CUANDO LOS DICTADORES AHOGAN LA LIBERTAD

Juan Ramón Martínez.




[caption id="" align="alignleft" width="417" caption="Rafael Correa durante su discurso de posesión como presidente de Ecuador."]Rafael Correa[/caption]

El Presidente Correa no solo es histérico, inestable y bipolar, sino que además arrogante e irrespetuoso de las reglas que ordenan las relaciones entre la prensa y los gobernantes. Irrespetando las obligaciones suyas como mandatario, se pasa por alto el compromiso del Ecuador de no someter a los periodistas al fuero de lo penal, de forma que no queden en indefensión cuando se trata de enfrentar al poder. Prevalido de una arrogancia que es típica de las personalidades inseguras, Correa ha interpuesto una demanda que pasará a la historia de la infamia: reclama prisión para el periodista y además, exige en términos de compensación por su “honor ofendido”, 40 millones de dólares. Es decir que no solo busca aquietar a un periodista que le critica, sino que además destruir el medio – el diario El Universo en donde éste escribe-. Correa corre con ventaja, porque no solo es el titular del Ejecutivo, sino que además, tiene en el puño, bajo su control, al sistema judicial del Ecuador en donde cómo ocurriera aquí -- en algún tiempo con los reclamos de seguros --, es difícil ganarle al gobierno. O defenderse de sus agresiones. 


De acuerdo con la información recabada, el artículo que molestó a Correa, provocándole el descontrol de sus frágiles emociones, solo tiene una palabra ofensiva: llama dictador al Presidente del Ecuador. En cualquiera otra parte, incluso en la “menospreciada” Honduras, para la cual Correa no dispensa ni el más mínimo respeto, decirle al Presidente de la República dictador, emocionalmente desajustado, mentiroso irredimible e incluso ladrón y depredador de los recursos naturales, habría significado una inmediata respuesta de los funcionarios de gobierno, aclarando que las acusaciones no son ciertas. O en el mejor de los casos, reclamando pruebas y anunciando medidas judiciales para que el acusador pruebe la denuncia. Y que si no puede hacerlo, debe darle al Presidente ofendido las explicaciones y aclaraciones correspondientes, salvando su honor ante el público. Nada más. 


Eso es lo típico en las sociedades democráticas. Eso es lo que se haría con un periodista que en Honduras acusara de dictador al Presidente Lobo. No haríamos lo que se ha hecho en el Ecuador, no porque los hondureños seamos más pasivos y tolerantes, sino por una razón sencilla: en Honduras hay una democracia mucho más operante que en el Ecuador. Lobo Sosa es un demócrata y Correa es un intolerante, que se molesta cuando le llaman en un periódico dictador. 


La dictadura se caracteriza, fundamentalmente, por la concentración del mando en el titular del Ejecutivo y por el carácter omnímodo del ejercicio del poder. Nada se mueve en el país, sino es aprobado previamente por el gobernante que no solo es dueño de las corridas de toros, las canchas de gallos finos y de los prostíbulos más elegantes, sino que titular de la voluntad de los miembros del Congreso y de los miembros del Poder Judicial. En otras palabras, en un régimen dictatorial, no hay otra voluntad que pueda estar por encima de la del Presidente de la República o dictador supremo como le gustó en algún momento que lo llamaran al Doctor Francia de Paraguay. 


Correa sigue el camino de los dictadores del pasado. El primer obstáculo para la concentración del poder y para la forja consiguiente de un modelo autoritario en un país, se salta neutralizando a la prensa. Ésta, llamada a vigilar al gobierno para proporcionarle información a la ciudadanía para que a su vez le imponga las reglas de su operación, arremete en contra de los gobernantes que se extralimitan y en contra de los funcionarios que abusan del poder. Este responde controlando los mecanismos de compra de papel y tinta para los periódicos, cambiando los contratos para la operación de las radios y las televisoras más críticos para después, caer en la amenaza en contra de los accionistas de los medios. Y al final, procesando y encarcelando a los periodistas. Y si estas cosas no funcionan, en algunos países, se dispara y se les asesina en la calle o en sus casas. 


De forma que lo que hace Correa – que no respeta a Honduras porque no somos tan revolucionarios como pretende que creamos que lo es él – no es nuevo ni original. Mas bien confirma su debilidad emocional y su incapacidad para anticipar el peso de la vindicta le caerá encima porque la justicia, siempre llega.


Fuente de Fotografía: Agência Brasil [1]


Esta fotografía fue producida por Agência Brasil, una agencia pública brasilera de noticias. Su  sitio  manifiesta:
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