NO HAY POR QUÉ CALLARNOS
Juan Ramón Martínez.
[caption id="attachment_380" align="alignright" width="300" caption=""Mourning 2" Some rights reserved by Tim Green aka atoach"][/caption]
Descansaba fuera de la ciudad, cuando Zulema Ewens me llamó para informarme que habían sido asesinados el hijo de Julieta Castellanos; y otro joven, Carlos Pineda. Había estado leyendo una biografía de Juan Pablo II, obsequio de Felipe Rivera Burgos y reflexionando sobre la mejorada actitud de los hondureños para enfrentar los daños producidos por las inundaciones de la región sur del país. La noticia me estremeció, como padre de familia con hijos, como amigo de la madre que a estas horas se duele por la muerte violenta del hijo; y como analista político que mantiene la mano sobre la realidad del país para interrogarme y preguntarme para donde vamos, la calidad de quienes nos guían, el comportamiento general que asumimos y los resultados probables que cosecharemos.
Por supuesto, esta muerte – dos jóvenes universitarios, en lo mejor de sus vidas truncadas, inocentes e incapaces de provocar tanto odio como para asesinarles e irlos a tirar a un barranco, sin sus prendas personales con el fin que no les reconocieran siquiera sus familiares – me ha estremecido en forma extraordinaria. Tanto porque representa una continuación de una práctica que viene desde hace varios años, consistente en la eliminación física de jóvenes y, el lanzamiento de sus cadáveres en las carreteras que permiten el ingreso a la capital y S.P.S. El mensaje que nos quieren trasmitir es para mantener el odio entre nosotros y para que por el miedo, terminemos rindiéndonos ante los criminales que planifican y ejecutan estos actos salvajes e irracionales. Usando de muestra tendencia a aumentar la presión sobre la sociedad, en la medida en que se escogen las víctimas para estremecer y hacer más daño a los miembros de la misma.
Es decir que en este delito, que avergüenza a la sociedad y compromete la imagen y la competencia de las autoridades de seguridad, llamadas a protegernos del mal de los delincuentes, es algo más que una lucha entre pandillas, pelea de territorios o cobro de cuentas, como explican algunos que desde hace años nos ven como gente con cara y comportamiento de bobos. Este crimen tiene una aparente finalidad: enviarle un mensaje a la Rectora de la UNAH, para que rebaje su protagonismo, para convencerla de su vulnerabilidad y para callarla en sus tareas en procura de la verdad y en el cumplimiento de la ley. En otras palabras, mientras escribo no encuentro en el análisis ejecutado, ninguna prueba que me lleve a la creencia del accidente, la equivocación; o el hecho que buscando cumplir la cuenta de los eventos criminales que se le exigen a las pandillas públicas y privadas, hubieran echado mano de un par de jóvenes que regresaban de divertirse en una reunión social en una de las conocidas y céntricas colonias de la clase media de la capital.
Considero que hay que asumir el mensaje. Doloroso y profundo, como una puñalada en el estómago: no tenemos quien nos cuide, hemos perdido la libertad para circular por la ciudad y la muerte, con metódica previsión, nos espera. Bien como un ejercicio vengativo o como una muestra de las autoridades para decirnos que pueden contribuir con nuestros dolores en la medida en que no nos brindan la mínima protección que como contribuyentes nos merecemos.
Por ello estoy indignado por este crimen. Siento la muerte de estos dos jóvenes como si hubiesen sido hijos míos. Conozco el sufrimiento de sus padres y especialmente el de Julieta Castellanos, a la cual no tengo ni siquiera la capacidad de pedirle que acepte lo ocurrido. Y que confíe en la voluntad de Dios. Como estas palabras no son suficientes, solo me queda la oportunidad de la indignación. Y el sentimiento que algo tenemos que hacer para desarmar a los delincuentes, controlar a los policías y encerrar a los psicópatas que no quieren que nos acerquemos siquiera al umbral de la felicidad.
No basta con la pena y el sufrimiento. Hay que gritar y reclamar, exigiendo que estos dos jóvenes muertos, sean los últimos que entregamos en esta hoguera de irracionalidad que destruye a Honduras. Y que los culpables, delincuentes, policías o criminales políticos, sean capturados y juzgados. Quedarnos callados, con el grito detenido, es algo que no nos podemos permitirnos en esta hora dolorosa.
Fotografía: Some rights reserved by Tim Green aka atoach
Excelente artìculo, toda vidad humana es valiosa pero..... las de los jòvenes duele màs y .....nos preguntamos hasta cuantos muertos espamos contar y hasta cuando se va parar esta violencia, basta ya por el amor de Dios, son muchas las familias, madres, esposas hermanas e hijos que hoy lloran la pèrdida de un ser querido por la violencia.
ResponderEliminarCòmo es posible que es mayor el presupuesto para la Secretarìa de Defensa y no para Seguridad. Por otra parte nos asusta que va a ser de nuestro con la Poblaciòn Econòmicamente Activa que la estamos perdiendo, los estudios de Naciones Unidas no advierten que de seguir esta tendencia con la criminalidad y violencia, los jòvenes de hoy entre 18 y 29 màs del 40% perderà su vida antes de llegar a los 35 años.