EL OFICIO Y LA RAZÓN DEL PERIODISMO

Juan Ramon Martinez.


Un joven reportero, presumiblemente estudiante de periodismo que trabaja en una emisora relacionada con el movimiento “zelayista”, me entrevistó la semana recién pasada. Estaba preocupado el porqué de mi actitud crítica con todos los gobernantes y, en el fondo, si era bueno hacer periodismo sin aprovecharse de las oportunidades que permitía la cercanía a los titulares del poder. Aunque le respondí la mayoría de sus inquietudes, he quedado con la impresión que el joven entrevistador no tiene muy clara la función periodística y la calidad humana básica de quien se quiere dedicar al ejercicio de la información periodística.


Animado por esa duda y pensando en el joven reportero, a quien sus maestros evidentemente no le satisfacen totalmente sus necesidades ontológicas, tengo que decir que no puede haber buen periodista, si no se es una buena persona. Un delincuente, al margen del color del cuello, no puede ser un buen periodista. Solo alcanza ese nivel quien se reconoce obligado a diferenciar el bien del mal; y el que, de forma deliberada, opta por la tarea de dedicar su existencia a hacer el bien a su familia, a su sociedad, a su país y a si mismo, sin esperar a cambio, más que la satisfacción interna que señalaba Immanuel Kant.


Los que por el contrario son incapaces de diferenciar lo bueno de lo malo; y no tienen ningún empacho en celebrarse a sí mismos, mientras chapalean en la indecencia, incurren en acciones delictivas y usan sus medios de comunicación para deturpar a los honrados; o para destruir a sus enemigos, no pueden ser periodistas.


Pero además, el periodismo tiene la obligación del servicio. No es una profesión cualquiera; ni mucho menos el camino para el enriquecimiento fácil. Es más que un oficio, una misión santa al servicio de la colectividad para la cual se trabaja. Por ello es que nunca los periodistas de verdad -no los que confunden el ejercicio de la profesión con las relaciones públicas- pueden estar al servicio de gobierno alguno. El público requiere del trabajo del periodista para darse cuenta si el funcionario elegido por él; y pagado con sus impuestos, está cumpliendo con sus obligaciones, en forma disciplinada y honrada. Engañar al público escondiendo nombres, eliminando información a cambio de favores en favor de los dueños del poder público o privado, no tiene que ver con el periodismo. Esta más emparentado con la delincuencia que con el ejercicio de una profesión que tiene que ser por principio, santa, honesta y honrada.


El periodista,-- que actúa como tal -- no puede estar al servicio del gobierno, de un partido político específico, de un grupo económico o de una pandilla de delincuentes. Es cierto que no somos jueces; y que en consecuencia todos son inocentes hasta que se demuestra lo contrario. Pero la verdad es que, el sentido común nos indica que no debemos estar al servicio de nadie, sino de la opinión pública. Por lo que en consecuencia no debemos ser comparsas o voceros; ni guarda espaldas intelectuales, por las razones que sean, de políticos, funcionarios o empresarios. Una cosa diferente es cuando el periodista deja el ejercicio de sus funciones y se hace relacionista público, empleado de un gobierno o sirviente de un partido; o de un líder político, social o empresarial. Aquí el periodista deja de serlo, para cumplir otras tareas y ejercer otras responsabilidades.


Además, el periodista no le puede creer nunca a nadie, nada de lo que le digan. Trasmitir mecánicamente la declaración del entrevistado, puede significar una gran lesión al oficio periodístico que tiene como meridiano central, el cuidado y la defensa de la verdad. Nunca debe el periodista escribir lo que le dicen, si no le constan las cosas; o si no le aportan las pruebas pertinentes. Someterse al engaño, a hacer coro en la defensa de posiciones específicas, de la naturaleza que éstas sean, puede llevar al periodista a la instrumentalización de sus tareas y a sembrar la duda entre los consumidores de la información sobre el lado en que está situado: a favor o en contra de la verdad. En el bien o al servicio del mal.


De allí el constante ejercicio de la criticidad. El periodismo que se basa en declaraciones de los entrevistados, sin el control de la repregunta obligada; o en la celebración pegajosa de las obras inventadas de los gobernantes, desprestigia al periodismo y lo convierte, más bien, en una amenaza pública.

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