LOS RETOS DE UNA NUEVA POLÍTICA DE SEGURIDAD

Juan Ramon Martínez.


Óscar Álvarez hizo mucho daño a la política de seguridad del país. Volvió su perspectiva tan personal y hermética, que dejó fuera a los actores policiales, dividió a las instituciones en seguidores suyos y adversarios; y eliminó la intervensión de la sociedad en un asunto que más de la policía o del gobierno, es y debe ser su principal preocupación. Y al querer convertir a la Policía en una suerte de Fuerzas Armadas sustitutas, creó un clima interno sin las salidas correspondientes que ha generado entre otras cosas, inseguridad en los oficiales policiales que no le ven seguridad a su futuro; ni mucho menos reconocimiento y tranquilidad suficiente para vivirlo en forma decente.


En otras palabras, el problema que tiene que enfrentar Pompeyo Bonilla es de dimensiones gigantescas. No solo hay incoherencia interna, desacuerdos y desconfianzas evidentes, sino que además, una evidente desarticulación con la sociedad que no confía en la Policía, especialmente porque así como Álvarez daba la impresión de estar por encima del Presidente Lobo Sosa, desorbitado en su afán de crear casi un sistema policial que eliminara todas las libertades y posibilidades del ejercicio ciudadano, la institución terminó por lucir como una con objetivos propios, autónomos que a la distancia le hicieron parecer como una isla sin interés de vincularse humildemente al servicio de la seguridad y felicidad de los hondureños.


Bonilla entonces tiene que enfrentar una problema filosófico elemental; definir el para qué de la policía. Normalmente la gente cree que filosofar es perder el tiempo. No saben que es pensar a profundidad sobre las cosas, para extraer de las mismas, sus oportunidades más radicales. Partiendo del supuesto que pueda hacerlo – porque es un hombre menos ególatra y más tranquilo y sereno que Álvarez Guerrero – tendrá que enfrentar los defectos de su formación de oficial militar subordinado que le impide tener una visión de conjunto para la planificación global. Si toma consciencia de esta debilidad, se rodeará de asesores superiores a él, con menos competencia para la operatividad diaria; pero con más habilidades para trabajar en el diseño del mediano y largo plazo. Las tareas del corto plazo, tiene que entregárselas al sistema policial, que todavía no ha tenido la oportunidad de expresarse, especialmente porque los ministros de seguridad han operado más como jefes policiales – con la excepción del general Álvaro Romero y el coronel Rodas Gamero – que como conductores del esfuerzo colectivo en el cual la Policía desempeña una tarea específica y predeterminada.


La Policía tiene que resolver sus dificultades internas. Hay que reconstruir la unidad interna, acelerar la subordinación inevitable en un cuerpo de esta naturaleza, desburocratizarla para que los cuadros superiores dejen las oficinas y se mantengan en la calle, en contacto con la sociedad, asegurándole a sus oficiales, una carrera digna en la que al final puedan retirarse con los honores que corresponden. En este momento hay un clima de inseguridad en el interior de la Policía que no ha explotado porque, con todas las locuras de Álvarez, no les dio tiempo a los díscolos para expresarse.


La unidad interna no tiene que lograrse mediante el reparto de territorios o beneficios. Debe hacerse de conformidad a la ley y bajo el imperio de una nueva filosofía en que la Policía, recupera su profesionalidad y su disposición de servicio a la colectividad. Una policía, convertida en herramienta oxidada para lograr posiciones políticas, es una conspiración que se huele desde lejos y que, en consecuencia, todo el mundo rechaza por moral e indebida. Tanto para exaltarlo cuando conviene, como para desprestigiarlos cómo hiciera Álvarez en forma imprudente e irresponsable.


Desde luego hay que reforzar los sistemas de vigilancia del comportamiento policial. Asuntos Internos debe ser fortalecida e independizada de la autoridad del Ministro de Seguridad, para darnos confianza a todos. Y además, para que pueda investigar no solo lo formal, sino que prestarle atención a los saltos en el nivel de vida que se aprecia en algunos policías que, de la noche a la mañana exhiben niveles de vida que no corresponden a sus sueldos y a sus rangos.

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