LOBO SOSA, HACIA OTRA FASE

[caption id="attachment_266" align="alignright" width="300" caption="Pepe Lobo"][/caption]

Juan Ramón Martínez.

Con el discurso de Lobo Sosa en las Naciones Unidas, el país y su administración, concluyen una fase extraordinariamente importante. La reinserción del país en la comunidad internacional, en donde había sido excluido de forma arbitraria e irrespetuosa con respecto a su ordenamiento jurídico interno, está completa. Y Honduras tiene la autoridad y la oportunidad de moverse en la comunidad internacional como un miembro de pleno derecho, estableciendo las relaciones que tengan que ver con la protección de sus intereses; y lo más importante, opinando y sugiriendo soluciones para el manejo de crisis mayores y más duraderas que las que enfrentamos nosotros, fundamentalmente por la falta de responsabilidad por parte de algunas “élites” desquiciadas que, al perder la disciplina, no pudieron entender que en la vida democrática se impone el criterio de las mayorías. Y que no se pueden cambiar las cosas con bravuconadas; ni mucho menos por medio de asoladas y acciones sorpresivas.

Si esta fase está concluida, el gobierno de Lobo Sosa tiene que consagrarse a la aplicación del “Plan de Nación”, por medio del cual se moviliza a toda la población – desde una perspectiva orgullosa en donde se reconoce que el desarrollo nacional es obra de los hondureños, que el apoyo de la comunidad internacional es mínimo, subsidiario, complementario y de escasa duración – destinada a administrar mejor los recursos, a perfeccionar la calidad de los servicios que se le ofrecen y cuya deficiencia es un escándalo que hace temblar a las paredes del cielo. Y a eliminar la corrupción que, aprovechándose la lentitud de la operación pública, se queda con mas del 25% de los bienes públicos.


Conversando con el nuevo Ministro de Planificación Julio Raudales, nos decía que la contribución del gobierno en la generación del PIB, consume el 40% de los recursos nacionales, suma que solo es comparable con Suecia, en donde el estado de bienestar es uno de los más altos del mundo. Allí el Estado es responsable por el bienestar de los ciudadanos, desde el nacimiento hasta su muerte. En tanto aquí, la calidad de los servicios públicos, no solo es lo peor que tenemos, sino que además, muestran una tendencia al deterioro con la complacencia de todos. Y con la perversa seguridad por parte de quiénes los entregan, que los que lo reciben, desarrollan dependencia y consolidan sus tendencias a la debilidad, típicas de los subordinados. Por lo que callan.

Somos testigos de la calidad de los servicios de las ciudades y del sector rural. No tenemos agua las 24 horas de día en Tegucigalpa, ni siquiera en el invierno porque las plantas de tratamiento son incompetentes para procesar el agua requerida. Los servicios eléctricos son abiertamente ineficientes, no por falta de recursos o de talento, sino que por la perversa maldad de unos pocos que han encontrado una mina para el enriquecimiento de los minúsculos burócratas y unos voraces empresarios privados. La calidad de los servicios hospitalarios es una vergüenza que empequeñece a quienes los reciben y vuelve criminales a quienes dicen entregarlos. Y la seguridad ciudadana y la justicia que el gobierno nos entrega tiene una deficiencia tal que, hasta los más picarillos burócratas, han llegado a descubrir que es una buena fórmula para bolsear a la comunidad internacional de forma voluntaria. Ésta, favorece en algunos momentos, la inmoralidad con la que se procede en país de hacha y machete como el nuestro.


Ante tan desolador panorama Lobo debe asumir un nuevo discurso en que, superadas las diferencias municipales que nos fragmentaban, asumimos vía la ordenada participación, con el fin de establecer el control serio y eficiente de la función de la burocracia pública, y para reformar el sistema de entrega de servicios a la colectividad. La creación del bien común, deberá entonces ser obra común. Todo para eliminar las tentaciones de la dominación entre el que da y el que recibe, el deseo de negarle la libertad al otro; y para que de nuevo recobremos el orgullo y la confianza nacional, con la cual construir un país mejor.


Para ello Lobo tiene que distanciarse de la estéril lucha política partidaria, para ser el gobernante de todos y el líder de todos. No para buscar su consagración rural, sino que en su voluntad de convertirse en el mejor servidor de los hondureños.



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