EL REINGRESO A LA VIDA NORMAL

Juan Ramón Martínez.


Dicen los expertos en aeronáutica, que el mayor problema que tienen los astronautas es el reingreso a la atmósfera. Pasar de una situación de ingravidez cero, a las condiciones que privan en la tierra, requiere un mínimo adiestramiento y una confiada actitud de acomodamiento. Igual cosa le ocurre a los que, dejando el “poder”, deben – de la noche a la mañana – pasar de señores, dueños de horca de machete, a simples ciudadanos que tienen que manejar su carro, ganarse la vida de conformidad a los resultados y sin una corte de aduladores que desde en la mañana hasta las horas del sueño, les llenaban de piropos construyendo una falsa superioridad en que la Patria no podía vivir, ni un minuto siquiera, sin sus augustas presencias al frente de los cargos confiados por su “majestad”, el gobernante de turno. Los más débiles de espíritu y con menor formación política, sufren lo indecible. No solo se sienten menospreciados y malqueridos, sino que además perseguidos y amenazados. Sienten la paranoia del vacío.




[caption id="attachment_280" align="alignright" width="300" caption="Oswaldo Guillén"]Oswaldo Guillén[/caption]

Hay algunos que tienen la suerte de ser empleados públicos toda la vida. Algunos gracianos, expertos en estas cosas, me han contado de compatriotas que los padres nunca los inscribieron en el registro civil. Directamente pasaron al servicio civil, convertidos en funcionarios públicos, durante toda su vida. El mejor ejemplo de un burócrata de vida completa fue don Julio Lozano que desde conserje llego a Vice Presidente, Presidente de la República y Jefe del Estado. No murió en el poder porque los militares lo desalojaron del gobierno mediante un incruento golpe de estado en donde no hubo un policía que levantara el brazo en su defensa siquiera. Ahora en los tiempos que corren hemos sido testigos – detrás de la fórmula del continuismo – de la voluntad de algunos políticos de mantenerse en el poder, por siempre; o por lo menos durante Dios les preste toda la vida que quiera para “servir al pueblo hondureño”, como “patriarcas” irremediables.


Detrás de esta visión, además de cierta haraganería consustancial con una visión autodestructiva de sí mismos, hay una suerte de menosprecio, en términos generales hacia la supuesta minusvalía de los hondureños. Como obligadamente se sienten superiores a todos, han llegado a la conclusión que el país no puede vivir sin ellos, al grado que el miedo a la muerte es el sentimiento de dejar sin sus consejos, sus formales recomendaciones y sus augustos respaldos, es mucho mayor que para el resto de los mortales por dejar a la Patria huérfana y desamparada.


Pero hay otros burócratas menores que no se conforman nunca. Y por ello claman respeto y consideran porque afirman que son objeto de persecución; y que en consecuencia, sus vidas y las de sus familias están amenazadas. Uno desde afuera, no puede juzgar si las denuncias son serias, fundamentadas en hechos objetivos, o simplemente expresión de una paranoia incipiente, fruto de la incapacidad de ajuste a una nueva realidad en donde los prestigios han desaparecido y la capacidad de influenciar el curso de los acontecimientos se ha reducido a cero. Pero claro, desde la obligación fraterna, uno siente compasión por el sufrimiento del otro y la urgencia de pedir y buscar la forma de asegurar la protección y la seguridad del ex funcionario que se siente amenazado por personas o grupos que le quieran hacer mal.


No se puede actuar de otra manera. Nadie puede celebrar el sufrimiento ajeno; ni estimular a los anormales que se han especializado en la experimentación del gozo por el sufrimiento continuado de otro. Si hay algún disgusto contra un ex funcionario, hay que proceder en su contra por medio de los instrumentos que ha creado el sistema; pero sin poner en precario la tranquilidad suya y la de sus padres como es el caso que ha denunciado el ex Director de la DEI. Al tiempo que se debe rechazar, con todas las fuerzas que se tengan a la mano, la vocación tan generalizada del ejercicio de la venganza. Si el señor Guillén ha hecho algo indebido durante el desempeño de su cargo, se le debe cuestionar y sancionar dentro de la ley. Ahora bien, Guillén debe templar los nervios, amarrarse los pantalones y no dejarse impresionar por sombrerazos o por llamadas telefónicas.

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