CRISIS, FUNDAMENTALMENTE MORAL

[caption id="attachment_260" align="alignleft" width="242" caption="Charles Péguy."][/caption]

Juan Ramón Martínez.

Péguy, el pensador y escritor francés decía, en una expresión iluminaba, que la revolución para que fuera auténtica, tenía que ser moral. Si la revolución, en su afán de desmontar las estructuras del mal y su sustitución por otras creadoras del bien social y el mejoramiento individual de los niveles de bienestar de las mayorías, se tiene que aceptar que la crisis a la que se enfrenta es también una crisis moral. Por esa razón, por donde se le quiera ver, la crisis hondureña, cuyos ejes de desajustes visibles se relacionan con la incapacidad de crear una estado de bienestar adecuado para nuestras realidades, más que otra cosa, es la expresión de la crisis moral que abate a las “élites” – palabra que obligadamente estoy comprometido a usar para rechazar la de “clase política” que es relativamente inadecuada – y a la población hondureña en general.

No solo es la resistencia para ver lo que ocurre. Carías Andino se negaba a reconocer la existencia de un problema social durante su largo régimen. Después vinieron las interpretaciones de las responsabilidades de cada quien en la creación y sostenimiento de las causas que generan un régimen injusto de distribución del ingreso, la falta de calidad de los servicios colectivos entregados a los más pobres y la deshonestidad con que se manejan los recursos del bien común, en donde más apreciamos la crisis moral que afecta a la totalidad del pueblo hondureño. No solo de los líderes, sino que además, de todos nuestros compatriotas que no asumen ningún grado de responsabilidad por lo que ocurre. Todo es la voluntad de Dios, dicen. La culpa es de los gringos y su imperialismo, los rigores del clima o el haber llegado tarde al mundo, cuando ya toda la riqueza se había distribuido entre las naciones más fuertes del planeta. Y nadie tiene el compromiso por trabajar, denodada y disciplinadamente por superar las dificultades actuales. La actitud pasiva, la aceptación de todo lo que nos proponen sin rechazo alguno y la conformidad ante las desgracias que se nos vienen encima, son expresiones de irresponsabilidad colectiva y de franca inmoralidad en la cual no nos sentimos extrañamente cómodos sujetos de nuestras propias realidades.


Un amigo me decía el otro día que en el lenguaje, el cotidiano incluso – cosa que me interesa explorar – se muestra esta falta de compromiso de nuestro pueblo: “se rompió el vaso”, “se perdió la cosecha”, “se incendió la casa” y “se fugó la muchacha casadera”. Aquí, las cosas están fuera de control. Y el sujeto hablante no tiene responsabilidad. Tal distanciamiento, es una forma indecente de no aceptar responsabilidad que estimule el compromiso, que consolide la esperanza; y que le dé forma al trabajo agresivo y sostenido para producir mejores resultados.


La llamada “élite” política, es indolente e inmoral. Gasta y gasta, todo lo que le cae en las manos. Dicen los que saben de estas cosas, que el 40% del PIB, lo aporta el gobierno en forma de gastos. Mismos que teóricamente están destinados a satisfacer las urgencias de un estado de bienestar para todo el pueblo hondureño. Como sabemos la calidad de los servicios que se le ofrece al pueblo, los que además de ineficientes y sin control de calidad, son lentos y proclives a la corrupción más generalizada que hemos visto hasta ahora. Los ejecutores, son ineficientes, indolentes e irresponsables. El que dijo que Honduras es un país mal administrado, lo único que le faltó en tan lapidaria afirmación, es agregar que está en manos de los peores administradores. Sin responsabilidad y con el sentimiento de la impunidad que crea el saberse por encima del bien y el mal, fuera de cualquier tipo de control – el CNA ahora está en manos del gobierno, para evaluarse y controlarse a sí mismo – hacen las peores tonterías. Y en vez de animarnos a buscar fuerzas propias, administrando mejor los recursos, nos empujan a la dependencia. Diciendo que lo inteligente es pedirle a los demás.


Es una inmoralidad entregar los problemas de Honduras a los Estados Unidos, a Venezuela, a Dios o a la compasión de los más sensibles de la comunidad internacional. Ésta ha perdido la confianza, porque no somos suficientemente honrados; ni tenemos compromiso con nosotros mismos, Vivimos, cómodamente instalados, esperando que los otros vengan a defendernos – como en la década de los 80 – ; o a hacer ahora lo que no hemos podido, o no hemos querido hacer.

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