nación en donde los hondureños podamos vivir seguros, en paz y felices. Un libro que todos debemos leer.

Tegucigalpa, 25 de septiembre de 2023.


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