EL TACUAZÍN CUIDANDO LAS GALLINAS

Juan Ramón Martínez.


Boris Izaguirre, escritor peruano afincado en Madrid, España dijo la semana recién pasada en una conversación con sus lectores de El País, que la corrupción se ha convertido en una ideología. Como el marxismo, el liberalismo y el fascismo. Con sus discursos doctrinarios y filosóficos justificativos, sus manuales para dirigir el comportamiento de los ladrones y con argumentos defensivos para seguir convenciendo a los bobos que cuando se le roba al gobierno, en vez de ser objeto de crítica o censura, más bien hay que celebrarles sus habilidades para engañar a los que se oponen al reparto matemático de los bienes comunes, entre los más agresivos e inmorales.


No es accidental que aquí, entre los hondureños, no reciben rechazo general de la ciudadanía los que se apropian de bienes públicos, en la misma proporción con que en los medios rurales se señalan con obligada indignación los roba vacas, los que se quedan con el dinero ajeno; o los que dirigen pandillas que asaltan en despoblado a los solitarios caminantes. Los ladrones públicos, siguen gozando de la consideración social, aparecen junto a sus damas de compañía en las secciones rosadas de los diarios; y en las fiestas de los embajadores extranjeros, brillan por su esplendor en la conversación y en el desenfado con que recomiendan lo que se debe hacer en el país para mejorar las cosas negativas, en las cuales se auto califican como expertos insustituibles.




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Y por ello también es que, se le da poca importancia a la lucha en contra de la corrupción. El Consejo de Lucha Contra la Corrupción ha sido menospreciado. Y en vez de fortalecerse desde adentro, algunos de sus miembros, de forma inadecuada, confunden la lucha en contra de la inmoralidad con una discusión absurda entre religión y laicismo. Con lo que le han permitido a los titulares del gobierno, apropiarse de su dirección, de modo que puedan darse el gusto que antes que les vigilen – gente que según ellos no entiende de nada de lo que se trata—asumen la elevada responsabilidad de vigilarse a si mismos. Y como si estuviéramos en la década de los ochenta del siglo pasado, los trabajadores pretenden levantar la bandera de la neutralidad, las manos limpias de la honestidad y la cara honrada de la sociedad. Pasan por alto que, en estos últimos treinta años, las organizaciones gremiales han perdido credibilidad y confianza. Hasta los ochenta del siglo pasado, no se podía intentar nada nuevo sino se contaba con la presencia de los obreros y los campesinos. Sus delegados daban la confianza que habrían personas con capacidad de representar y proteger los intereses de la colectividad.


Pero ha corrido mucha agua bajo los puentes. Las organizaciones gremiales lucen fatigadas, poco representativas de las fuerzas generales del país y en forma muy reducida, escasamente comprometidas con los grandes deseos y esperanzas nacionales. En la crisis del 2009, la mayoría de las organizaciones gremiales se dieron color a favor del irrespeto a la ley. Y en vez de reclamar por el respeto a la superioridad de la voluntad de las mayorías, se entregaron en brazos de “redentores” que los hechos han confirmado que tienen los pies embarrados.


Por ello es que sorprende que, en la semana recién pasada, los obreros y los burócratas del gobierno – con el apoyo de algunos bobos que favorecen el laicismo en contra de la ideología de la corrupción -- se hayan tomado el control del Consejo de Lucha en Contra de la Corrupción. De forma que ahora, en vez que la sociedad controle a los funcionarios, ahora estos se controlaran a sí mismos, demostrándonos que son los más honrados operadores públicos. Y que tienen más capacidad de castigar a los corruptos de entre sus filas, con mayor eficiencia que los religiosos que, según su discurso ideológico – muy cercano a la ideología de la corrupción – deben estar en la sacristía, dedicados a lo litúrgico, dejándonos a los laicos la tarea de defendernos de los ladrones del templo.


La nueva Secretaria Ejecutivo del Consejo en contra de la Corrupción, deberá darnos una muestra imposible: que el tacuazín, cuida mejor las gallinas que el diligente guarda que vigilaba al depredador e impedía que le entrara a diente batiente a las indefensas aladas. Por mientras se acomoda en la silla indebida.

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