LA DEMOCRACIA QUE FALTA EN EL CONGRESO

Juan Ramón Martínez.




[caption id="attachment_135" align="alignright" width="193" caption=""El que unos diputados nacionalistas se le hayan rebelado, de mentirillas o de verdad, a JOH es una señal esperanzadora"."][/caption]

Sin que muy pocos le presten atención al fenómeno, el Congreso Nacional ha tenido un proceso inverso. Mientras el resto de las instituciones se perfeccionaron, se modernizaron y se volvieron más democráticas, el Congreso Nacional se tornó autoritario, vertical y totalitario. En primer lugar, paso de órgano colegiado a un poder individual, similar al Ejecutivo al cual sirve; o se confronta cuando el humor de los titulares no es coincidente, como ocurriera entre Zelaya y Micheletti. Y en segundo lugar, aunque siempre fue así, ahora es más evidente: los diputados no los eligen los electores sino que los dueños de los movimientos, facciones o “pandillas” en que se han subdividido los partidos políticos. Por lo que el Congreso Nacional ha dejado de ser el poder representativo de los intereses del pueblo, cómo debe ser, para convertirse en una suerte de guarida en donde se impone la voluntad de los propietarios de los partidos políticos que bien se imponen uno sobre los otros; o se reparten ordenadamente la res pública, como ocurriera en tiempos de la Presidencia del Legislativo en manos de Porfirio Lobo Sosa.


Por los dos problemas mencionados, es difícil imaginar siquiera un Congreso Nacional democrático. Resulta incluso risible que diputados que están en su segunda legislatura, hasta ahora hayan descubierto que en el Congreso Nacional no hay democracia interna. Y que el Presidente de ese “alto cuerpo del estado” es, si así lo quiere, un verdadero dictador que impone su voluntad a los diputados a los cuales menosprecia, pasando por alto el principio original de ese cuerpo colegiado, en donde todos sus miembros son iguales. El reglamento interno del Congreso tiene de todo, menos olor siquiera que lo vincule a una institución democrática. Por el contrario, expresa un autoritarismo formal que vuelve al Presidente del Congresos en un rey sin corona, que sin embargo hace lo que quiere. No solo con los diputados a los cuales menosprecia, calificándolos en las categorías de amigos y enemigos, y dándole a cada uno regalos y sinecuras a los primeros, en tanto que menosprecio e indiferencia a los segundos.


Una institución no democrática, no tiene la moralidad siquiera para proponer siquiera la modernización democrática de ningún país. Si el Congreso no es democrático -- cosa que hasta los diputados de mollera más resistente han terminado por aceptar – no puede proponernos siquiera legislaciones para mejorar la educación pública, perfeccionar el sistema universitario y estimular a la ciudadanía para que cada quien cumpla con sus deberes. Un Congreso Nacional así, en vez de ser un instrumento para el progreso y el desarrollo del país, se torna en un peligroso mal ejemplo. Y en un lugar donde se empozan las miasmas y los detritus más pestilentes de una sociedad en descomposición como la nuestra. En una organización que provoca tanta desconfianza, que en vez de ser una fuerza para la convocatoria de todas las voluntades colocadas al servicio de los intereses nacionales, se transforma en una cueva de Alí Babá en donde se cocinan las peores inmoralidades que imaginarse pudiera.


Por ello el Congreso Nacional se ha vuelto opaco. Se sabe muy poco de lo que ocurre allí adentro. Y en vez de foro de discusión – hay que ver la disposición de las butacas y la colocación a más altura de la directiva, que hace parecer más a una aula de clase en donde oficia el “pontífice máximo” y no el líder cívico que favorece los acuerdos y las transacciones – es una oficina de gobierno en donde se distribuyen tareas, se reparten fondos públicos y se conspira abiertamente en contra de los intereses nacionales. Del Congreso se sabe lo pintoresco, lo simpático y circense. Por ejemplo se tiene conciencia del diputado que usó dinero público para comprar calzoncillos; pero no se sabe una palabra de cuantos diputados son fieles a los grupos económicos que tienen intereses en contratos gubernamentales.


Algo hay que hacer. El que unos diputados nacionalistas se le hayan rebelado, de mentirillas o de verdad, a JOH es una señal esperanzadora. Nos están indicando que necesitamos introducir profundas reformas para transformarlo en una institución democrática que le sirva al país y a los hondureños.

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