CONFIABILIDAD DE LOS ORGANOS ELECTORALES
Juan Ramón Martínez
La independencia de las entidades electorales, la profesionalidad de sus dirigentes, dan confianza que se respetará la soberanía popular. En Honduras, el camino ha sido largo. Al principio, en el siglo XIX, en las elecciones, el elector, votaba públicamente; diciendo en alta voz el nombre de por quien lo hacía. Frente al Cura, el Alcalde Municipal y el Comandante. La libertad era imposible. Además, cómo no había partidos; ni el gobernante aceptaba ninguna discusión sobre su mandato y menos sobre la conveniencia o no que continuar en el ejercicio del poder, no había más que un candidato, el oficial. Ferrera se reeligió, Guardiola y Medina, lo hicieron sin ninguna dificultad. Hasta 1903 que concurrieron dos candidatos: Juan Ángel Arias y Manuel Bonilla, del Partido Liberal, fundado por Céleo Arias y Policarpo Bonilla, el primer caudillo civil que continúo enturbiando la vida nacional y empujando dolorosas montoneras.
En 1924, hubo elecciones democráticas. Ganó el PN, con Paz Barahona, sustituyendo a Carías que por los acuerdos de Amapala, no podía ser candidato. En 1928, se enfrentó a Vicente Mejía Colindres que lo derrotó. En 1932 – en un proceso que parecía que el país se enrumbaría por los cauces democráticos--, Carías derrotó a Zúñiga Huete. Los Mayores de Plaza, se fueron a la guerra; y Honduras, sólo pudo encontrar la paz, por la entereza democrática de Mejía Colindres, el respaldo de los liberales civilizados; y, la cooperación en armas, del gobierno de El Salvador. Carías, suspendió las elecciones y convirtió a los diputados en “selectores”, que lo reeligieron. En 1948, su sucesor Juan Manuel Gálvez, fue elegido en elecciones – otra vez – de un sólo candidato, porque Zúñiga Huete, el candidato liberal, -- falto de garantías--, se asiló en septiembre en la Embajada de Cuba. Las elecciones fueron en octubre; y, los resultados, contundentes, desde luego.
Juan Manuel Gálvez, seis años después, en 1954, convocó a elecciones generales. Villeda Morales, del PL, ganó la mayoría relativa. Pero no la absoluta que exigía la Constitución de 1936. Cómo el Congreso Nacional no se reunió en la fecha establecida, Julio Lozano que había sido electo en 1948 como vicepresidente con Gálvez, asumió la Jefatura del Estado que, se había precipitado en la irregularidad jurídica. Lozano, como casi todos los hondureños en el poder, buscó reelegirse. En una campaña accidentada, en la cual se levantaron profesionales universitarios, estudiantes y militares liberales de cerro, tomaron el Cuartel San Francisco. El país fue a elecciones en septiembre de 1956. La campaña fue muy fuerte. Óscar Flores Midence, publicaba un cintillo diario en “El Pueblo”: “Ni Lozano y nadie que huela a Lozano, será Presidente de Honduras”. El dictador, lo expulsó junto a Villeda Morales, y Francisco Milla Bermúdez, a Guatemala; y, de allí a Costa Rica.
Castigados por el Jefe de Estado, Lozano. Los resultados fueron escandalosos. Los “pumpuneros”,--seguidores de Lozano--, rellenaron las urnas, logrando resultados en que el mismo Gálvez, afectado en sus reducidas condiciones de demócrata real, llamó al Jefe de Estado; y le dijo, en broma; “...Julio, les metiste capote”. Hay un telegrama de Trujillo, donde Sanabria, el comandante militar de la región, dijo que habían votado cuatro liberales; y que “todos, están bajo investigación”. Tiempos aquellos que, algunos no creen que pueden volver a avergonzarnos.
El 3 de octubre de 1963, terminó la primavera democrática. López Arellano irrumpió en la vida política, sin quitarse las botas. Con la complicidad de los nacionalistas de Zúñiga Agustinus, ganó las elecciones en 1965. Y, la Constituyente, lo eligió presidente. En 1970, impuso en elecciones poco analizadas, --a profundidad, por supuesto--, a Ramón E. Cruz, al que derribó en su tercer golpe de estado en 1972. Hasta 1980, perdimos la soberanía que asumieron para sí, los militares. En 1982, con un sistema independiente de órganos electorales, dominados por los partidos políticos, ganó Suazo Córdova. Desde entonces, fuera de la turbulencia de Mel Zelaya que pretendió modificar la prohibición de la reelección en 2009, hemos elegido con libertad a nuestros gobernantes. Los resultados de 2021, inflados en términos presidenciales, es la primera señal irregular que observamos.
Ahora, la pregunta, es si los órganos electorales, dominados por Mel, Carlos Flores y la “inocencia” de Asfura, son confiables. En las dictaduras, no importan las mayorías. Estas son “construidas” por los “líderes”. En el interior de los órganos electorales; que, dominan.
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