LA CRISIS DE LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA LOCAL

Juan Ramón Martínez.




[caption id="attachment_366" align="alignright" width="300" caption="San Pedro Sula por madmack66 @ flickr.com"][/caption]

Desde la distancia – Tegucigalpa y San Pedro Sula tienen más barreras que las incomunican que las que nos imaginamos – la crisis que agobia a la administración municipal de la ciudad más pujante del país, es la mejor prueba que el sistema clientelar es un peligro, que la incompetencia e inmoralidad de los políticos es una amenaza cierta para toda la ciudadanía; y que los malos administradores de los bienes ajenos, son un peligro que nos rodea por todas partes.


Es decir que los malos administradores se multiplican diariamente. Hace algunos años se presentaba a la Alcaldía de SPS como un ejemplo. Aunque solitario,-- pues ni siquiera Tegucigalpa se le acercaba, debido a que esta esconde sus defecaciones, mediante el expediente del subsidio político para asegurar triunfos electorales de pequeñas camarillas--, el ideal era “sampedranizar” a Honduras. Los hechos que se les reclaman a las dos últimas administraciones municipales, confirman que más bien hay que evitar que las municipalidades – muchas de ellas, infantilmente dirigidas o expuestas a los apetitos de maleante que afectan a gran parte de los sectores políticos, sin excepción alguna – vuelvan a ver lo que ocurre en S.P.S. O que no sueñan siquiera en imitar su ejemplo.


S.P.S. es una ciudad engañosa. Cuando uno ingresa por alguna de sus limpias y ordenadas entradas, tiene la impresión que se trata de un país diferente, que los funcionarios públicos son más honrados que los del resto de Honduras por lo que los servicios públicos son más eficientes y jamás los dineros de todos, se quedan en los bolsillos de unos pocos. Ahora, cuando vemos al pobre alcalde Doctor Zúniga, acosado por demandas impagables que fueran postergadas en su atención por sus colegas anteriores, pidiendo auxilio para que le quiten los embargos que le han atado de las manos y de los pies, la pregunta que uno se hace es que es lo que se ha hecho mal en S.P.S. para tener estos resultados negativos que antes eran típicos de otras municipalidades; pero imposible de imaginar siquiera en la Ciudad del Adelantado. No son pocos los cínicos que nos responden, cuando les preguntamos sobre este asunto, “que lo que ocurría es que antes los políticos escondían sus deyecciones bajo las alfombras, por lo que no nos dábamos cuenta de sus estupideces, de sus perversidades y de sus delitos”.


Soy enemigo de las respuestas fáciles. Me hacen creer que buscan engañarnos. No creo que de repente los alcaldes se hayan vueltos unos indecentes, por su propia voluntad y que no coincidiera el cambio con el sistema operativo de la ciudad, especialmente en lo referido a la ruptura del pacto no escrito entre los ciudadanos y sus autoridades. Kilgore por ejemplo, cuando llega a la alcaldía de S.P.S. consideraba que se debía a sí mismo, que era obra política de sus virtudes de comunicador televisivo y de sus conexiones con la clase política capitalina. Por lo que, en consecuencia veía en la alcaldía un medio para su propio prestigio y carrera política. Abandonando lo que era la razón fundamental de las relaciones entre la ciudadanía de S.P.S. y sus líderes: el servicio a la ciudad. S.P.S. se volvió tan grande y tan compleja, especialmente en los momentos en que la ciudadanía dejó de intervenir en los asuntos municipales y la Alcaldía, asumió en el rompimiento del pacto original, una finalidad en sí misma. De servidora del pueblo, se volvió un negocio particular de los políticos oportunistas, de los empresarios voraces y una fuente de mezquindades para la mayoría de sus funcionarios. Los que ingresaron a sus espacios, no como resultado de sus méritos, sino que como pago de servicios de carácter político o de otras indecencias e inmoralidades.


La solución de la crisis que atraviesa la ciudad más dinámica del país, es compleja porque la problemática es igualmente compleja. No solo es un asunto de falta de liquidez, de la incomodidad de los embargos; o de la voracidad de unos pocos que quieren distribuirse sus vestiduras. Es un problema de falta de moral ciudadana, de subordinación de los políticos a los fines de la ciudad; y de falta de control por parte de la ciudadanía de los actos de los elegidos por el pueblo en elecciones que, en la mayoría de los casos son falsas como un billete de tres lempiras. Resolver este problema, no solo es cuestión de autorizaciones congresionales.


Fotografía: Attribution Some rights reserved by madmack66

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