DIPUTADOS CONSTITUCIONALISTAS O AUTORITARIOS

Juan Ramón Martínez.


Cómo habían anticipado los analistas políticos, los escenarios para la campaña presidencial se han ido aclarando. En el Partido Nacional, la actividad de sus candidatos presidenciales, en vez de fortalecer y hacer crecer el fervor nacionalistas y el apoyo de los independientes, más bien crea confusión en sus filas. En cambio, en el Partido Liberal, ocurre lo contrario. La irrupción de Yani Rosenthal, Eduardo Gaugel Rivas, Monseñor Santos y especialmente la de Mauricio Villeda, le ha dado a los liberales una fuerza que no creíamos que podría estar al alcance del más viejo partido político de Honduras. Por manera que, fuera del problema de los nacionalistas – que de alguna evitarán perder a las fuerzas independientes que son las que al final del día determinan el éxito y el fracaso en una campaña electoral—hay que decir que el tema de las candidaturas presidenciales está, parcialmente resuelto. 


Pero desafortunadamente, la estabilidad del país no estará determinada sólo por los resultados presidenciales. Gane quien gane las elecciones, el centro del poder estará en un Congreso Nacional atomizado, de forma que quien tenga o logre articular una alianza en contra de la constitucionalidad vigente – similar a lo que hiciera Chávez en Venezuela – podrá contar con los votos para hacer de la moribunda constitución un cadáver que haya que sustituir antes de los tres días que señala la ley para enterrar a los muertos. Antes de ahora, lo que definía era el conocimiento y la popularidad de los diputados. Las mujeres guapas, con fotos retocadas, atraían mucho más a los electores que terminaban dándoles el voto a los diputados preferidos. Pero ahora la cosa se complicarán un poco más. 


La estrategia de los grupos que abogan por la “refundación del país”, por eliminar la Constitución de 1982; y facilitar la reelección indefinida de los presidentes en ejercicio o fuera del mismo, es la de obtener el mayor número de diputados triunfadores, con los cuales tener la mayoría suficiente que les permita convocar el plebiscito correspondiente que les autorice hacer lo que no pudieron lograr el 28 de junio del 2009. 


De allí que, por primera vez en la historia nacional, la campaña diputadil tendrá un componente ideológico que no habíamos conocido. Antes se votaba por los diputados propios, en contra de los del adversario. Ahora se buscará que los candidatos a diputados sean demócratas o anti-demócratas, favorables a la continuidad del sistema legal; o defensores de un modelo político y económico que fracasado en el exterior, aquí en Honduras, con muchos años se retrasó, se quiere imponer para afectar de forma definitiva a los grupos más pobres del país. 


En principio, hay que decir que la campaña política estará más agitada: los electores se dividirán además de entre liberales y nacionalistas, en demócratas y dictatoriales, defensores del sistema vigente y revolucionarios que quieren desmontar todo el aparato institucional para refundar al país de acuerdo a los modelos operados en Venezuela, Bolivia y Ecuador, especialmente. Esto tiene una ventaja especial; obligará a los electores a ser más juiciosos al momento de escoger, dejará de votar por caras y por partidos, haciéndolo más bien en función de la calidad y el compromiso democrático de los aspirantes a diputados. Los electores, con este nuevo compromiso en que la escogencia de un diputado puede determinar como nunca antes el futuro nacional, tendrán que informarse mucho más y mejor del grado de formación ideológica, compromiso democrático y confianza en sus posturas políticas fundamentales. Ser liberal o nacionalista, no es suficiente. Se buscará que además, sea confiable por sus convicciones democráticas para que, en el Congreso no entregue al país a intereses extraños. 


Tenemos suficiente información que se hace trabajo político intenso, no solo para facilitar lo más obvio cómo es la intervención de los narcotraficantes en el financiamiento de la campaña electoral y la búsqueda de narco-diputados obedientes y leales, sino que la acumulación del número de congresistas que le dé volantín a la pobre y vilipendiada Constitución de 1982 y al sistema democrático en el que hemos vivido. Será una legítima cuarta urna, sin las tonterías, la de 2013.

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