LO QUE SEGUIMOS HACIENDO MAL

Juan  Ramón Martínez.
Me preguntaron recientemente en donde imagino Honduras en los próximos dos años. La respuesta fue inmediata: el mismo lugar en que está actualmente ahora, ahogada en problemas económicos, con un sistema político inarticulado con la economía; y con una sociedad civil impotente para que el gobierno opere al servicio de la ciudadanía. La respuesta que no tiene nada de original, porque la compartimos todos los que, por lo menos tenemos tres dedos de frente y se basa en una afirmación simple y callejera de Einstein que dijo, al vuelo, que “los mismos actos resultan en los mismos efectos”. Desde el 2009 para acá, no notamos cambios en el comportamiento del sector político, en los titulares de las instituciones y mucho menos en la mentalidad de la generalidad de los hondureños. Seguimos como en el cercano y lejano pasado, anclados en la dependencia emocional de cualquiera que pase a nuestro lado, en la creencia que somos incompetentes para imaginar y construir nuestro futuro; y que por consecuencia, somos una sociedad inferior que la única alternativa que tiene es la de provocar, como los mendigos deliberados y artificiosos, compasión inmediata en quienes se nos acercan.

Y continuamos en manos de un sector político indiferente a los sufrimientos del pueblo, enamorados de sí mismos; y encantados con sus fracasos que han terminado por convertir en imaginarios éxitos inconmensurables. Que por ello, no aprende de la realidad – que no percibe cambiante en forma permanente – y sigue, haciendo las mismas tonterías, diciendo las mismas bobadas y creyendo las peores estupideces que los transeúntes les quieran contar. Al revisar en su conjunto el comportamiento político de los sectores partidarios nacionales, se descubre la paralización en la producción de nuevas ideas, la persistencia en las prácticas del pasado y en la obstinada creencia que la búsqueda del poder es, fundamentalmente un capricho familiar y una ambición para salir de pobre.

Cómo todas las demás cosas, este comportamiento no es fruto de accidente alguno, sino que el resultado de circunstancias que nos hemos resistido a modificar. Porque lo que tenemos como sector político, es lo que hemos cultivado y esperado en el curso de los últimos 190 años. Y para que veamos que esto no son solo expresiones para salir del paso, aportaremos algunas reflexiones. La primera de ellas es la creencia que el ejercicio del poder, la entrega de una vida al servicio de la colectividad y la dedicación a la actividad burocrática, es una actividad en la que cualquiera puede participar. La mayoría se resiste a aceptar que así como todos no podemos integrar la Selección Nacional de Fútbol – que últimamente se está aproximando al comportamiento de los políticos en su voluntad por perder de manera continuada – tampoco podemos hacer parte de las élites políticas. Por ello los teóricos de la democracia diferencian a los gobernados de los gobernantes. A los primeros los califican como iguales, sin excepción alguna. En tanto que a las “élites”, les reclaman virtudes diferenciadoras, de modo que concluyen diciendo que hay unos mejores que otras para el desempeño de las tareas y los cargos públicos. Por ello es un error de la Constitución de 1982, el que no nos mostremos exigentes y mas bien, permitamos que cualquiera sea Presidente de Honduras, en vista que a los aspirantes ni siquiera les exigimos que sepan leer y escribir; y, mucho menos que tengan la comprensión de los problemas, el entrenamiento para resolverlos y la disciplina para ofrecerle a la sociedad civil la oportunidad de evaluar sus resultados.

Una “élite” política, inclinada al analfabetismo, sin entrenamiento en teoría económica; y con una ignorancia total sobre el funcionamiento de la sociedad y el comportamiento psicológico de los hondureños, no nos puede dar más que lo que nos han dado en el pasado. Atraso, pobreza, vergüenza e incapacidad para levantar los ojos con respecto de naciones que han hecho las cosas mejor que nosotros.

Por ello, no me hago ilusiones. Los próximo años, sino cambia la “élite” política; o no sabemos cómo escogerla, los resultados serán los mismos que hasta ahora. Duele reconocerlo, pero los mismos actos, producen los mismos resultados.

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