SEGUIMOS ENVIANDO MALOS MENSAJES

Juan Ramón Martínez.


El país no muestra, en términos generales un rumbo preciso en dirección a la superación de sus dificultades. Aunque hay mínimas señales, por ejemplo la promesa que presentarían un Plan Anticrisis – cosa que no hemos conocido todavía en sus detalles más precisos –, el gobierno no muestra una actitud positiva frente al reto que representa la crisis del capitalismo. Y más bien, los mensajes que se envían son totalmente contradictorios. Cómo si aquí no pasara nada, por lo que no debemos rectificar absolutamente nada. Ni siquiera la previsora actitud de la hormiga, que frente al seguro invierno, trabaja intensamente para acumular las provisiones que necesitará para el tiempo en que no pueda trabajar.


Por eso es que apreciamos que, más que el sentimiento de fraternidad, lo que ha impuesto es el criterio infantil que la fiesta se está terminando por ello, empujándonos los unos en contra de los otros, nos echamos a la bolsa la mayor cantidad de dulces posibles. Los campesinos del Aguán, igual que sus colegas del pasado, no quieren sacrificar nada; y todo lo piden gratis. De forma que somos todos, el resto de los hondureños, los que les debemos comprar las tierras cultivadas de palma africana para que las sigan explotando con ánimo de asalariados, vendiendo la fruta a sus enemigos, para que al final, aburridos del trabajo, terminen vendiéndolas de nuevo a quiénes se las quitaron y el gobierno pagó por ellas cantidades alzadas. No otra cosa podemos extraer de la lectura del proyecto de decreto en que el gobierno de la República se vuelve fiador solidario de un grupo de campesinos que no aportan nada; ni se comprometan tampoco en nada. Y que solo cuentan el expediente de la fuerza y la amenaza para que les demos todo lo que quieran, “porque de lo contrario correrá la sangre”.


Los hondureños les hemos dado a los campesinos organizados la mayor contribución económica que grupo social alguno haya recibido. Con tales recursos a estas alturas, los campesinos se habrían transformado en eficientes productores agropecuarios que estarían ofreciendo mano de obra en sus unidades de producción que, desde la agricultura tecnificada conformaría una agro industria capaz de generar exportaciones duplicadas que las que nos brinda actualmente la maquila. Pero nada de esto ha ocurrido. Aunque hay muy buenos ejemplos individuales de éxito económico empresarial, en términos generales los campesinos que han recibido estos fondos, han contribuido muy poco a la economía nacional. Al grado que podemos establecer aquí que los campesinos en general, especialmente los que no han recibido los llamados beneficios de la Reforma Agraria, tienen una contribución más alta en el Producto Nacional Bruto que los campesinos del sector reformado. Fuera de Guanchías, algunas cooperativas palmeras de Tocoa y sus alrededores, la federación de productores de palma africana del sector de Progreso, el resto de los grupos campesinos han abandonado las tierras que se les han dado, vendido algunos las mismas; e incluso no son pocos los que se han organizado de nuevo, en otros lugares, para invadir y pedir nuevas dotaciones de un bien que, en honor a la verdad, nos pertenece a todos.


Creemos que se están mandando mensajes inadecuados a los hijos de los campesinos cuyos padres recibieron en el pasado enormes dotaciones de tierras, tanto las de origen nacional como las que fueron adquiridas a los propietarios particulares. Quienes recibieron tales beneficios, con algunas excepciones, no honraron el compromiso; ni mucho menos demostraron su amor al país y a sus familias. El fracaso y la pobreza, fueron sus banderas para seguir implorando que el gobierno – que solo tiene lo que le damos los contribuyentes, especialmente los más pobres de entre los hondureños – les siga regalando para que ellos continúen despilfarrando lo regalado, sin utilizarlo para producir riqueza y bienestar para ellos, sus descendientes y el país en general. Ante tan reducidos resultados, no hay porque favorecer a los agresivos e irrespetuosos de la ley. En el pasado, no se permitían las invasiones. Y cuando se lograban acuerdos entre los particulares y los invasores, eran estos últimos los comprometidos a pagar lo debido. Ahora, dentro de un populismo equivocado, se anima a la desobediencia y se premia a los improductivos. Esto no debe continuar.

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