NOS FALTAN CAPITALISTAS Y AGRICULTORES

Juan Ramón Martínez.


Cuando vinieron los españoles a iniciar la llamada conquista, les faltaron dos cosas: no trajeron a sus mujeres -- porque no pretendían crear una nueva sociedad, sino que los llamaba la aventura que les prometía riquezas fáciles--; ni tampoco se hicieron acompañar de agricultores. Los agricultores españoles, aunque se las tenían que ver con tierras mezquinas y pocas dotaciones de agua, carecían del impulso capitalista para aventurarse en tierras extrañas en donde sabían, no abundaba ninguna de las magras facilidades que contaban para entonces. Como efecto de lo anterior tuvimos dos resultados: el primero favorable, el llamado impulso del mestizaje del cual algunos racistas esbozados discriminan, rechazan y cuestionan. En tanto que, el segundo no ha sido cuestionado siquiera; no pudimos desarrollar una agricultura auto sostenible porque faltaron los agricultores y escaseó una mano de obra, poco acostumbrada al trabajo comercial más allá de la subsistencia, como fue el caso de la población indígena que no solo carecía de instituciones representativas, sino que ella misma se encontraba en el borde mismo de la postración.




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El escaso interés en hacer crecer la población, más allá de las medidas dictadas desde Sevilla, no nos permitió cubrir un país relativamente extenso, por lo que al final, se crearon una multiplicidad de puntos, inarticulados; pero concebidos para generar una autosuficiencia mínima a pequeñas poblaciones determinadas. Aun ahora, 190 años después de la independencia, carecemos de una política de población autónoma y definida, que nos permita cubrir el territorio nacional, crear un mercado interno autónomo y generar por la vía de las necesidades insatisfechas, una demanda que estimule el crecimiento de las respuestas capitalistas que han permitido el crecimiento de otras sociedades similares a las nuestras.


Por eso es que ahora, cuando debíamos estar haciendo cosas diferentes, todavía continuamos creyendo en los campesinos, esperando que ellos den el salto desde una economía de subsistencia y una conducta de dependencia cómoda del sector público, hacia una agricultura capitalista, eficiente y competitiva. Y lo peor, estamos como al principio, sin agricultores agresivos que, con las herramientas del capitalismo y las facilidades de la globalización, usen sus energías para cubrir las exigencias de mercados demandantes de bienes y servicios innumerables.


Los liberales de 1876, acaudillados por Soto y Rosa, entendieron muy bien el fenómeno. Por ello emitieron la Ley de Agricultura y buscaron la forma de atraer agricultores capitalistas extranjeros. Desafortunadamente no tuvieron la previsión de crear mecanismos de financiamiento privado; ni mucho menos la anticipación de valorar los méritos de los seguros como dos pilares básicos para el desarrollo capitalista. Los atrajeron y los dejaron solos. Apenas sobrevivieron algunos pocos que terminaron aliándose con los capitalistas bananeros que, esos sí, llegaron con todo, sin ánimo de dependencia; y, más bien, con la arrogancia de controlar a los gobiernos para ponerlos al servicio de sus intereses. Las menguadas clases pre capitalistas nacionales, sin el respaldo del gobierno que no creía en ellas realmente, no pudieron participar en la demanda que creaba la industria del banano. Y se refugiaron en actividades casi clandestinas como la compra de bienes inmuebles, la especulación de tierras y la venta de favores del sector público a los capitanes de la industria bananera, ansiosos de seguridad y control sobre gobernantes pendencieros.


Ahora estamos como al principio. Nos sobran los empleados públicos, los burócratas de calzón raído con las posaderas acostumbradas a estar sentadas y los pedigüeños, expertos en escenarios catastróficos. Las universidades no nos dan los empresarios capitalistas, imaginativos y agresivos que requerimos, sino que siguen, entregándonos millares de famélicos empleados que, en vez de ser líderes de sus propias vidas y operaciones particulares, les gusta la obediencia servil a los caudillos ignorantes y les atrae el sobresalto de estar preocupados si, después de 4 años seguirán mamando en el presupuesto nacional.


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