LA CAIDA DE ÁLVAREZ GUERRERO
Juan Ramón Martínez.
La mentira tiene piernas cortas. Lo ha venido a confirmar la estrepitosa caída de Oscar Alvarez Guerrero que ha sido destituido, en el momento en que libraba una guerra mediática en contra de la ingenuidad popular, de la Policía Nacional Preventiva y de la buena voluntad del gobierno y su titular. El triunfalismo con que Alvarez regresó de Estados Unidos, pretendía esconder un hecho: su fracaso al frente de la seguridad del país, su incompetencia para dirigir la Policía y su inhabilidad para decirle la verdad al Presidente Lobo sobre lo que estaba pasando realmente en el país. Su esfuerzo por levantar una cortina de humo, con el supuesto propósito de sanear a la Policía, de cuyas suciedades – reales o inventadas – era el principal responsable, ha terminado en un fracaso porque se basaba en mentiras, lugares comunes y falsas expectativas.
Alvarez pierde el cargo, en realidad, porque la verdad demostró su incompetencia y su falta de honradez en el manejo de los asuntos públicos. La información proporcionada por el gobierno de los Estados Unidos, cuyo contenido hasta ahora solo conoce Lobo Sosa, la casi insubordinación de la Policía Nacional Preventiva que levantó la cabeza en contra de un hombre que pretendía destruir toda la legalidad en que está asentada; y la preocupación del Partido Nacional que observa que la población no ve resultados por lo que le niega respaldo popular a una propuesta que precisamente se basaba en el triunfo en contra de la delincuencia, fueron los tres factores que precipitaron la estrepitosa caída del Ministro de Seguridad. Su esfuerzo para engañar a la opinión pública, con complicidad de algunos medios de comunicación, confirma que no basta con hacer relaciones públicas; ni mucho menos la pretensión de engañar al público para sostenerse en los cargos. Hay que ofrecer resultados, no solo declaraciones y promesas, porque la ciudadanía está cansada de sueños y quimeras y exige que se le den resultados concretos.
La falta de humildad de Alvarez Guerrero para aceptar sus responsabilidades y su debilidad para atribuirle la culpa a una institución, en la forma cómo lo hiciera; y la búsqueda de oportunidades para asentar un poder omnímodo sobre la Policía que, al margen de sus defectos, forma parte de un ordenamiento jurídico que hay que respetar. Darle las llaves del reino al diablo, como pretendía el ex Ministro de Seguridad era algo que solo las mentes más calenturientas, los irrespetuosos de la credibilidad popular y los ingenuos, podían permitirlo. Ello habría significado ni más ni menos, revertir los conceptos y darle de patadas a la lógica que no puede permitirse premiar a quien es el principal responsable por las fallas de la Policía. Habría sido inaudito, darle un reconocimiento a quien no solo ha fracasado en sus tareas, sino que ha empujado al país a una confrontación entre el gobierno y el aparato productivo que está paralizado por la agresión que representa un Plan de Seguridad inexistente que solo reclama; pero que no dá garantías que la ciudadanía recibirá algo a cambio.
Finalmente hay que decir que el ex ministro de seguridad ha confundido la política con la función del engaño. Crear y alimentar los problemas, para con ello obtener ventajas para una posible candidatura presidencial, fue otro error de bulto que no solo disparó las alarmas nacionales, sino que adicionalmente puso sobre la mesa las falsedades de una gestión que ha sido más mediática que otra cosa.
La salida de Alvarez no resuelve el problema como creen algunos. Esto es un error. Apenas confirma que era parte del problema y que, se tienen que corregir los errores cometidos y confiar la dirección de la seguridad a personas que no usaran el cargo para engañar al público; ni mucho menos para lograr subir escalones en la administración burocrática. Las nuevas autoridades de Seguridad, tienen que reconstruir las relaciones con los empresarios, modificar el estilo propagandístico de la lucha en contra del primen; y volver transparente el combate en contra del narcotráfico. Esto no es fácil. Y no hay tiempo suficiente. El gobierno de Lobo está a punto de llegar al ecuador de su gestión. Y no tiene todo el espacio de acción que requiere porque Alvarez Guerrero desaprovechó la oportunidad con sus reiteradas equivocaciones.
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