LOS ENCANTOS DE MIAMI

Juan Ramón Martínez.

Conocí a Miami en 1965. Para entonces, la ciudad rebozaba de inmigrantes cubanos que copaban el comercio, los restaurantes y los parques. Aquí, se veía a hombres, especialmente, tomando café cubano en pequeños vasos de cartón y jugando dominó en forma ruidosa como acostumbran los caribeños. Un rótulo en una tienda de ropa, me impresionó mucho: “aquí se habla español, como profesionales”. Desde entonces, sentí que Miami más que una ciudad estadounidense era una, dominada por los latinos. A los cubanos habían sucedido los venezolanos, los colombianos, los mexicanos y los centroamericanos. El encanto de Miami, había seducido a los latinos, de forma definitiva. Ahora que la “élite” política hondureña, toma sus vacaciones navideñas en la sureña ciudad estadounidense, uno no deja – mas por obligaciones profesionales que por ganas de molestar a quienes en algunos momentos se creen dueños de Honduras y de su pueblo – de preguntarse por qué los políticos no descansan en las ciudades del interior del país, en Centroamérica, en Europa. O en otras ciudades de los Estados Unidos, mas encantadoras y bellas como San Francisco, Washington, Boston, San Antonio, Denver o Los Ángeles. 


A quien le pedí opinión, me dijo que los políticos hondureños son muy tímidos, hablan muy mal inglés, con fuerte acento isleño; y les gusta, por su escasa madurez, jugar como niños en el mundo infantil, desarrollado por Walt Disney. De repente uno comete el error de sobrevalorar la calidad intelectual, el grado de compromiso cívico y la fuerza espiritual de la élite política “nacional”. Pasa por alto que algunos de ellos, son menos que personas comunes y corrientes, sin formación alguna. Y lo que es peor, sin ánimo y propensión por lograr elevar sus niveles intelectuales, broncear su cultura general y apreciar en los lugares visitados, cosas que se pueden repetir en Honduras. Miami no tiene vida cultural que apreciar, su arquitectura es brusca y sin mucha imaginación creativa, no hay un teatro de ópera que llame la atención, las bibliotecas y los museos no se comparan con los que hay en otras ciudades de los Estados Unidos. Por supuesto, tampoco hay grandes librerías. Lo que si sobran son los centros comerciales en donde las esposas de la “élite” política, le dan rienda suelta a su voracidad compradora y su búsqueda de contar con que derrotar a sus amigas, luciendo las últimas prendas de moda en los Estados Unidos. 


Pero Miami tiene otro encanto. Es una ciudad para los automóviles. Las autopistas son un sueño para los conductores de autos. La visión de los espacios que tienen los planificadores urbanos deben ser un gran atractivo para los políticos que sueñan con que Tegucigalpa algún día se parezca con la ciudad estadounidense, de forma que de alguna manera termine pareciéndose por lo menos en lo referido a la circulación de los vehículos. Otra cosa no se puede extraer de Miami. Excepto los niños que tienen allí, en sus cercanías todas las diversiones posibles para la corta edad. Allí los políticos hondureños, sus esposas y sus menores hijos, deben gozar de lo lindo. Porque hasta los menores sueños, son satisfechos por los oferentes de este mundo de fantasía que representan estas ciudades llenas de sueños y posibilidades. 


El problema es que no traen nada las élites políticas de allá. Antes, después que se viajaba a Europa, la clase política volvía con ideas y proyectos. Los de ahora, jóvenes e inmaduros, no traen nada nuevo. Su lenguaje es el mismo, sus ideas continúan moviéndose en planos inferiores; y sus sueños no tienen la dimensión del estadista, sino que el sabor inocente de la infancia y sus vacuidades.


Esto es una lástima. Porque hace un tiempo, viajar era vivir. Ahora la “élite” política, se divierte, se aleja cada día más de las cosas profundas de Honduras y se encariña cada día que pasa, en mayor forma de los encantos de Miami, ciudad que tiene lo suyo; pero que da muy poco a los viajeros políticos que siempre regresan con muchos paquetes bajo el brazo pero siempre con la cabeza vacía y el corazón sin amores por lo nuestro, como cuando abordaron el avión en Tegucigalpa o San Pedro Sula. Esto es una lástima. Pero la clase política no nos ha escogido a los electores, sino que somos nosotros los que les hemos escogido a ellos, especialmente por su inclinación por Miami y sus encantos. 

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