LOBO SOSA EN LA CASA BLANCA

Juan Ramón Martínez.


La visita del Presidente Lobo a los Estados Unidos y en donde fue recibido en la Casa Blanca por el Presidente Obama, es un honor que lo tiene bien merecido Honduras y por supuesto su primer gobernante. Honduras no ha sido solo un país fiel a la amistad y al servicio a favor de los Estados Unidos. En algunos momentos hemos llegado – comprometiendo nuestro honor – mas allá de donde indicaban las conveniencias de un estado soberano. Pero los dirigentes hondureños incurrieron en un error garrafal: creyeron que los estados son como las personas que, en consecuencia, serán fieles siempre, comprometiendo la vida a favor de quienes les han sido solidarios en la defensa de sus intereses. Y se equivocan, porque una cosa son los comportamientos de los amigos en sociedades rurales como las nuestras; y otros muy diferentes, los de los estados que no tienen amigos, sino que intereses. Y que cuando los necesitan, los compran como hicieron con nosotros en la década de los ochenta del siglo pasado.


Consecuente con lo anterior, durante la crisis del 2009. Estados Unidos no se comportó con la lealtad que algunos de nosotros habíamos esperado. Aunque defendió los límites hasta donde podía llegar la frontera del chavismo en la región, nos impidió el ejercicio de nuestras libertades, puso en duda la integridad de nuestro sistema jurídico y nos embrocó en negociaciones, en las que el factor dilatorio jugó un papel más importante que la simple posibilidad de buscar alguna salida para la crisis y sus dificultades. La instrumentalización de que fuimos víctimas, hizo creer a más de alguno, que Estados Unidos estaba dispuesto a entregarnos a Chávez, a cambio de la defensa de otras naciones en la región en donde su postura estaba más consolidada.


Sin embargo, al final se impuso la estrategia estadounidense. Honduras pudo salirse con la suya, frenando a Chávez y dejando intacto su sistema jurídico sin que sus instituciones fundamentales – Congreso Nacional, Corte Suprema de Justicia, Fuerzas Armadas y Fiscalía General del Estado – salieran afectadas. Aunque criticadas muchas de las posturas asumidas por Lorenz, al final fue muy claro que Estados Unidos no entregaría a Honduras, que respaldaría la voluntad de los hondureños; y que nos acompañarían en el esfuerzo por limpiar los aparentes errores que en forma rencorosa nos reclamaban los más agresivos miembros de la comunidad internacional, expertos en ver la paja en el ojo ajeno; pero incapaces de identificar la viga en alguno de los propios.


De forma que la visita se da, después que la OEA – presionada por los Estados Unidos – nos readmitiera, corrigiendo sus desaciertos al excluirnos sin escucharnos siquiera. Nadie, desde la revuelta verbal del sur, puede hablar que Estados Unidos nos ha dado más protección que el que reciben las demás naciones del mundo, comprometidas en sus esfuerzos de reorganización interna. En consecuencia nosotros tampoco debemos ver la recepción en la Casa Blanca de nuestro gobernante, como un beneficio dictado por la generosidad de los estadounidenses. Dentro del mayor realismo, tenemos que entender que el honor de ser recibidos por Obama, nos lo hemos ganado los hondureños especialmente por la forma en que hemos resuelto nuestras diferencias, evitando una guerra civil que lucía inminente y sin comprometer para nada la línea de la libertad que sin que nos diéramos cuenta siquiera, pasaba por el centro de Tegucigalpa.


Tampoco hay que creer que a partir de la visita, ha llegado la hora de la pedigüeñería. Los estadounidenses, con mucha razón, están cansados de los hondureños. Durante mas de 50 años nos han llenado de favores – al margen de los costos reales para los intereses nacionales – a los cuales no les hemos respondido con soluciones autónomas y auto sostenibles. Seguimos creyendo que debemos asumir conductas infantiles, en la equivocada seguridad que a las autoridades gringas les interesan los países dependientes que nunca se sueltan de la falda de mamás protectoras y debilitantes. Los estadounidenses quieren ser más que protectores y defensores, socios a los cuales para conservar la fe en nosotros, debemos hacerles planteamientos consistentes en iniciativas que favorezcan nuestra libertad y mejoren la defensa de sus intereses suyos.

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