LOS OLVIDADOS
Óscar Aníbal Puerto Posas
RAMÓN ORTEGA (1885-1932)
COMAYAGUA, CIUDAD DE SOÑADORES. Pocas ciudades de Honduras, han dado tantos poetas. Quizá haya influido su apacible ambiente, la herencia colonial, y otros factores difíciles de determinar… Doña Marcelina Bonilla (otra hondureña olvidada; recabaré información para rescatarla de la oscuridad en que permanece abandonada); en su “Diccionario Geográfico de las poblaciones de Honduras”; nos informa que Comayagua “es cuna de los poetas Ramón Ortega, Santiago José y Jesús Castro, Angela Ochoa Velásquez y Joaquín Soto” (ops. cit. p. 39). Más cercanos a nosotros, generacionalmente, se ubicaron: Antonio José Rivas y Edilberto Cardona. Menos conocido que los anteriores es el poeta Eduardo Berlioz Aceituno, José González, poeta e investigador en las páginas de “El mar junto al oleaje”, nos da una fotografía, en letras, del poeta Berlioz: “Se recuerda a Berlioz recorriendo las calles de Tegucigalpa, enfundado siempre en traje impecable, con la mejor estampa del dandy entre sus frondas” (ops. cit. p. 81). Comayagua, tiene sus bemoles; gentes que pretenden sangre aristocrática. La salva de cualquier escarnio, la estampa de sus poetas y su catedral bellísima.
CONCENTRÉMONOS EN RAMÓN ORTEGA. José Castro Blanco (1906-1928). Su paisano. Conmilitante como él en la “gaya ciencia”, que se ha ocupado de Ramón Ortega, al grado de haber recopilado y publicado, su único libro: “El amor errante”, tomado de uno de sus más bellos sonetos. Miguel Navarro h., en “Lecturas Nacionales” (1931), sostiene que: “El amor errante”, es el mejor soneto que se ha escrito en Honduras”. Criterio al que me adhiero. Es la mejor descripción de Comayagua, envuelto en el terreno de la poesía.
Un historiador, Mario Felipe Martínez Castillo (1932-2012), rindió culto a Comayagua. Pero, era un culto extraño, nostálgico. Amaba la ciudad, en tanto asiento de la ocupación española. El Reverendo Padre Ángel Castro Rubio, me contaba que él organizó una tertulia cultural, con la “fina flor” de los intelectuales de Comayagua; José Antonio Rivas, Edilberto Cardona Bulnes, el historiador Mario Martínez Castillo y el propio Ángel Castro, además de sacerdote, sociólogo. Antes de iniciarse el acto, el poeta Cardona, lo llamó y le dijo: “Si quiere que yo participe, no me ponga al lado de Martínez. Él aún se siente español. Yo en cambio, soy un mestizo, hondureño por los cuatro costados”. Se hizo la voluntad de “poeta memorioso”, como llamaba a Cardona Bulnes, el poeta copaneco, Leonel Alvarado (profesor de Literatura en Nueva Zelanda). Ramón Ortega, no venía de noble cuna, solamente llevaba el apellido de su madre, ya que su padre no lo reconoció. Vivió en Guatemala; ahí escribió y cultivó la amistad de poetas de la altura de Rafael Arévalo Martínez y Carlos Wyld Ospina, entre otros. De regreso a Honduras, enfrentó la pobreza. El poeta olanchano Froylán Turcios, muy amigo del entonces gobernante, Doctor Francisco Bertrand; le abrió espacio en la burocracia. Se le nombró “escribiente”, léase “amanuense” en Casa Presidencial. Al caer Bertrand, volvió a Comayagua. Allí lo atrapó la locura. Patología que no lo abandonó, hasta el día de su muerte, en el Hospital San Felipe, el año de 1932. Nacido en 1885. Vivió 47 años. Los justos para escribir poesía pura. Recopilada y publicada a su costo y riesgo por Jesús Castro Blanco. “El amor errante”; quien siguiendo el consejo de su viuda, doña Rafaela Vásquez, agregó nuevas poesías, publicando, “Flores de Peregrinación”. Edición póstuma, 1940. Imprenta Calderón: el libro lleva la efigie del poeta Ramón Ortega. Contiene 40 poemas.
¿EN REALIDAD ESTUVO LOCO?
Cuando él vivió, Honduras no tenía psiquiatras. Nuestros primeros psiquiatras, aparecieron en la segunda fase del siglo pasado. Digo en 1950. Los doctores Alcerro Castro y Amílcar Raudales. En 1932, no había en el país discípulos de Sigmund Freud (1859-1939). Jesús Castro Blanco, en el prólogo de “Flores e Peregrinación”, nos dice que “Ortega fue artista y murió como artista hasta que Nuestra Señora la locura lo escondió en sus castillos encantados”. Bella frase. Pero Castro, no era médico psiquiatra, solo era odontólogo y sobre todo poeta. En su prólogo dice que Ramón Ortega, pretendía ser un “Lord inglés”. Viajero siempre de lujosos trasatlánticos, junto con la más rancia aristocracia inglesa, jugadores de bridge y consumidores de the” (lo que va entrecomillado, lo escribió Jesús Castro Blanco; editor de los libros del “enajenado”). No es el primer humano con sueños imposibles. Hay otros de igual similitud. Es decir, sujetos que se apartan de los demás. ¿Ramón Ortega, padeció locura o lo suyo fueron fantasías de poeta?
Federico Nietzsche, un genio universal. Alta figura de la cultura. Fue considerado loco en 1899, a raíz de un incidente suscitado en Basilea. El autor de “Así habló Zaratustra”, circulaba pacíficamente cuando vio a un patán, cochero de oficio, darle latigazos feroces a un caballo. Nietzsche, protegió al animal con su cuerpo; un policía lo capturó. Para él era inaudito lo que el filósofo hacía. Soportar estoicamente los latigazos, para proteger a una bestia. Nietzsche, fue enviado a un manicomio. Supuestamente había perdido la razón. El criterio fue compartido por jueces y magistrados. No importaba que el grande hombre fuera “Humano, demasiado humano”, el título de uno de sus más bellos libros. De Basilea fue trasladado a Jena con el diagnóstico de “reblandecimiento cerebral”: ¿sífilis?, ¿megalomanía?, ¿locura? Estas observaciones corresponden a la escritora española Dolores Castrillo Mirat. En 1990, el 25 de agosto, Nietzsche fallece en Weimar, a la hora del mediodía.
Cuando leí esta anécdota, con los ojos humedecidos en llanto, llegué a esta conclusión: ¿Quiénes determinan la locura? Seres en quienes no vibra la sensibilidad. Estropajos que se alimentan y caminan. Huraños a la amistad del libro y de la caricia de la cultura. Hay otros casos. ¿Cómo admitir la locura del poeta Alfonso Cortés Bendaña? Nicaragüense. A ratos más inmenso que el propio Rubén Darío. Alfonso Cortés, autor de “La Canción del Espacio”. Leámoslo: “La distancia que hay de aquí a una estrella que nunca ha existido / porque Dios no ha alcanzado a pellizcar tan lejos la piel de la noche! …”.
Hay otro argumento -válido o no- la poesía; la verdadera poesía, es una manifestación de locura. Este comentario se lo escuché al Doctor Rafael Pastor Fasquelle. También la padeció Paul Verlaine (1844-1895), el gran poeta francés, que ostenta la jefatura de la Escuela Simbolista. Por eso mi pregunta: ¿Estaría loco nuestro Ramón Ortega? O se trata de un espíritu inquieto que sus contemporáneos no entendieron. Lo fueron a dejar al Hospital San Felipe, donde muriera. Según el doctor y poeta, Jesús Castro; solo lo visitaba Froylán Turcios, otro poeta. Su eterno amigo.
Se sabe que existió Ramón Ortega, gracias a su paisano Jesús Castro Blanco, quien editó · “El Amor Errante”, México 1931. Contentivo de 20 poemas. Castro Blanco, confiesa que lo hizo circular “profusamente por toda la América y en algunos lugares de Europa”. Luego, el mismo mecenas publicó “Flores de Peregrinación”, edición póstuma, 1940; donde se incluyen otros poemas. El título fue propuesto por el poeta Ortega. En medio de la densidad de su infortunio; o en un fugaz instante de lucidez. El libro que obra en mis manos, tiene un sello interesante: “Cortesía del abogado Marco Antonio Zapata Ortega, Comayagua”. ¿Tuvo descendencia Ramón Ortega? Dejo este tema al interés investigativo del grave poeta José González.
El libro que mención tiene varias valoraciones literarias: Néstor Bermúdez, retórico. Rafael Heliodoro Valle, preciosista. Froylán Turcios, breve y conciso: “Como el orfebre florentino, labra y pule su obra, con perseverante obstinación, hasta hacerla irradiar mágicamente”. Miguel Navarro Castro, se refiere a Ortega, con compasión: “Ahora sufre una cruel enfermedad (no la denomina); y al final emite el juicio que me atreví a compartir, don Miguel, cito, dice: “Aunque un juicio de esta clase es siempre caprichoso, nos atrevemos a decir que “El Amor Errante”, es el mejor soneto que se ha escrito en Honduras”. Marcos Carías Reyes, se niega a admitir que haya muerto. “Quizá este poeta como Rodenbach, ama mucho la ciudad dormida sobre el polvo…”.
BIBLIOGRAFÍA
1. Ortega, Ramón, “Flores de Peregrinación”, Imprenta Calderón, Tegucigalpa, marzo 1940, edición póstuma de Jesús Castro Blanco.
2. González, José, “El mar junto al oleaje”, Editorial Guardabarranco, 1ª edición, Tegucigalpa, agosto 2008.
3. Darío, Rubén, “Crítica”, Managua, 612159. Homenaje del Gobierno de Nicaragua en el XLIII aniversario de su muerte.
4. Diccionario Enciclopédico UTEHA, Tomo VII, México 1953.
Junio, 2024
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