FERNANDO MONTES

Juan Ramón Martínez.


No quise hablar en el momento en que sus restos eran entregados a la tierra fraterna, la mañana del martes recién pasado. Sabía que perdería la fuerza, no podría ordenar las ideas; y terminaría echándome a llorar frente a todos. Y en vez de hacer un discurso, me convertiría en un espectáculo que le restaría méritos a su momento de mayor gloria del maestro Fernando Montes: su ingreso a la inmortalidad, en brazos del afecto de miles de hondureños que recibieron de sus manos el pan ácimo de la esperanza, la indicación precisa de cómo ordenar las cosas, los recursos puntuales y la creencia en un destino mejor. Porque a ningún otro compatriota – después de los amigos que hice en la primaria y la secundaria – le he dispensado más cariño y más respeto que a Fernando Montes al cual, pese a mis impulsos caribeños nunca pude tutear, aunque él desde 1966, año en que lo conocí en Langue presentado por Arístides Padilla, siempre me trató con un afecto en donde lo primero que se impuso fue el tuteo que obliga la confianza. Ése hecho me marcó para siempre: mientras los demás lo veían como compañero y amigo, yo establecí distancia y lo acepté como el modelo que debía orientarme. Él lo supo. Nunca fui su amigo íntimo. Apenas un discípulo fiel; pero distante.


Por ello, preferí la serena reflexión de la escritura para decir, en forma tranquila y ordenada, lo que sentía de uno de los mejores hombres que he conocido en los últimos 50 años, no solo por la lealtad a sus amigos, sus convicciones democráticas, su amor por Honduras y su compasión por los que están bajo el abuso de la pobreza, sino que por su confianza en el futuro. Y por creer que no debemos desmayar nunca en el esfuerzo por hacer una Honduras mejor, bajo las reglas de la cooperación, la confianza mutua y el intercambio civilizado de las diferencias sin caer en la intolerancia y la violencia.


Montes fue dirigente universitario. Destacado miembro del FUUD – antes que éste cayera en manos de los pistoleros – fue Presidente de la FEUH al lado de José Azcona y Nicolás Cruz Torres. Después promovió el desarrollo de la comunidad, como fórmula para el fortalecimiento de la democracia, para la personalización humana de sus miembros y para ampliar el espacio para la reconquista de la libertad individual. En la metodología que propuso, rechazó la dependencia del gobierno, procurando más bien el fortalecimiento de la comunidad de base, para que el desarrollo fuese un pacto solidario entre lo público y el liderazgo local. Llamando al control de las autoridades que así, volvían a ser servidores del bien común. 


Se especializó en el desarrollo de la caficultura. Siguiendo a Pompilio Ortega, supo desde el principio que debía fortalecerse esta actividad, preservándola en manos de los hondureños; y para utilizarla como medio de articulación con la economía mundial. Fue el mejor negociador que el país ha tenido. Sabía cómo hacer las cosas cediendo lo marginal en las discusiones, mientras defendía como un león sin control, los intereses de Honduras. Uno de sus peores momentos fue cuando los liberales de Suazo Córdova lo destituyeron, nombrando a Carlos Montoya que no sabía y no sabe nada de café, para que participara en la Organización Mundial del Café en donde Montes gozaba de tal respeto que lo habían hecho su Presidente. Afortunadamente, rectificaron esta agresión personal, que durante un tiempo puso en vilo el futuro del país. Y amargó la vida de Montes. 


Un poco a regañadientes, participó en la fundación de la Democracia Cristiana. Le preocupaba que dividiéramos al país y que debilitáramos sus estructuras. Censuró mi expresión en el sentido que debíamos enterrar a los partidos tradicionales. En la medida en que la DC se volvió un grupo privado, bajo el control de la dirigencia campesina que gremializó la acción política, tomé conciencia que tenía la razón.


Confirmando que además de hombre bueno y honrado, era todo un gran maestro que anticipaba los problemas. En esta hora, el vacío es tremendo. Nos harán falta sus disgustos cuando escriba algo indebido. Su indiferencia frente a los inútiles, su rechazo a los ladrones y su confianza en el futuro. Pero seguirá intacta su fe en la democracia, el compromiso del control sobre el gobierno y la libertad para expresarnos y orientar a los demás. Como él lo hizo con nosotros. Con una finura excepcional y con la sensibilidad de un gran maestro. Respetuoso de todos.

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