EL PUEBLO, BASE DE LOS CAUDILLOS

 Juan Ramón Martínez


 

 Tengo muy buenos lectores. Muy Inteligentes. No son miembros de ningún “colectivo”; o cofradía de cumbos mutuos. Ni inventados contertulios, frente a la complicidad de los espejos indiferentes. Son personas conocidas, que me escriben, sobre el tema de los caudillos. Uno de ellos, Javier Suazo -- cineasta y novelista de probados méritos--, me dice: “Su apreciación es exacta. Pero los caudillos son inevitables cuando la base social no quiere pensar; ni comprometerse a trabajar con ahínco y compromiso en su propio desarrollo. En otras palabras, mientras el pueblo siga esperando un mesías que venga a instalar el paraíso en el patio de su casa, los ilusos seguirán coreando a los tiranos”. Por pueblo, aquí entendemos a la totalidad de los hondureños, el 72% de los pobres, a la menguada clase media; y, a la minoría intelectual, escolarizada y graduada en la universidad. Que, incluso habla inglés y algunos estudiando chino, mandarín. Un corte transversal.


Con Olban Valladares hablamos sobre esto. Le conté las expresiones de Miguel Andonie Fernández que, en la intimidad de los sobacos, se refirió al electorado que le dio la espalda cuando fue candidato presidencial: “Pueblo de mierda”. Entendí su enojo. Le recordé a Olban a Villeda Morales que, los nacionalistas de entonces, -- muy talentosos-- le hicieron decir que, el pueblo era de “tercera”; que él, presidente de primera, dirigiendo una república de segunda. Una terrible ironía, con fundamento. Un pueblo de primera no elige a Mel Zelaya, a Suazo Córdova, JOH; o, a Xiomara Castro.

 
Le dije al ex candidato presidencial del PINU, que el hondureño, en promedio tiene una estatura más baja que la del salvadoreño. Somos los penúltimos del continente. Solo superamos a los uruguayos. No sé las razones. Confirmé que los argentinos, ocupan el primer lugar. Cuando me preguntó cuál era mi estatura, le dije que era de la Costa Norte, fruto de una mezcla de jicaques y negros cimarrones, que lavaron oro en el Guayape, bajo el látigo de los encomenderos españoles; y sus descendientes, ahora ganaderos y políticos de Lepaguare. 


Me excusé de citarme de memoria, y por no poder señalar las clasificaciones de la forma de la cabeza establecidas por los antropólogos físicos de mis tiempos de la Superior del Profesorado de los años sesenta del siglo pasado. Mencioné la forma de la cabeza de Erick Tejada, la suya; y, la mía. La del Ministro de Energía, acanalada; y la nuestra, redonda. Aceptando el juicio, Olban agregó que, la cabeza redonda, podía contener un cerebro mayor. Asentí. Mayor cerebro, más criterio, independencia; y, amor por la libertad. Y el ejercicio crítico. 


A los niños pobres, del sector rural y los barrios marginales de las ciudades, -- desde pequeños--, les dan en el biberón para que dejen de llorar, café mezclado con agua y azúcar. Ignoro los daños; pero a nuestro nieto, Alex Goñalons, le dieron a probar café hasta los 14 años. Sus padres, son muy inteligentes. Doña Mencha me contó que, nunca me dio café para que me calmara; pero los pobres, tienen hijos calmados, que les gustan los caudillos, los hombres fuertes. Y gozan, esperanzados, votando por ellos.


Pero, fuera de estas afirmaciones teóricas, discutibles, como todo; está el tema de la escolaridad. La media hondureña es, de cuarto grado. De mala calidad. Los niños tienen dificultades en lectura y matemáticas. No pueden entender las instrucciones. Mel Zelaya, no sabe la tabla de multiplicación del ocho: dice que 8 x 5 es igual a 35. Vea usted.  


Además, los que egresan, no saben establecer relaciones de causa y efecto. No pueden explicarse su pobreza; ni vincular la falta de dinamismo económico con la imposibilidad del empleo; y, menos, la relación de desempleo con inseguridad. Tampoco que los “universitarios” compañeros de Salgado, puedan relacionar, congestionamiento vehicular, con inseguridad.


Cuando toco los universitarios, reacciona: cómo explicas que Milton Benítez, Noé Pino, Pastor de María, Rixi Moncada, Soriano, Briceño, Fausto Cálix, Marlon Ochoa y Cardona, universitarios, sigan a un caudillo como Mel; o Zambrano, Rivera, a Asfura; y Kattán, Brevé, Mejía, a Flores. Le respondo: oportunismo, figuración, amargura; o empleo. Me siente inseguro. 


Le confieso, finalmente, que hay que darle más pensamiento al asunto porque, una explicación porque una generación universitaria, sigue a un caudillo con olor a estiércol, no es fácil. Prometo que reflexionaré; y, buscaré respuestas.

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